martes, 15 de noviembre de 2022

Prácticas de análisis métrico y retórico 2º A

Textos para la práctica del análisis métrico y retórico.- I. “Mostradme ese secreto ya, señora, Y sepa yo por vos, pues por vos muero, Si lo que padezco es muerte o vida; Porque, sïendo vos la matadora, Mayor gloria de pena ya no quiero Que poder alegar tal homicida”. Cristóbal de Castillejo II. “He visto vivir a un hombre Con el puñal al costado, Sin decir jamás el nombre De aquella que lo ha matado” José Martí III. “Sorda hija del mar, cuyas orejas A mis gemidos son rocas al viento: O dormida te hurten a mis quejas Purpúreos troncos de corales ciento, O al disonante número de almejas -marino, si agradable no, instrumento- Coros tejiendo estés, escucha un día Mi voz, por dulce, cuando no por mía” Luis de Góngora IV. “Yo no nací sino para quereros; Mi alma os ha cortado a su medida; Por hábito del alma misma os quiero. Cuanto tengo confieso yo deberos; Por vos nací, por vos tengo la vida, Por vos he de morir y por vos muero”. Garcilaso de la Vega V. “Hablo de aquel cativo, De quien tener se debe más cuidado, Que está muriendo vivo, Al remo condenado, En la concha de Venus amarrado” Garcilaso de la Vega VI. “La combatida antena Cruje, y en ciega noche el claro día Se torna; al cielo suena Confusa vocería, Y la mar enriquecen a porfía” Fray Luis de León VII. “Amor en mí se muestra todo fuego, I en las entrañas de mi Luz es nieve; Fuego no ai qu’ella no torne nieve, Ni nieve que no mude yo en mi fuego”. Fernando de Herrera VIII. “Continens e contetu fue todo astragado, Tornó todo carbones, fo todo asolado, Mas redor de la imagen, quanto es un estado, Non fizo mal el fuego ca non era osado”. Gonzalo de Berceo IX. “Tu flecha, que me hizo así obediente De aquella falsa, de quien ya reniego; Tu venda, con que me hiciste ciego Y así juzgué por ángel la serpiente”. Fernando de Herrera X. “¿Por qué, pues as llagado Aqueste coraçón, no le sanaste? Y, pues me le as robado, ¿Por qué así le dexaste, Y no tomas el robo que robaste?” San Juan de la Cruz XI. “Vuelan los ligeros años, Y con presurosas alas Nos roban, como harpías, Nuestras sabrosas viandas. La flor de la maravilla Esta verdad nos declara, Porque le hurta la tarde Lo que le dio la mañana”. Luis de Góngora XII. “No decía palabras, Acercaba tan sólo un cuerpo interrogante, Porque ignoraba que el deseo es una pregunta Cuya respuesta no existe, Una hoja cuya rama no existe, Un mundo cuyo cielo no existe”. Luis Cernuda XIII. “Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla, Y un huerto claro donde madura el limonero; Mi juventud, veinte años en tierra de Castilla; Mi historia, algunos casos que recordar no quiero”. Antonio Machado XIV. “Te morías por él, pero es lo cierto Que pasó tiempo y tiempo, y no te has muerto”. Ramón de Campoamor XV. “Obra el amor de modo Que todo lo hace y lo destruye todo”. Ramón de Campoamor XVI. “¡Ambición! No la tengo. ¡Amor! No lo he sentido. No ardí nunca en un fuego de fe ni gratitud. Un vago afán de arte tuve… Ya lo he perdido. Ni el vicio me seduce ni adoro la virtud”. Manuel Machado XVII. El hombre torpe es la peor alimaña que en el mundo es: no lo digo con saña. No puede hombre haber en el mundo amigo, como el buen saber; ni peor enemigo. Si fuese el hablar de plata figurado, debe ser el callar de oro afinado. Porque todo hombre vea que en el mundo cosa no hay del todo fea ni del todo hermosa. Sem Tob de Carrión XVIII. Este mundo es el camino para el otro, que es morada sin pesar; mas cumple tener buen tino para andar esta jornada sin errar; partimos cuando nacemos, andamos mientras vivimos, y llegamos al tiempo que fenecemos; así que cuando morimos descansamos. Jorge Manrique XIX. Yo no nací sino para quereros; mi alma os ha cortado a su medida; por hábito del alma misma os quiero; cuanto tengo confieso yo deberos; por vos nací, por vos tengo la vida, por vos he de morir, y por vos muero. Garcilaso de la Vega XX. Retirado en la paz de estos desiertos, con pocos, pero doctos libros juntos, vivo en conversación con los difuntos y escucho con mis ojos a los muertos. Si no siempre entendidos, siempre abiertos, o enmiendan, o fecundan mis asuntos; y en músicos callados contrapuntos al sueño de la vida hablan despiertos. Francisco de Quevedo XXI. La más bella niña de nuestro lugar, hoy viuda y sola, y ayer por casar, viendo que sus ojos a la guerra van, a su madre dice, que escucha su mal: Dejadme llorar orillas del mar. Luis de Góngora XXII. “¡Oh bella Galatea, más süave que los claveles que tronchó la aurora; blanca más que las plumas de aquel ave que dulce muere y en las aguas mora; igual en pompa al pájaro que, grave, su manto azul de tantos ojos dora cuantas el celestial zafiro estrellas! ¡Oh tú, que en dos incluyes las más bellas!… Luis de Góngora XXIII. Teme más, el que es bueno, a su propio desprecio que al ajeno. Ramón de Campoamor XXIV. Todo necio confunde valor y precio. El ojo que ves no es ojo porque tú lo veas; es ojo porque te ve. -Nuestro español bosteza. ¿Es hambre? ¿Sueño? ¿Hastío? Doctor, ¿Tendrá el estómago vacío? -El vacío es más bien en la cabeza. De diez cabezas, nueve embisten y una piensa. Nunca extrañéis que un bruto se descuerne luchando por la idea. Nuestras horas son minutos cuando esperamos saber, y siglos cuando sabemos lo que se puede aprender. Ni vale nada el fruto cogido sin sazón... Ni aunque te elogie un bruto ha de tener razón. Antonio Machado XXV. El bastón, las monedas, el llavero, la dócil cerradura, las tardías notas que no leerán los pocos días que me quedan, los naipes y el tablero, un libro y en sus páginas la ajada violeta, monumento de una tarde sin duda inolvidable y ya olvidada, el rojo espejo occidental en que arde una ilusoria aurora. ¡Cuántas cosas, limas, umbrales, atlas, copas, clavos, nos sirven como tácitos esclavos, ciegas y extrañamente sigilosas! Durarán más allá de nuestro olvido; no sabrán nunca que nos hemos ido. Jorge Luis Borges XXVI. La calleja es una herida honda y curada con cal. Juega el sol con un rosal en la ventana florida. La siesta a rezar convida. Reza el agua eternamente en el patio; y de repente un grito asustó a la rosa que se desmayó mimosa sobre el cristal de la fuente. Fernando Villalón XXVII. ¡Ay qué camino tan largo! ¡Ay mi jaca valerosa! ¡Ay que la muerte me espera, antes de llegar a Córdoba! Federico García Lorca XXVIII. Temprano levantó la muerte el vuelo, temprano madrugó la madrugada, temprano estás rodando por el suelo. No perdono a la muerte enamorada, no perdono a la vida desatenta, no perdono a la tierra ni a la nada. Miguel Hernández XXIX. ¡Qué quietas están las cosas, y qué bien se está con ellas! Por todas partes, sus manos con nuestras manos se encuentran. Juan Ramón Jiménez XXX. Testigo de eterno amor, le di una flor a mi amante; mi suerte fue que la flor tan sólo duró un instante. Ramón de Campoamor XXXI. Que presurosa corre, que secreta, a su fin nuestra edad. A quien lo duda, fiera que sea de razón desnuda, cada Sol repetido es un cometa. Luis de Góngora XXXII. Vivir es caminar breve jornada, y muerte viva es, Lico, nuestra vida, ayer al frágil cuerpo amanecida, cada instante en el cuerpo sepultada. Francisco de Quevedo XXXIII. La dulce boca que a gustar convida un humor entre perlas destilado y a no envidiar aquel licor sagrado que a Júpiter ministra el garzón de Ida, amantes no toquéis si queréis vida; porque entre un labio y otro colorado Amor esté, de su veneno armado, cual entre flor y flor sierpe escondida. Luis de Góngora XXXIV. “Coged de vuestra alegre primavera el dulce fruto, antes que el tiempo airado cubra de nieve la hermosa cumbre. Marchitará la rosa el viento helado, todo lo mudará la edad ligera, por no hacer mudanza en su costumbre”. Garcilaso de la Vega XXXV. “¡Oh desmayo dichoso! ¡oh muerte que das vida! ¡oh dulce olvido! ¡durase en tu reposo sin ser restituïdo jamás aqueste bajo y vil sentido!” Fray Luis de León XXXVI. “Aquí la envidia y mentira me tuvieron encerrado. Dichoso el humilde estado del sabio que se retira de aqueste mundo malvado”. Fray Luis de León XXXVII. “Tu flecha, que me hizo así obediente de aquella falsa, de quien ya reniego; tu venda, con que me hiciste ciego y así juzgué por ángel la serpiente”. Francisco de Figueroa XXXVIII. “Por Jesucristo vivo, cada pieza vale más de un millón, y que es mancilla que esto no dure un siglo, ¡oh gran Sevilla! Roma triunfante en ánimo y nobleza”. Miguel de Cervantes XXXIX. “¡Cómo de entre mis manos te resbalas! ¡Oh, cómo te deslizas, Vida mía! ¡Qué mudos pasos traes, oh muerte fría, pues con callado pie todo lo igualas!” Francisco de Quevedo XL. “Canté el dolor, llorando la alegría, y tan dulce tal vez canté mi pena que todos la juzgaban por ajena, pero bien sabe el alma que era mía” Gabriel Bocángel XLI. “Ese vago clamor que rasga el viento es la voz funeral de una campana: vano remedo del postrer lamento de un cadáver sombrío y macilento que en sucio polvo dormirá mañana”. José Zorrilla XLII. “No es raro en una almohada ver dos frentes que maduran dos planes diferentes”. Ramón de Campoamor XLIII. “Quisiera ser el nardo que reposa en el templado asilo de tu pecho; el collar que aprisiona tu garganta; la blanda seda, cárcel de tu cuerpo”. Benito Mas y Prat XLIV. “Mi verso es como un puñal que por el puño echa flor: mi verso es un surtidor que da un agua de coral”. José Martí XLV. “Faltos de los alientos que dan las grandes cosas, ¿qué haremos los poetas sino buscar tus lagos? A falta de laureles son muy dulces las rosas, y a falta de victorias busquemos los halagos”. Rubén Darío XLV. “Mas a pesar del tiempo terco, mi sed de amor no tiene fin; con el cabello gris me acerco a los rosales del jardín...”. Rubén Darío XLVI. “Yo voy soñando caminos de la tarde. ¡Las colinas doradas, los verdes pinos, las polvorientas encinas!...”. Antonio Machado XLVII. “¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera mi verso, como deja el capitán su espada: famosa por la mano viril que la blandiera, no por el docto oficio del forjador preciada”. Antonio Machado XLVIII. “Yo muero extrañamente… No me mata la Vida, no me mata la Muerte, no me mata el Amor; muero de un pensamiento mudo como una herida… ¿No habéis sentido nunca el extraño dolor?”. Delmira Agustini XLIX. “Enhiesto surtidor de sombra y sueño que acongojas el cielo con tu lanza. Chorro que a las estrellas casi alcanza devanado a sí mismo en loco empeño”. Gerardo Diego L. “Rítmicos siempre, pero nunca iguales, el viento va extendiendo con su pluma los versos blancos de rizada espuma que avanzan paralelos y triunfales”. Gerardo Diego LI. “Carne de yugo, ha nacido más humillado que bello, con el cuello perseguido por el yugo para el cuello”. Miguel Hernández LII. “No sabe qué es amor quien no te ama. No sabe qué es amor quien no te mira. Tú arrancaste a su alma y a su lira el son más dulce, la más fiera llama”. Vicente Gaos LIII. “Los placeres y dulzores de esta vida trabajada que tenemos no son sino corredores y la muerte, la celada en que caemos. No mirando a nuestro daño, corremos a rienda suelta sin parar; desque vemos el engaño y queremos dar la vuelta no hay lugar”. Jorge Manrique LIV. “Bien amar, leal servir, gritar y decir mis penas es sembrar en las arenas o en las olas escribir”. Juan Rodríguez del Padrón LV. “Mi pasión era tan fuerte que de mí yo no sabía. Conmigo estaba la Muerte por tenerme compañía”. Juan del Enzina LVI. “¡Oh sueño, cuánto más leve y sabroso me fueras si vinieras tan pesado que asentaras en mí con más reposo! Durmiendo, en fin, fui bienaventurado, y es justo en la mentira ser dichoso quien siempre en la verdad fue desdichado”. Juan Boscán LVII. “A florecer las rosas madrugaron y para envejecerse florecieron; cuna y sepulcro en un botón hallaron. Tales los hombres sus fortunas vieron: en un día nacieron y expiraron; que, pasados los siglos, horas fueron”. Calderón de la Barca LVIII. “Mas a la fin los brazos le crecían, y en sendos ramos vueltos se mostraban, y los cabellos, que vencer solían al oro fino, en hojas se tornaban; en torcidas raíces se extendían los blancos pies, y en tierra se hincaban. Llora el amante, y busca el ser primero, besando y abrazando aquel madero”. Garcilaso de la Vega LIX. “¡Oh bosques y espesuras, plantadas por la mano del Amado! ¡Oh prado de verduras, de flores esmaltado! ¡Decid si por vosotros ha pasado!”. Juan de la Cruz LX. “Por eso, mozuelas locas, antes que la edad avara el rubio cabello de oro convierta en luciente plata, quered cuando sois queridas, amad cuando sois amadas, mirad, bobas, que detrás se pinta la ocasión calva”. Luis de Góngora LXI. “¡Oh fértil llano, oh sierras elevadas, que privilegia el cielo y dora el día! ¡Oh siempre glorïosa patria mía, tanto por plumas cuanto por espadas!”. Luis de Góngora LXII. “Miraba como el alba pura; sonreía como una flor. Era su cabellera obscura hecha de noche y de dolor”. Rubén Darío LXIII. “ Caminante, son tus huellas el camino, y nada más; caminante, no hay camino, se hace camino al andar. Al andar se hace camino, y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar. Caminante, no hay camino, sino estelas en la mar”. Antonio Machado LXIV. “Indiferente o cobarde, la ciudad vuelve la espalda. No quiere ver en tu espejo su muralla desdentada”. Gerardo Diego LXV. “Alimentando lluvias, caracolas y órganos mi dolor sin instrumento, a las desalentadas amapolas daré tu corazón por alimento. Tanto dolor se agrupa en mi costado, que por doler me duele hasta el aliento”. Miguel Hernández LXVI. “¡Oh mi voz condecorada con la insignia marinera: sobre el corazón un ancla y sobre el ancla una estrella y sobre la estrella el viento y sobre el viento la vela!”. Rafael Alberti LXVII. Su luna de pergamino Preciosa tocando viene. Al verla se ha levantado el viento, que nunca duerme. Federico García Lorca LXVIII. “No sanan las heridas en él dadas, aunque cese el mirar que las causó, si quedan en el alma confirmadas, que si uno está con muchas cuchilladas, porque huya de quien lo acuchilló no por eso serán mejor curadas”. Juan Boscán LXIX. “¡Oh cauterio süave! ¡Oh regalada llaga! ¡Oh mano blanda!¡Oh toque delicado, que a vida eterna sabe, y toda deuda paga! Matando, muerte en vida la has trocado”. Juan de la Cruz LXX. “Esta divina unión, y el amor con que yo vivo,

viernes, 17 de septiembre de 2021

Métrica y retórica

Métrica española. - 1. Introducción. El llamado lenguaje literario se resuelve en dos formas de expresión: la prosa y el verso. Ambas participan del uso literario de la lengua y se distinguen, esencialmente, por su disposición en el texto. Si recurrimos a los antiguos, Dionisio de Halicarnaso, diferenciaba la prosa de la poesía por respetar ésta las normas de medida y ritmo, mientras que aquélla no lo hacía, necesariamente, o lo hacía solapadamente. Desde nuestros días, puede afirmarse que el distinguir el verso de la prosa tiene más relación con su apariencia (la prosa suele ocupar casi todo el espacio disponible, mientras que el verso no) que con cualquier otra cosa. Abundando en esta cuestión, se pueden escribir versos y no ser poeta, del mismo modo que no es, necesariamente, un novelista el que nos cuenta una historia en quinientas páginas de prosa. Desde los orígenes de la literatura occidental el verso se consagró como el campo más adecuado para el hecho literario y en la antigua Grecia en verso se escribieron poemas épicos, tragedias, composiciones líricas o especulaciones filosóficas. En la literatura más reciente, sin embargo, la prosa ha ido asumiendo ese papel dominante, acaso por estar el verso sujeto a distintas normas establecidas y ser la prosa más permisiva . Estas normas a que aquí hemos aludido son estudiadas por la métrica, “el arte que trata de la medida o estructura de los versos, de sus clases y de las distintas combinaciones que con ellos pueden formarse”, según la R.A.E. El estudio métrico comprende tres partes fundamentales: el verso, la estrofa y el poema, de los que nos ocuparemos a continuación. 2. El verso. El verso puede definirse como un conjunto de palabras, sujetas a medida, ritmo y rima, sometidas a reglas fijas e incluidas entre dos pausas, que ocupa, habitualmente, una línea. Si dejamos de lado los llamados versículos, o versos libres, el verso se fundamenta en tres aspectos que lo identifican: - La distribución regular de los acentos de las palabras que lo constituyen [ritmo]. - La repetición de los sonidos (total o parcialmente) a partir de la última vocal acentuada, de todos o de algunos de los versos [rima]. - Estar formado por un número de sílabas igual o proporcional al de los versos que lo acompañan [medida]. Fijémonos en el siguiente poema de Rubén Darío: La princesa está triste ¿Qué tendrá la princesa? Los suspiros se escapan de su boca de fresa. Si observamos estos cuatro grupos de palabras, veremos que: -Algunos acentos están situados en el mismo lugar en todos los grupos: sílabas 3ª y 6ª. -En los versos 2º y 4º, a partir de la última vocal acentuada, se repiten los mismos fonemas: /ésa/. - Todos los grupos tienen el mismo número de sílabas: 7. Podemos decir, por tanto, que este fragmento de un texto de Rubén Darío está compuesto por cuatro versos, porque reúne todas las condiciones necesarias (ritmo, rima y medida) para serlo. 2.1. El acento. El acento debe considerarse bajo dos aspectos: uno su distribución en el interior del verso; otro su ubicación en la última palabra del verso. Respecto al primero, su distribución suele ser regular, de modo que un poema puede estar constituido por versos endecasílabos cuyos acentos fundamentales recaigan en las sílabas segunda y sexta, llamado por ello endecasílabo heroico, como este verso de Garcilaso de la Vega: “A Dafne ya los brazos le crecían”. Pero esto no significa que no se acentúen más que esas sílabas sino que se considera que en ellas ha de haber acento necesariamente. Nosotros nos fijaremos en el acento de la última palabra del verso. En español, este acento afecta al cómputo silábico. Se considera que todos los versos han de acentuarse en la penúltima sílaba de modo que si el verso que estudiamos se acentúa en la última (llamado oxítono) ha de sumarse una sílaba a las ya contadas; si el acento recae en la penúltima (verso paroxítono) no hay variación en el cómputo silábico realizado; en el caso de que la última palabra del verso sea esdrújula, es decir, el acento recaiga en la antepenúltima sílaba (verso proparoxítono), ha de restarse una sílaba a las contabilizadas. Veamos algunos ejemplos: “Más-lim-pio-que-lo_es-tá_el-sól”: 7+1=8 (verso oxítono) “E-sas-puer-tas-se-de-fién-dan”: 8 (verso paroxítono) “A-do-ro-la_her-mo-sú-ra,/y_en-la-mo-der-na_es-té-ti-ca”: 15-1=14 (verso proparoxítono) 2.2. La rima. La rima puede definirse como “la total o parcial semejanza acústica, entre dos o más versos, de los fonemas situados a partir de la última vocal acentuada”. Esto quiere decir que nos fijamos en los fonemas, no en las letras, de manera que la semejanza entre “primitivo” y “estribo” es total, puesto que las letras “v” y “b” se corresponden con un único fonema /b/. Lo mismo sucedería con “ambages” y “paisajes”, dado que la letra “g” ante “e”, “i”, y la letra “j” se corresponden con el fonema /x/. De acuerdo con la mayor o menor coincidencia entre las últimas palabras de los versos, se distinguen dos clases de rima: 1. Consonante (también llamada total o perfecta): a partir de la última vocal acentuada coinciden los fonemas consonánticos y vocálicos. Por ejemplo, la rima de los siguientes versos de Juan Ramón Jiménez es consonante: Abiertas copas de oro deslumbrádo sobre la redondez de los verdóres bajos, que os arrobáis en los colóres mágicos del poniente enarboládo. 2. Asonante (o parcial o imperfecta o vocálica): en este caso solamente coinciden los fonemas vocálicos. Así, asonante es la rima de estos versos de Jorge Guillén: Ajustada a la sola desnudez de tu cuérpo, entre el aire y la luz eres puro eleménto. La rima nos proporciona un nuevo criterio de clasificación de los versos, fijándonos en si se respeta ésta o no. Podemos distinguir cuatro clases de versos: -Rimados: son aquéllos que sí se adecuan a la rima. Por ejemplo, los siguientes de Jaime Gil de Biedma, de rima asonante: Es la lluvia sobre el mar. En la abierta ventana, contemplándola, descansas la frente en el cristal. -Blancos: son los versos que constituyen un poema donde se respeta la medida, pero no la rima. Esto es, podemos encontrar un poema formado por versos de once sílabas, pero sin que exista entre ellos ninguna clase de rima. Sirvan de muestra estos endecasílabos de Rubén Darío: En el concurso báquico, el primero, regando rosas y tejiendo danzas, garrido infante, de Eros por hermoso émulo y par, risueño aparecía. -Sueltos: serían iguales a los anteriores, pero éstos forman parte de un texto donde los otros versos sí riman entre sí. Así, en el siguiente fragmento de Sor Juana Inés de la Cruz, serían sueltos los versos primero y tercero, puesto que el segundo y el cuarto riman en asonante: Con que a mí no es bien mirado que como a mujer me miren, pues no soy mujer que a alguno de mujer pueda servirle. -Libres: en estos versos se prescinde, al menos aparentemente, de las convenciones de la medida y de la rima. Por ejemplo éstos de Antonio Colinas: Ya ha llegado la noche, pero aún vemos, encima de la masa de arbolado, agitarse el lomo vinoso de las aguas, el inestable mar. A pesar de lo escrito arriba, podemos encontrar, de manera excepcional, alguna rima en un poema escrito en versos libres o en versos blancos. Para hablar de rima o de medida ha de ser respetada una estructura, es decir, ha de sistematizarse la repetición, ésta no puede ser casual o excepcional. 2.3. La medida. El número de sílabas de un verso es uno de los fundamentos de la versificación regular, la cual se asienta, precisamente, en la agrupación de versos de un número determinado de sílabas. A la hora de medir un verso hemos de tener en cuenta tres aspectos: -El número de sílabas fonológicas. -El tipo de verso según el acento final (oxítono, paroxítono o proparoxítono). -Los fenómenos métricos, o licencias, que se permiten al poeta e introducen correcciones en el cómputo. Nos fijaremos en estas últimas, puesto que las sílabas fonológicas son constantes y lo mismo puede decirse del acento final del verso. Los fenómenos métricos más habituales son la sinalefa, la diéresis y la sinéresis. La sinalefa consiste en contabilizar como una sola sílaba métrica la sílaba fonológica final de una palabra que finaliza en vocal y la siguiente que comienza por vocal . De este modo, el siguiente verso de Fray Luis de León tiene trece sílabas fonológicas, pero once métricas al producirse dos sinalefas: “Ten-di-do-yo_a-la-som-bra_es-té-can-tan-do”. Asimismo pueden unirse tres sílabas fonológicas en una sola sílaba métrica de coincidir una palabra que acaba en vocal, seguida de una palabra constituida por una vocal y, a continuación, una palabra que comienza por vocal, como en este verso de Juan Ramón Jiménez: “Co-mo_a_u-na-mal-di-ción-,es-va-no-em-pe-ño” La sinéresis consiste en considerar como una sílaba métrica dos sílabas fonológicas, de una misma palabra, cuyas vocales en contacto no constituyen diptongo, es decir, son a, e, o. Así, en el siguiente texto de Dámaso Alonso encontramos este fenómeno en el último verso: La veleta, la cigarra. Pero el molino, la hormiga. Muele pan, molino, muele. Trenza, veleta, poesía. Todos los versos son de ocho sílabas y para ello es necesario considerar, en el cuarto, “poe-sí-a”, esto es, la combinación “oe” como un diptongo. Estos dos fenómenos pueden ser utilizados por el comentarista para ajustar los versos a las medidas que parecen esperables, del mismo modo que hemos de suponer hizo el poeta. Lo que es lo mismo, ambos fenómenos no vienen marcados por ningún rasgo que nos indique la necesidad de considerarlos, es una decisión que hemos de tomar cuando al medir un verso comprobemos que se aparta del número de sílabas esperable, y así habrá casos en los que deberemos entender que se dan sinalefas o sinéresis y otros en que no . La diéresis consiste en contabilizar como dos sílabas métricas un diptongo, que constituye una sola sílaba fonológica. En estos casos el poeta se encarga de manifestar su deseo de que así sea considerado el verso escribiendo dos puntos sobre una de las vocales, generalmente la débil. En el siguiente verso de Fray Luis de León podemos observar este fenómeno: “Con-sed-in-sa-cï-a-ble” Seis sílabas fonológicas dan lugar, mediante la diéresis, a un heptasílabo. Los versos pueden ser clasificados de acuerdo con el número de sílabas que los forman en dos grandes grupos: simples y compuestos. Los primeros serían aquellos que tienen un máximo de once sílabas; los segundos los que tienen doce o más. Dentro de los simples distinguiremos versos de arte menor (hasta ocho sílabas) de los de arte mayor (entre nueve y once sílabas). Estas divisiones no son arbitrarias o caprichosas sino que responden a la realidad fonética del español: cuando hablamos o leemos, el número de sílabas que emitimos entre dos pausas (llamado grupo fónico) oscila entre ocho y once sílabas, de modo que el grupo fónico medio mínimo es de ocho sílabas y señala el límite del arte menor; el grupo fónico medio máximo es de once sílabas y señala el límite de los versos simples; a partir de doce sílabas nos encontraremos ya ante un verso compuesto, que es lo mismo que decir que estos versos están formados por dos versos simples. Los versos simples de arte menor pueden ser: -Bisílabos: es éste el verso más corto dado que no puede existir el monosílabo, ya que al ser, necesariamente, el verso oxítono debemos sumarle una sílaba más. Sirva como ejemplo el siguiente poema de César Vallejo: Ves lo que es pues yo ya no. La cruz da luz sin fin. -Trisílabos: se trata de versos de tres sílabas, como éstos de Rubén Darío: Yo en una doncella mi estrella miré. -Tetrasílabo: consta de cuatro sílabas. Veamos este ejemplo de Manuel Machado: De violines fugitivos ecos llegan... -Pentasílabo: formados por cinco sílabas, como éstos de Nicolás Guillén: Mire la gente, llamando pasa; gente en la calle, gente en la plaza; ya nadie queda que esté en su casa. -Hexasílabo: de seis sílabas, como los escritos por el Marqués de Santillana: Moça tan fermosa non vi en la frontera, como una vaquera de la Finojosa. -Heptasílabo: estos versos están formados por siete sílabas. Sirvan como ejemplo los siguientes versos de Gutierre de Cetina: De tus rubios cabellos, Dórida ingrata mía, hizo el amor la cuerda para el arco homicida. -Octosílabo: consta de ocho sílabas. Así los utiliza este cantar popular: Cuéntale al mundo tus dichas, y no le cuentes tus penas, que mejor es que te envidien que no que te compadezcan. Los versos simples de arte mayor son los siguientes: -Eneasílabo: verso de nueve sílabas, como los famosos de Rubén Darío: ¡Juventud, divino tesoro, que te vas para no volver! Cuando quiero llorar no lloro... Y, a veces, lloro sin querer. -Decasílabo: está formado por diez sílabas. Veamos el siguiente ejemplo de Sor Juana Inés de la Cruz: Dátiles de alabastro tus dedos, fértiles de tus dos palmas brotan, frígidos si los ojos los miran, cálidos si las almas los tocan. -Endecasílabo: consta de once sílabas, como éstos compuestos por Quevedo: Retirado en la paz de estos desiertos, con pocos, pero doctos libros juntos, vivo en conversación con los difuntos y escucho con mis ojos a los muertos. Los que hemos llamado versos compuestos deben considerarse como dos versos, llamados hemistiquios, en uno solo, separados por una pausa, llamada cesura. Al disponernos a medir estos versos hemos de tener en cuenta algunas condiciones: 1. La cesura impide la posible sinalefa entre la vocal final del primer hemistiquio y la inicial del siguiente. 2. En el primer hemistiquio se realiza el cómputo silábico teniendo en cuenta el acento de la última palabra que lo forma, como si de un verso simple se tratara. Los versos compuestos son los siguientes: -Dodecasílabo: de doce sílabas, siendo los hemistiquios de seis sílabas, o estando formados por hemistiquios de siete y cinco sílabas. Al primer caso corresponden éstos de Rubén Darío: -¡Oh, Reyes! -les dice- Yo soy una niña que oyó a los vecinos pastores cantar. Y desde la próxima florida campiña miró vuestro regio cortejo pasar. Al segundo caso (7+5) se corresponden estos versos de Manuel Machado: Ven,reina de los besos, flor de la orgía, amante sin amores, sonrisa loca... Ven, que yo sé la pena de tu alegría y el rezo de amargura que hay en tu boca. -Alejandrino: consta de catorce sílabas. Veamos un ejemplo de Gonzalo de Berceo: Desenparó su casa e quanto que avia, non disso a ninguno lo que facer querria, fue pora la eglesia del logar do seya, plorando de los oios quanto más se podia. Aunque no son habituales, podemos encontrar versos de más de catorce sílabas: pentadecasílabo (quince sílabas), hexadecasílabo (dieciséis sílabas), heptadecasílabo (diecisiete sílabas), octodecasílabo (dieciocho sílabas), y eneadecasílabo (diecinueve sílabas). 3. La estrofa. 3.1. La estrofa: características. La estrofa es el resultado de la combinación de dos o más versos (generalmente, hasta diez) que constituyen una estructura fundamentada en las siguientes características : -Los versos han de tener medidas iguales o proporcionales, es decir, pueden ser endecasílabos o combinar endecasílabos y heptasílabos, por ejemplo. -Ha de existir rima entre algunos o todos los versos, de acuerdo a un esquema establecido. -Normalmente una estrofa suele corresponderse con una unidad sintáctica. -En una estrofa es necesario que el número y el tipo de cada verso, así como el número y la distribución de las rimas estén en cierta relación, sea fijo y se repita en cada estrofa. La representación de una estrofa se realiza mediante algunas convenciones: -Utilizamos un número que indica las sílabas métricas de que consta cada verso -Una letra, empezando por la “a”, sirve para identificar las rimas, de modo que la primera rima se notará con la “a” en todos los versos en los que aparezca; la segunda con la “b”; y así sucesivamente. Si el verso es de arte menor la letra será minúscula; si es de arte mayor o compuesto, la letra usada será la mayúscula. -Mediante un guión indicaremos los versos sueltos. Veamos ahora algunos ejemplos. Garcilaso de la Vega escribe los siguientes versos: Si de mi baja lira tanto pudiese el son que en un momento aplacase la ira del animoso viento y la furia del mar y el movimiento. Esta estrofa la anotaríamos del siguiente modo: 7a, 11B, 7a, 7b, 11B. Por su parte, en Francisco de Aldana podemos leer: Todo es tranquilidad de fértil mayo, purísima del sol templada lumbre, de hielo o de calor sin triste ensayo. El esquema que le correspondería a esta estrofa sería 11A, 11-, 11A. 3.2. Clases de estrofas. Salvo en aquellos casos en que así se haga notar, la rima utilizada en las estrofas se considerará siempre consonante. 3.2.1. Estrofas de dos versos: -Pareado: es la estrofa más sencilla. Consta de dos versos que riman entre sí. Los versos pueden ser de la misma o diferente medida. Veamos un ejemplo de cada caso, el primero de Federico Balart y el segundo de Antonio Machado: Ya lo ves las canciones que te consagro, en mi pecho han nacido por un milagro. Todo necio confunde valor y precio. 3.2.2. Estrofas de tres versos: -Terceto: está constituido por tres versos de arte mayor que riman normalmente ABA, como en estos versos de Francisco de Quevedo: Hacia la tierra inclina tu entereza, porque lo erguido se promete vano, y que está sin meollo la cabeza. Sin embargo, los tercetos suelen constituir series de dos o más, pudiéndose dar todo tipo de combinaciones, siempre y cuando ningún verso quede suelto. Así, podemos hallar combinaciones como ABA-BCB...; o ABC-ABC...; o AAA-BBB... -Tercerilla: se correspondería con el terceto, pero utilizando versos de arte menor, como en este ejemplo de Villaespesa: Granada, Granada de tu poderío ya no queda nada. -Soledad: su estructura es como la de la tercerilla, pero su rima es asonante, como podemos comprobar en esta estrofa de Antonio Machado: El ojo que ve no es ojo porque tú lo veas; es ojo porque te ve. 3.2.3. Estrofas de cuatro versos: -Cuarteto: formado por cuatro versos de arte mayor que se combinan ABBA. Así escribe Jorge Guillén: Alguna vez me angustia una certeza, y ante mí se estremece mi futuro. Acechándole está de pronto un muro del arrabal final en que tropieza. -Serventesio:como el anterior, consta de cuatro versos de arte mayor, pero su esquema es ABAB. Sirvan de ejemplo los versos de Diego Hurtado de Mendoza: Como el triste que a muerte es condenado gran tiempo ha, y lo sabe y se consuela, que el uso de vivir siempre en cuidado hace que no se sienta ni se duela. -Redondilla: es la estrofa correspondiente al cuarteto, pero formada con versos de arte menor, de modo que responde al esquema abba. Así escribe Antonio Machado: La tarde más se oscurece; y el camino que serpea y débilmente blanquea, se enturbia y desaparece. -Cuarteta: se corresponde con el serventesio, pero con versos de arte menor, resultando abab. El mismo Antonio Machado escribió: Luz del alma, luz divina, faro, antorcha, estrella, sol... Un hombre a tientas camina; lleva a la espalda un farol. -Cuaderna vía o tetrástrofo monorrimo alejandrino: se trata de una estrofa de cuatro versos compuestos con una sola rima, cuyo esquema es AAAA. En Gonzalo de Berceo es donde más encontraremos este tipo de estrofa, como es este caso: Vistie a los desnudos, apacie los famnientos, acogie los romeos que vinien fridolientos, daba a los errados buenos castigamientos que se penitenciasen de todos fallimientos. -Seguidilla: aunque hay distintas combinaciones, la más simple responde al siguiente esquema: 7-, 5a, 7-, 5a. La rima es asonante. Veamos un ejemplo de Federico García Lorca: Está muerto en el agua, niña de nieve, cubierto de nostalgias y de claveles. 3.2.4. Estrofas de cinco versos: -Quinteto: consta de cinco versos de arte mayor. La combinación de la rima es a gusto del poeta, con la condición de que no haya tres versos seguidos con la misma rima y de que los dos últimos no formen pareado. Las combinaciones posibles serían: ABABA, ABAAB, ABBAB, AABAB, AABBA. A la cuarta de estas combinaciones se corresponden estos versos de Ricardo Gil: Desierto está el jardín... De su tardanza no adivino el motivo... El tiempo avanza... Duda tenaz, no turbes mi reposo. Comienza a vacilar mi confianza... El miedo me hace ser supersticioso. -Quintilla: responde a las mismas características de la estrofa anterior, pero sus versos son de arte menor. Sirvan como ejemplo estos versos de Lope de Vega: Los vallados y los hoyos, en la viñas igualados, de nieve estaban cuajados, pareciendo los arroyos lazos de plata en los prados. -Lira: consta de dos endecasílabos (el segundo y quinto versos) y tres heptasílabos. Su esquema es aBabB. Así podemos leer en Fray Luis de León: Despiértenme las aves con su cantar süave no aprendido, no los cuidados graves de que es siempre seguido quien al ajeno arbitrio está atenido. 3.2.5. Estrofas de seis versos: -Sextina: consta de seis versos de arte mayor cuya rima queda a gusto del poeta . Veamos un ejemplo de Fernando de Herrera: Al bello resplandor de vuestros ojos mi pecho abrasó Amor en dulce llama y desató el rigor de fría nieve, que entorpecía el fuego de mi alma, y en los estrechos lazos de oro y hebras sentí preso y sujeto al yugo el cuello. -Sextilla: responde a las mismas características que la anterior, con la única diferencia de utilizar versos de arte menor. Así la utilizó el Arcipreste de Hita: Sus fijos e su conpaña Dios, padre espiritual, de çeguedat atamaña guarde e de coyta atal; sus ganados e cabaña Sant’Antón guarde de mal. -Copla de pie quebrado : consta de cuatro versos octosílabos y dos tetrasílabos o pentasílabos (el tercero y el sexto), y obedece al siguiente esquema: abcabc. Las más conocidas son las compuestas por Jorge Manrique con motivo de la muerte de su padre: ¿Qué se hicieron las damas, sus tocados, sus vestidos, sus olores? ¿Qué se hicieron las llamas de los fuegos encendidos de amadores? 3.2.6. Estrofas de ocho versos: -Copla de arte mayor: consta de ocho versos de arte mayor (generalmente dodecasílabos) con la siguiente combinación de rima: ABBAACCA. Veamos un ejemplo de juan de Mena: Assí lamentaua la pía matrona al fijo querido que muerto tú viste, faziéndole encima semblante de triste, segund al que pare faze la leona; pues donde podría pensar la persona los daños que causa la triste demanda de la discordia el reyno que anda, donde non gana ninguno corona. -Octava real: los versos que la constituyen son de arte mayor y su rima responde al siguiente esquema: ABABABCC. Así podemos leer en Luis de Góngora: Donde espumoso el mar sicilïano el pie argenta de plata al Lilibeo (bóveda o de las fraguas de Vulcano, o tumba de los huesos de Tifeo), pálidas señas cenizoso un llano -cuando no del sacrílego deseo- del duro oficio da. Allí una alta roca mordaza es a una gruta, de su boca. 3.2.7. Estrofas de diez versos: -Décima: también llamada décima espinela, está formada por versos octosílabos cuya rima responde al siguiente esquema: abbaaccddc. Un ejemplo lo encontramos en Calderón de la Barca: Sueña el rico en su riqueza, que más cuidados le ofrece; sueña el pobre que padece su miseria y su pobreza; sueña el que a medrar empieza, sueña el que afana y pretende; sueña el que agravia y ofende; y en el mundo, en conclusión, todos sueñan lo que son aunque ninguno lo entiende. 4. El poema. Es una composición en verso que contiene un mensaje completo. Los poemas pueden estar estructurados en estrofas o no, de modo que podríamos clasificarlos en poemas estróficos (los que están constituidos por estrofas) y poemas no estróficos (aquellos que no están estructurados en estrofas. 4.1. Poemas estróficos. Nos fijaremos en tres tipos: el zéjel, el villancico y el soneto. - El zéjel: procede de la poesía arábigo-andaluza y aparece en castellano en el siglo XIV. Está formado por versos octosílabos y tiene la siguiente estructura: estribillo (uno o dos versos), mudanza (tres versos monorrimos), vuelta (un verso que rima con el estribillo), resultando el siguiente esquema: aa bbba. Veamos un ejemplo de Gil Vicente: Dicen que me case yo: no quiero marido,no. Más quiero vivir segura n’esta sierra a mi soltura, que no estar en ventura si casare bien o no. Dicen que me case yo: no quiero marido, no. Madre, no seré casada por no ver vida cansada, o quizá mal empleada la gracia que Dios me dió. -El villancico: Era la canción popular más típica en la Edad Media y ha seguido cultivándose hasta la actualidad. Está escrito en versos hexasílabos u octosílabos. La estructura más frecuente es la siguiente, aunque puede presentar otras, se divide en dos partes: el estribillo (formado por dos, tres o cuatro versos), que se repite a lo largo de todo el poema; y el pie (estrofa de seis o siete versos de los que los últimos riman con el estribillo). Veamos un ejemplo de Miguel de Cervantes: En los estados de amor, nadie llega a ser perfecto, sino el honesto y secreto. Para llegar al süave gusto de amor, si se acierta, es el secreto la puerta, y la honestidad la llave; y esta entrada no la sabe quien presume de discreto, sino el honesto y secreto. -El soneto: de origen italiano, después de un intento fallido del Marqués de Santillana, se introduce en España en el Renacimiento. Es el poema estrófico que más fortuna ha tenido a lo largo de la historia de la literatura. Está formado por dos cuartetos y dos tercetos, generalmente endecasílabos, y de rima consonante. El esquema clásico es el siguiente: ABBA ABBA CDC DCD (la estructura de los tercetos admite otras variantes, como CDE CDE, o CDE DCE, etc.). A lo largo del tiempo se han ido introduciendo innovaciones, como cambiar los cuartetos por serventesios (ABAB ABAB), o variar la rima del segundo cuarteto respecto al primero (ABBA CDDC). Fijémonos en el siguiente ejemplo de Luis de Góngora, que responde a la estructura clásica: Mientras por competir con tu cabello, oro bruñido, el Sol relumbra en vano, mientras con menosprecio en medio el llano mira tu blanca frente el lilio bello; mientras a cada labio, por cogello, siguen más ojos que al clavel temprano, y mientras triunfa con desdén lozano del luciente cristal tu gentil cuello; goza cuello, cabello, labio y frente, antes que lo que fue en tu edad dorada oro, lilio, clavel, cristal luciente, no solo en plata o vïola troncada se vuelva, más tú y ello juntamente en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada. 4.2. Poemas no estróficos. Dos serán los poemas no estróficos que aquí consideraremos: el romance y la silva. -El romance: está formado por una serie más o menos extensa de versos octosílabos, de los cuales riman los pares en asonante, quedando sueltos los impares. Veamos un fragmento de un romance épico: En Santa Gadea de Burgos do juran los hijosdalgo, allí toma juramento el Cid al rey castellano sobre un cerrojo de hierro y una ballesta de palo. Las variantes del romance se justifican por el abandono del octosílabo en favor de otros metros. Así, cuando los versos son heptasílabos, el romance se conoce como endecha; si son de menos de siete sílabas, se le denomina romancillo; y si se construye con endecasílabos recibe el nombre de romance heroico. -La silva: es una serie poética ilimitada en la que se combinan, a voluntad del poeta, versos heptasílabos y endecasílabos, con rima consonante, aunque muchas veces se introducen también versos sueltos. Un ejemplo lo encontramos en Luis de Góngora: Era del año la estación florida en que el mentido robador de Europa -media Luna las armas de su frente, y el Sol todos los rayos de su pelo-, luciente honor del cielo, en campos de zafiro pasce estrellas; cuando el que ministrar podía la copa a Júpiter mejor que el garzón de Ida, -naúfrago y desdeñado, sobre ausente-, lagrimosas, de amor, dulces querellas da al mar; que condolido, fue a las ondas, fue al viento el mísero gemido, segundo de Arïón dulce instrumento. Los Recursos literarios, estilísticos o figuras retóricas.- Los llamados “recursos literarios” son el objeto de estudio de la Retórica (“arte del bien decir, de embellecer la expresión de los conceptos, de dar al lenguaje escrito o hablado eficacia bastante para deleitar, persuadir o conmover”, según el diccionario académico). El estudio de estos desemboca en un arte, un sistema de reglas extraídas de la experiencia, es decir, de los textos literarios, pensadas lógicamente de modo y manera que, una vez formuladas puedan ser utilizadas repetidamente. Así por ejemplo, al encontrarnos en un verso la expresión “son tus ojos dos pozos de estrellas”, podemos decidir llamar a este recurso “imagen”, estableciendo que en ella aparece el término real –“ojos”-, y el término con el que lo asociamos –“dos pozos de estrellas”-, y que, además, ha de haber una cierta relación lógica entre ambos, como en este caso queda establecida por el número (“dos”), la forma de las dos realidades (“ojos” y “pozos”, ambos de forma redondeada; el brillo de los ojos y su capacidad para repetir imágenes, lo mismo que el agua de un pozo). De este modo se pueden elaborar una teoría de las figuras retóricas: primero la experiencia [el texto], luego la explicación [la teoría que explica la figura y que permite que ésta pueda ser usada por autores posteriores, no desde la casualidad o la intuición, sino desde el conocimiento] y, finalmente, el nombre de la figura retórica. Las figuras retóricas, también llamadas literarias o recursos estilísticos, son procedimientos utilizados dentro de lo que hemos llamado uso literario de la lengua y que consisten, esencialmente, en una desviación del uso normal de la lengua, con la finalidad no sólo de embellecer el mensaje sino también, como ya hemos visto, de hacerlo más preciso y exacto. No nos parece suficientemente real decir de unos ojos que son dos, sino que creemos que su belleza ha de encontrar las palabras adecuadas para que el lector, u oyente, sea capaz de entenderla, y para ello nos parece más adecuado hablar de “dos pozos de estrellas”. Los principales recursos literarios pueden organizarse en tres grandes apartados, de acuerdo con el nivel de análisis de la lengua en el que se apoyen. Distinguiremos aquí las figuras que se fundamentan en el nivel fónico de la lengua (es decir, afectan a los fonemas), las que lo hacen en el nivel sintáctico (esto es, se refieren a las relaciones que se establecen entre los sintagmas que constituyen los enunciados, o a las que mantienen los propios enunciados entre sí) y las que se basan en el nivel semántico (lo que es lo mismo que hablar de las figuras retóricas que encuentran su razón de ser en los significados de los signos lingüísticos). 1. Fónicas: Aliteración : Repetición inusual de uno o más fonemas. Frecuente en la mayor parte de la poesía primitiva excepto en la griega. Base de la versificación primitiva germánica, frecuente en latín y recurso popular de la poesía moderna. “Bajo el ala aleve del leve abanico” (R. Darío). “Movióla el sitio umbroso, el manso viento, / el suave olor de aquel florido suelo” (Garcilaso). “Un no sé qué que queda balbuceando” (S. Juan de la Cruz). “Y la palabra suena en el vacío. Y se está solo” (Aleixandre). Onomatopeya : Se puede considerar una variante de la aliteración. Consiste en imitar sonidos reales, ruido de movimientos o de acciones mediante la repetición de fonemas. “En el silencio sólo se escuchaba, / un susurro de abejas que sonaba” (Garcilaso de la Vega). “El ruido con que rueda la ronca tempestad” (Zorrilla). “Torrente prodigioso, calma, acalla / Tu trueno aterrador, disipa un tanto / Las tinieblas que en torno te circundan / y déjame mirar tu faz serena, / Y de entusiasmo ardiente mi alma llena”. (José Mª Heredia). 2. Sintácticas: Elipsis : Se suprimen elementos de la estructura sintáctica, evitando que se alteren la comprensión y el sentido. Suele utilizarse para focalizar el texto en torno a un elemento concreto, para suprimir el movimiento (prescindiendo de los verbos) o para dotar de mayor agilidad al texto. “¡Primavera soriana, primavera / humilde, como el sueño de un bendito, / de un pobre caminante que durmiera / de cansancio en un páramo infinito!” (A. Machado). “Rostro de blanca nieve, fondo en grajo; / la tizne, presumida de ser ceja; / la piel, que está en un tris de ser pelleja; / la plata, que se trueca ya en cascajo” (Quevedo). “El deseo en los cines y en las medias de seda” (P. Gimferrer). “Un tren: silbido, ráfaga. / ¡Desgarrado el poniente! / Lejanías humean” (J. Guillén). Asíndeton : Omisión de conjunciones. Por un lado, permite crear la sensación de acumulación y, por otro, dejar abierta la enumeración. También puede transmitir más ritmo al texto. “Vuela como una torpe mariposa moribunda, rozando, en leves golpes, las paredes, los muebles, la lámpara encendida” (C. J. Cela). “Cómo me ata / la cúpula celeste, / el volumen de un árbol, / el mar que al fuego tiende, / el relámpago vivo / que en el sueño detiene / su momento” (P. Gimferrer). “No hay dilación, no hay márgenes, no hay ríos” (J. Guillén). Polisíndeton :La sucesión de muchas conjunciones que no serían necesarias. En este caso se transmite mayor morosidad al texto. “Y luego Cortés envió por ellas y a todos les mandó dar de comer lo mejor que en aquella sazón había en el real, y porque era tarde y comenzaba a llover, mandó Cortés que luego se fuesen a Cuyuacán, y llevó consigo a Guatemuz y a toda su casa y familia y a muchos principales...” (Bernal Díaz del Castillo). “Pero escribo también para el asesino. Para el que con / los ojos cerrados se arrojó sobre un pecho y comió / muerte y se alimentó, y se levantó enloquecido” (Aleixandre). “Serpiente o mármol o marfil / en el silencio ovalado de la plaza” (P. Gimferrer). Anáfora : Repetición de una palabra al comienzo de versos o enunciados o, en definitiva, al comienzo de cualquier estructura sintáctica. “¿Qué trabajo no paga el niño a la madre cuando ella le detiene en el regazo, desnudo, cuando él juega con ella, cuando la hiere con la manecita, cuando la mira con risa, cuando gorjea?” (Fray Luis de León). “Los caballos eran fuertes. / Los caballos eran ágiles” (J. Santos Chocano). “Oh, qué joven eres. / Qué joven, qué jovencísimo, qué recién nacido. Qué ignorante” (Aleixandre). “Tanto poema escrito en unos meses, / tanta historia sin nombre ni color ni sonido, / tanta mano olvidada como musgo en la arena, / tantos días de invierno que perdí y reconquisto” (P. Gimferrer). Epífora : repetición de uno o varios elementos al final del verso o de un grupo sintagmático: “I en las entrañas de mi Luz es nieve; Fuego no ai qu’ella no torne nieve” (F. de Herrera). Anadiplosis : repetición de uno o varios elementos finales de un verso o de un grupo sintagmático al comienzo del siguiente verso o grupo: “Muy doliente estaba el Cid, / De trabajos muy cansado, / Cansado de tantas guerras / Como por él han pasado” (Romancero del Cid). “Sobre el corazón un ancla / y sobre el ancla una estrella / y sobre las estrella el viento / y sobre el viento la vela” (Rafael Alberti). “Oye, no temas, y a mi ninfa dile, / dile que muero” Villegas. Epanadiplosis : repetición de uno o varios elementos al comienzo y al final de una estructura sintáctica o de un verso: “Verde que te quiero verde / verde viento, verdes ramas” (Federico García Lorca). Enumeración : Lista detallada de los puntos principales, como se suele hacer al final de una argumentación. “Tengo en el alma puesto / su gesto tan hermoso, / y aquel saber estar adonde quiera; / el recoger honesto, el alegre reposo, el no sé qué de no sé qué manera; / y con llaneza entera / el saber descansado, / el dulce trato hablando, / el acudir callando, / y aquel grave mirar disimulado” (Juan Boscán). “Saturno alado, rüido/ con alas, átomo armado, / bruja ave, aguijón alado, / cruel sangrador zumbido, / menestril, pulga, cupido, / clarín, chinche, trompetero; / no toques, mosca barbero, / que, mosquito postillón, / le vienes a dar rejón, / sin ser marido, a mi cuero” (Quevedo). “Hemos andado caminos, estepas, trochas, llanazos” (Aleixandre). Hipérbaton : Alteración del orden natural de los elementos de una frase o de un sintagma. “Cuanta el mundo beldad mirar podría, / celas con importuna e invidiosa arte” (Gutierre de Cetina). “Estas que me dictó, rimas sonoras / culta si, aunque bucólica Talía / -oh excelso Conde-, en las purpúreas horas / que es rosas la alba y rosicler el día, / ahora que de luz tu Niebla doras / escucha, al son de la zampoña mía, / si ya los muros no te ven de Huelva / peinar el viento, fatigar la selva” (Góngora). Paralelismo : Especie de repetición. Puede ser de sonido, de estructura o de significado. “¿Qué te ríes, filósofo cornudo? / ¿Qué sollozas, filósofo anegado? / Sólo cumples, con ser recién casado, / como el otro cabrón, recién vïudo” (Quevedo). “Vive para ti solo, si pudieres; / pues sólo para ti, si mueres, mueres” (Quevedo) “El mar hierve y ríe / con olas azules y espumas de leche y de plata, / el mar hierve y ríe / bajo el cielo azul. / El mar lactescente, / el mar rutilante, / que ríe en sus liras de plata sus risas azules... / ¡Hierve y ríe el mar!” (A. Machado). Polipote(poliptoton) : combinación de distintas palabras que comparten un mismo signo léxico. “Qué alegría, vivir / sintiéndose vivido” (Pedro Salinas). “Hermoso es, hermosamente humilde y confiante” (Vicente Aleixandre). Quiasmo : Pasaje equilibrado en que la segunda parte invierte el orden de la primera. Responde a la fórmula AB / BA. Los elementos A y B pueden ser clases de palabras, funciones sintácticas o palabras concretas. “Pródigo aquí y allí no avaro” (Cervantes). “Verde brillor sobre el oscuro verde” (J.R.J.). “Que si son penas las culpas, / que no sean culpas las penas” (Sor Juana Inés de la Cruz). “Para morir el hombre de Dios no necesita, / Mas Dios para vivir necesita del hombre” (Luis Cernuda). 3. Semánticas: Comparación o símil : Comparación de dos cosas de diferente categoría basada en uno o varios puntos de parecido y cuando esta asociación de ideas pone de relieve o aclara el original. “Subes de ti misma, / como un surtidor / de una fuente” (J.R.J.). “Las casas bajas como animales tristes / a su sombra dormían” (Aleixandre). Metáfora : Sustitución de una realidad por otra o identificación de dos realidades. Aunque a veces se define, en líneas generales, como una comparación “implícita”, “un símil sin como ni igual que”, la metáfora es lógica y quizá filológicamente, la primera de las figuras en el tiempo. Cuando aparecen los dos términos (el real y el evocado) estamos ante una metáfora in praesentia (Ullmann) o metáfora impura que corresponde exactamente a lo que, más abajo, hemos llamado imagen. Cuando no aparece el término real, sino solamente el metafórico, estamos ante la metáfora pura. “¡Oh bella Galatea, más süave / que los claveles que tronchó la Aurora; / blanca más que las plumas de aquel ave / que dulce muere y en las aguas mora!” (Góngora). “Quietas, dormidas están, / las treinta redondas blancas” (P. Salinas). “Enhiesto surtidor de sombra y sueño / que acongojas el cielo con tu lanza” (G. Diego). “Salí a la calle y no vi a nadie, / salí a la calle y no vi a nadie, / ¡oh, Señor!, desciende por fin / porque en el Infierno ya no hay nadie” (L. M. Panero). “Yo fui. / Columna ardiente, luna de primavera, / Mar dorado, ojos grandes” (L. Cernuda). “Jaula de un ave invisible, / Del agua hermana y del aire, / A cuya voz solicita / Pausada y blanda la mano” (Luis Cernuda). Imagen : Expresión evocadora de un objeto que se resuelve en la fórmula “A [término real] es B [término evocado]”. Es lo que arriba hemos llamado “metáfora impura”. “Quiero saber si tu alma es un jardín de rosas, / o un pozo verde, con serpientes y cadenas” (J.R.J.). “¡Oh mar, azogue sin cristal; / mar, espejo picado de la nada!” (J.R.J.). “El tiempo es una llanura / y mi memoria un caballo” (M. Altolaguirre). “La guitarra es un pozo / con viento en vez de agua” (G. Diego). Antítesis : Es la oposición de ideas por medio de palabras diametralmente opuestas. Va asociada con el resurgimiento del clasicismo y del arte consciente en la literatura moderna. También puede definirse como la oposición de dos ideas, pensamientos, expresiones o palabras contrarias. “¡Madre mía, tierra; / sé tú siempre joven, / y que yo me muera!” (J.R.J.). “La tierra duerme. Yo, despierto, / soy su cabeza única” (J.R.J.). “No bajo montes de tierra, / sino que escalo cimas de aire” (M. Altolaguirre). “Sabiendo nada más que vivir es estar a solas con la muerte” (Luis Cernuda). Paradoja : Se unen ideas opuestas en un solo juicio. “Y fue castigo y gloria el ver tus ojos, / cuando fue dicha y fue delito el verte” (Quevedo). “Oh muerte que das vida. Oh dulce olvido” (Fray Luis de León). “Mejor vida es morir que vivir muerto” (Quevedo). “Es hielo abrasador, es fuego helado” (Quevedo). “Que te acuerdes de mí pido / siquiera para olvidarme” (Quevedo). “¡Ay oscura claridad!” (Cervantes). “Soy un vivo muriendo a cuerpo entero / corro despacio y es lenta mi prisa” (C. E. De Ory). Ironía : Se da a entender lo contrario de lo que se dice; el receptor debe hallarse al tanto del doble significado. “Yo vy en corte de Roma, do es la Santidad, / que todos al dinero fazen grand homildat, / grand onrra le fazian con grand slepnidat, / todos a el se omillan commo a la magestat. / Fazie muchos priores obispos E abbades, / arçobispos, doctores, patriarcas, potestades; / a muchos clerigos nesçios davales dinidades, / fazie de verdat mentiras e de mitiras verdades. / Fazia muchos clerigos e muchos ordenados, / muchos monges e mongas, Religiosos sagrados, / el dinero lo daua por byen examinados, / a los pobres desian que non eran letrados” (Arcipreste de Hita). Personificación o prosopopeya : Se llama así al hecho de dotar a cualidades abstractas, términos generales, objetos inanimados o seres vivos de otra especie, con atributos humanos, especialmente sentimientos. “Pasa veloz del mundo la figura, / y la muerte los pasos apresura; / la vida nunca para, / ni el Tiempo vuelve atrás la anciana cara” (Quevedo). “¡Qué quietas están las cosas, / y qué bien se está con ellas! / Por todas partes, sus manos / con nuestras manos se encuentran” (J.R.J.). “El aire me está mirando / y llora en mi oscuro cuerpo” (M. Altolaguirre). “En esas horas miserables / en que nos hacen compañía / hasta las manchas de nuestro traje” (J. Gil de Biedma). Hipérbole : Exageración con fines distintos a la credibilidad. “Los ojos, cuya lumbre bien pudiera / tornar clara la noche tenebrosa, / y escurecer al sol a mediodía” (Garcilaso). “Era mi dolor tan alto, / que la puerta de la casa / de donde salí llorando / me llegaba a la cintura” (M. Altolaguirre). Interrogación retórica: Pregunta que no exige respuesta. También podemos definirla como la figura que consiste en presentar una afirmación vehemente en forma de pregunta. “¿Quién al mayor delito se resiste? / ¿Qué cortesano habrá que no se afrente / de que le exceda en vida delincuente / el que a los ojos, que pretende, asiste?” (Quevedo). “El vano confiar y la hermosura, / ¿de qué nos sirve cuando en un instante / damos en manos de la sepultura?” (Cervantes). Metonimia [hipálage]: Forma de sinécdoque en la cual se usa un nombre con la intención de referirse a otro. Responde a la fórmula pars pro parte. “Pero eran cuatro puñales / y tuvo que sucumbir” (F. García Lorca). “Plato, papel, cierta tranquilidad para escribir. / Un empleo. Unas vigas / a plazos” (F. Quiñones). Sinécdoque : Esta figura responde a la fórmula lógica pars pro toto o totum pro parte. “La carne quedó fría” (M. Altolaguirre). “No oiré la luz del día, / porque tu orgullo terco, / rubio y alto, lo impide” (M. Altolaguirre). “Este armazón de huesos y pellejo, / de pasear una cabeza loca / cansado se halla al fin” (G. A. Bécquer). Sinestesia : consiste en atribuir la percepción de un fenómeno a un sentido distinto del que le es propio. “Pero sólo el gamo oye la noche de la ciudad” (J. Lezama Lima). “Habrá un silencio verde / todo hecho de guitarras destrenzadas” (G. Diego). Pleonasmo : empleo de palabras redundantes. “De los sus ojos tan fuertemente llorando” (Poema de Mio Cid). “Castellanos de Castilla,/ nunca habéis visto la mar” (Rafael Alberti).

Morfosintaxis del español

Morfología del español. - Distinguiremos nueve grandes grupos de palabras en español, grupos a los que nos referiremos como “clases de palabras”. Para llevar a cabo esta clasificación nos hemos de fijar tanto en la composición morfológica de las palabras, es decir, con qué clase de morfemas se combinan, como en su comportamiento sintáctico, esto es, con qué otras palabras se relacionan y cómo. Además, es necesario considerar el hecho de que aquí estamos hablando de palabras que constan, al menos, de un lexema y que pueden realizar una función sintáctica. Teniendo esto en cuenta diferenciaremos ocho clases de palabras: sustantivo, pronombre, adjetivo, adverbio, verbo, infinitivo, participio y gerundio. Hemos de añadir, por razones que no vienen al caso, el artículo, a pesar de no contener lexema alguno. Hay en español, como en otras lenguas, palabras que carecen de lexema o, lo que es lo mismo, son morfemas. Así, las preposiciones y conjunciones son morfemas utilizados para relacionar unos elementos con otros y permitir la creación de oraciones y textos. Dedicaremos las próximas páginas a intentar una definición de las distintas clases de palabras que nos permita identificarlas. Sustantivo. - Las palabras pertenecientes a esta clase son el resultado de la combinación de un lexema y los morfemas de género y número, como “gato”. No hay que olvidar, sin embargo, que algunos sustantivos del español constan de dos lexemas (las llamadas palabras compuestas), como “parachoques”; y que muchos otros constan también de morfemas derivativos (prefijos, infijos y sufijos), como “librería”, “disgusto”, etc. Habitualmente, los sustantivos suelen ir precedidos de artículo (el, la, lo, los, las) o de un adjetivo determinativo, como “el libro”, “ese libro” o “mi libro”. Las posibles clasificaciones del sustantivo se apoyan en su referente, es decir, no se fijan en el significante ni en el significado. Podemos recurrir a tres características de tipo referencial que nos servirán para distinguir algunos sustantivos de otros. Así, podemos diferenciar los sustantivos propios (“Pedro”, “María”, “Telde”, etc.), que identifican seres únicos frente a los de su misma especie, de los comunes (“gatos”, “ciudad”, “personas”, etc.), que sirven para referirse a todos los seres de una misma especie. Dentro de los sustantivos propios, podemos diferenciar los referidos a personas o antropónimos, de los referidos a lugares o topónimos. También podemos distinguir los sustantivos que se refieren a una realidad física, que podemos percibir a través de los sentidos, llamados concretos (“piedra”, “oveja”, “mar”, etc.), de aquellos que aluden a realidades intelectuales, llamados abstractos (“amor”, “paz”, “entusiasmo”, “bondad”, etc.). Otra distinción suele establecer dos grupos: individuales, cuyo referente es la unidad, de colectivos, sustantivos que en singular aluden dos o más unidades. Pronombre. - El pronombre es el resultado de la combinación de un lexema y de los morfemas de género, número, persona y caso. Este último morfema sólo lo encontramos en los pronombres personales, y se utiliza para indicar que una misma palabra cambia su forma según la función sintáctica que realice. De este modo, el pronombre personal de primera persona singular tendrá la forma “yo” cuando realice la función sintáctica de sujeto, pero la forma “me” cuando desempeñe las de complemento directo o indirecto. El pronombre se caracteriza por realizar las mismas funciones sintácticas que el sustantivo. De acuerdo con su significado (esto es, semánticamente) podemos distinguir las siguientes clases de pronombres: los ya mencionados personales (“yo”, “tú”, “él”, “nosotros”, “le”, “les”, “lo”, “la”, “los”, “las”, “se”, “sí”, “mí”, “me”, etc.); los demostrativos, cuyas formas coinciden con las de los adjetivos del mismo nombre y que se distinguen de éstos por no depender de un sustantivo (“éste”, “ése”, “aquél”, “esto”, “eso”, etc.); los indefinidos, de los cuales algunos coinciden en la forma con los adjetivos del mismo nombre (“uno”, “alguno”, “nada”, “nadie”, “alguien”, “algo”, etc.); los numerales, que, como los anteriores, tienen la misma forma que sus adjetivos homónimos (“dos”, “trece”, etc.); los relativos (“que”, “quien”, “cúyo”); y los interrogativos-exclamativos, cuyas formas coinciden con los adjetivos de su mismo nombre (“qué”, “quién”, “cuáles”, etc.). Una característica fundamental que diferencia al pronombre del sustantivo es que el primero no se puede combinar con el artículo. Así, en las siguientes oraciones una misma palabra debe identificarse como pronombre en una y como sustantivo en la otra: A. “Tres llegaron tarde” > pronombre. B. “Los tres llegaron tarde” > sustantivo. Adjetivo. - El adjetivo es el resultado de la combinación de un lexema y de los morfemas de género y número. Siempre depende de un sustantivo, con la única excepción de aquellos casos en los que el adjetivo realiza las funciones sintácticas de atributo o de predicativo, dependiendo entonces del verbo. Podemos dividir el adjetivo en dos grandes grupos: determinativos y calificativos. Dentro de los primeros podemos distinguir las siguientes clases: demostrativos (“este”, “ese”, “aquel”, “esta”, “esa”, “aquella”, etc.); posesivos (“mi”, “tu”, “su”, “nuestro”, “vuestro”, “suyo”, etc.); indefinidos (“mucho”, “mucha”, “algún”, “alguna”, “uno”, “una”, etc.); numerales (“uno”, “dos”, “primero”, “segundo”, “undécimo”, etc.); e interrogativo-exclamativos (“qué”, “cuál”, “cuánto”, “cuánta”, etc.). Los adjetivos determinativos constituyen listas cerradas, es decir, hay un número de formas limitado, sin que sea posible el aumento o disminución de las mismas. Es necesario también recordar que la aparición de un adjetivo de este tipo impide la aparición del artículo: “algunas casas”, “un coche”, “mis notas”, etc. No es posible decir *“las algunas casas”, *“el un coche”, *“las mis notas”. El adjetivo calificativo se diferencia del determinativo por constituir una lista abierta, esto es, siempre es posible que aumente el número de adjetivos calificativos con nuevas creaciones de los hablantes. Este tipo de adjetivos permite siempre la inclusión de un artículo o de un adjetivo determinativo: “nieve blanca”> “la nieve blanca” o “esta nieve blanca”. Los adjetivos calificativos poseen la posibilidad de expresar gradación. Así, pueden distinguirse tres grados: positivo (“simpático”), comparativo (“tan/más/menos simpático que”) y superlativo (“muy simpático” o “simpatiquísimo”). También es posible clasificar los adjetivos calificativos de acuerdo con su forma de incidir sobre el sustantivo al que acompañan. Podemos distinguir los explicativos, que afectarían al conjunto de elementos designado por el sustantivo (“los sufridos trabajadores”, que quiere decir que todos los trabajadores son sufridos), de los especificativos, que se referirían a una parte del grupo designado por el sustantivo (“los trabajadores sufridos”, que segrega del grupo de los trabajadores a aquéllos que son sufridos). No podemos dejar de mencionar aquí a un conjunto especial de adjetivos calificativos, los llamados epítetos, que identifican a aquéllos que expresan una cualidad inherente al sustantivo sobre el que inciden, como “la nieve blanca” o “el carbón negro”. Adverbio. - Esta clase de palabras carece de morfemas gramaticales o, lo que es lo mismo, es invariable. Los adverbios están constituidos por un lexema y, en ocasiones, por morfemas derivativos (como el sufijo “-mente”, que ha servido en español para crear numerosos adverbios a partir de las formas femeninas de los adjetivos: “bella-mente”, “buena-mente”, etc.). Otra característica del adverbio que nos permitirá su identificación es el que depende siempre de un verbo, un adjetivo u otro adverbio. De hecho encontraremos adverbios especializados en incidir sobre el verbo, como “ahora”, “aquí”, etc., frente a otros que sólo actúan sobre adjetivos o adverbios, como “muy”, “tan”, etc. Podemos realizar una clasificación del adverbio de acuerdo con su significado. Diferenciaríamos así las siguientes clases: lugar (“aquí”, “ahí”, “allí”, “arriba”, “delante”, “lejos”, etc.), tiempo (“hoy”, “ayer”, “ahora”, “mañana”, “siempre”, “ya”, “jamás”, etc.), modo (“bien”, “mal”, “así”, “despacio”, etc.), cantidad (“más”, “mucho”, “casi”, “bastante”, etc.), afirmación (“sí”, “cierto”, “también”, etc.), negación (“no”, “nunca”, “tampoco”, etc.) y duda (“acaso”, “quizás” o “quizá”, etc.). Verbo. - Es ésta una clase de palabras fácilmente identificable puesto que posee morfemas ajenos a todas las demás. El verbo es una palabra que resulta de la combinación de un lexema y de los morfemas de número, persona, tiempo, modo y aspecto; los tres últimos sólo los encontramos en el verbo. En español es el verbo el núcleo de la oración o, dicho de otro, el elemento del que dependen las demás palabras. Su conjugación se organiza en tres grandes modelos llamados primera (infinitivo en “-ar”, como “amar”), segunda (infinitivo en “-er”, como “temer”) y tercera (infinitivo en “-ir”, como “partir”) conjugaciones. Los verbos que se ajustan a estos modelos se denominan regulares, pero hay no pocos verbos en español que se apartan en algunas formas del modelo; a éstos se les llama irregulares (como “ir”, “decir”, “ver”, “hacer”, etc.). Los verbos pueden clasificarse en dos grandes grupos: 1) predicativos, que son los que son susceptibles de combinarse con complemento directo (o, mejor, no se combinan con la función atributo), como “vivir”, “saltar”, “correr”, etc.; es este el grupo al que pertenecen casi todos los verbos del español. 2)Copulativos, verbos que se construyen con atributo y constituyen un pequeño grupo: “ser”, “estar”, “parecer”, “semejar”, “resultar” y “quedar”. Infinitivo. - El infinitivo es una clase de palabras que, como las dos siguientes, se suele denominar “forma no personal” del verbo, pero que en realidad es una suerte de mezcla de verbo y sustantivo. Morfológicamente se caracteriza por estar constituido por un lexema y los morfemas “-ar”, “-er” o “-ir”. Sintácticamente se comporta como un sustantivo, pero los elementos que pueden depender de él son los mismos que pueden depender de un verbo. Participio. - Esta clase de palabras comparte características verbales y adjetivas. Está formado por un lexema, los morfemas “-ad-”, “-id-”, y los morfemas de género y número. Como el verbo, presenta formas regulares (como “llegado”, “temido”, “vivido”, etc.) e irregulares (como “hecho”, “roto”, etc.). Como el adjetivo, puede incidir sobre un sustantivo y es entonces variable en género y número, para concordar con el mencionado sustantivo: “los trabajos acabados”, “la carta recibida”, etc. Gerundio. - Como los dos anteriores, comparte características del verbo y, en este caso del adverbio. Su forma es resultado de la unión de un lexema y los morfemas “-ando” o “-iendo”. Como el adverbio, es invariable. Como el verbo, los elementos que de él dependen son los mismos que pueden depender de un núcleo verbal (como sujeto, complemento directo, etc.). Elementos de relación. - Los elementos de relación no constituyen una clase de palabras ya que carecen de lexema. Sin embargo es necesario conocerlos pues el hablante necesita usarlos continuamente para construir oraciones. Podemos distinguir dos grandes grupos: 1) preposiciones: se utilizan para subordinar un elemento a otro. En español existen las siguientes preposiciones: “a”, “ante”, “bajo”, “cabe”, “con”, “contra”, “de”, “desde”, “en”, “entre”, “hacia”, “hasta”, “para”, “por”, “según”, “sin”, “so”, “sobre” y “tras”. 2)Conjunciones: sirven tanto para unir elementos de la misma importancia, sean éstos palabras u oraciones (llamadas coordinantes), como para subordinar (llamadas subordinantes) . Algunas de las conjunciones más habituales en castellano son “y”, “o”, “pero”, “mas”, “que”, etc. Sintaxis del español. - Introducción. - Antes de afrontar el estudio de la sintaxis del español hemos de plantearnos la definición de un concepto fundamental en sintaxis: sintagma. Se define como la unidad más pequeña de la lengua capaz de realizar una función sintáctica. Es decir, cuando nosotros analizamos oraciones no hacemos otra cosa que identificar sintagmas y averiguar la función sintáctica que realizan o, lo que es lo mismo, identificar las relaciones que se establecen entre sintagmas. Los sintagmas pueden ser simples, cuando los forman un solo elemento (un sustantivo, un adjetivo, un adverbio, etc.), o complejos, cuando constan de un elemento nuclear y otros que dependen de él. Ejemplos de sintagma simple serían: “libro”, “dulce”, “cerca”, etc. De sintagma complejo serían ejemplos los siguientes: “El libro aburrido”, “muy dulce”, “más cerca”, “El hombre que sabía demasiado”, etc. El análisis sintáctico consiste en la identificación de las funciones de todos los sintagmas simples y complejos que constituyen una oración, de tal modo que una vez establecida la función sintáctica que realiza un sintagma complejo hay que identificar las funciones sintácticas que existen dentro de él hasta llegar a los sintagmas simples. De acuerdo con las funciones sintácticas que son capaces de realizar podemos distinguir cuatro clases de sintagmas: * SINTAGMA NOMINAL: es aquel que puede funcionar como SUJ (sujeto), CD (complemento directo), CI (complemento indirecto), CRÉG (complemento régimen), CC (complemento circunstancial), etc. Serán sintagmas nominales aquellos cuyo núcleo sea un sustantivo, pronombre o infinitivo. También serán sintagmas nominales las llamadas “subordinadas sustantivas”. * SINTAGMA ADJETIVO: es aquel que puede funcionar como AN (adyacente de un sustantivo o un pronombre), ATRIB (atributo) y CP (complemento predicativo). Hemos de añadir, contra nosotros mismos, la función sintáctica de DET (determinante) que realizarían, en todos los casos, el artículo y los adjetivos determinativos. Serán sintagmas adjetivos aquellos cuyo núcleo sea un adjetivo o un participio. También hemos de considerar sintagmas adjetivos a las llamadas subordinadas adjetivas. * SINTAGMA ADVERBIAL: es aquel que puede funcionar como AADJ (adyacente de un adjetivo), AADV (adyacente de un adverbio), ATRIB o CC. Serán sintagmas adverbiales aquellos cuyo núcleo sea un adverbio o un gerundio. Del mismo modo, consideraremos sintagmas adverbiales a las llamadas subordinadas adverbiales. * SINTAGMA VERBAL: este sintagma se define por su núcleo, que sólo puede ser un verbo. A continuación vamos a referirnos a las diferentes funciones sintácticas que se pueden identificar en una oración. Hemos de recordar que las funciones sintácticas son las relaciones que establecemos entre los sintagmas para construir oraciones. No nos detendremos más que lo imprescindible en consideraciones acerca de la morfología y nos centraremos, esencialmente, en las funciones realizadas por los distintos sintagmas y los métodos de descubrimiento de estas funciones. Diferenciaremos las siguientes funciones: sujeto (SUJ), complemento directo (CD), complemento indirecto (CI), complemento régimen (CRÉG), complemento circunstancial (CC), atributo (ATRIB), adyacente nominal (AN), determinante (DET), adyacente adjetivo (AADJ), adyacente adverbial (AADV) y complemento predicativo (CP). Con la excepción de las funciones de determinante, adyacente nominal, adjetivo y adverbial, todas las demás funciones ponen a un elemento dependiente en relación con un núcleo de carácter verbal, sea este verbo, infinitivo, gerundio o participio. En las de determinante y adyacente nominal encontraremos a un elemento dependiente de un núcleo de carácter nominal; en la de adyacente adjetivo a uno que depende de un núcleo adjetivo; y en la de adyacente adverbial a un sintagma que depende de un adverbio. A continuación nos referiremos a cada una de estas funciones sintácticas, fijándonos en los sintagmas que pueden realizarlas así como en las características que nos permiten su identificación. Sujeto. - La función sintáctica de sujeto la realizará siempre un sintagma nominal (SN), es decir un sintagma cuyo núcleo será un sustantivo, un pronombre o un infinitivo. Lo que caracteriza a esta función sintáctica es la concordancia del núcleo del sintagma que creemos sujeto con el verbo del que depende en número y persona. Así, en las siguientes oraciones: A. “Me gustaban mucho los helados”. B. “Yo no sabía nada”. C. “El profesor me aburre mucho”. Identificaremos como sujetos a “los helados” (A), “yo” (B) y “el profesor” (C). Cualquier variación que introduzcamos en el número o en la persona del sujeto debe ir acompañada de una variación en el verbo, si queremos mantener una estructura gramaticalmente correcta. De este modo obtendríamos lo siguiente: A. *“Me gustaban mucho el helado” . A. “Me gustaba mucho el helado”. B. *“Tú no sabía nada”. B: *“Nosotros no sabía nada”. B: “Nosotros no sabíamos nada”. C. *“Los profesores me aburre mucho”. C. “Los profesores me aburren mucho”. Puede darse el caso, que más arriba hemos mencionado, de que realice la función de sujeto un sintagma nominal cuyo núcleo sea un infinito, elemento de carácter verbal que no varía ni en persona ni en número. En estos casos el verbo del que es sujeto el infinitivo está siempre en tercera persona y singular y no es posible cambiarlo a plural sin dar lugar a una oración inaceptable. En los siguientes casos encontramos dos infinitivos que funcionan como sujeto: A. “Estudiar es muy divertido”. B. “Me encanta leer”. En A. “estudiar” y en B. “leer”. Si ahora ponemos los verbos de ambas frases en plural nos encontramos con esto: A. *“Estudiar son muy divertido”. B. *“Me encantan leer”. Como hemos visto, de algún modo se puede decir que el infinitivo también concuerda con el verbo del que depende al obligarlo a permanecer en singular. Finalmente, podemos añadir una última característica del sujeto: nunca va precedido de preposición. Complemento directo. - Esta función sintáctica la realizan los mismos elementos que la anterior (sintagmas nominales). Reconoceremos a los elementos que la realizan por una característica fundamental: al eliminar un elemento que funciona como complemento directo aparecerá en su lugar un pronombre personal lo, la, los o las, según el género y el número del elemento eliminado. Dicho de otra manera, siempre que un elemento lleve a cabo esta función será posible sustituirlo por uno de los pronombres citados. Parece evidente que en aquellos casos en los que nos encontremos en una oración con alguno de estos pronombres, generalmente habremos de analizarlos como complementos directos. Cuando el sintagma nominal que desempeña la función de complemento directo tiene como núcleo un infinitivo siempre es sustituible por el pronombre lo, puesto que el infinitivo no tiene ni género ni número y se identificará con el elemento más general o no marcado . Por ejemplo: A. “Desea comenzar enseguida”; “Lo desea”. B. “Eduardo consiguió acabar el libro”; “Eduardo lo consiguió”. También tenemos que considerar dos casos en los que podemos tener dificultades para identificar la función sintáctica que realizan algunos pronombres. En castellano se permite el leísmo (es decir, el uso del pronombre le, les en lugar de lo, los) para aquellas situaciones en las que con el elemento que funciona como complemento directo nos referimos a un ser humano masculino . Por ejemplo: A. “Le llevé al cine”. B. “María les abrazó entusiasmada”. En ambos casos le y les han sido usados en lugar de lo y los, y en ambos casos estamos ante un complemento directo. El modo de resolver las dudas en estos casos consiste en sustituir los referentes masculinos por referentes femeninos. Aplicando esta solución a A. y B. tendríamos: A. “La llevé al cine”. B. “María las abrazó entusiasmada”. Hemos comprobado que nos encontrábamos ante dos complementos directos puesto que hemos tenido que usar la y las para referirnos al género femenino y estos pronombres siempre realizan la función de complemento directo. Algo similar a lo anterior sucede cuando se usan los pronombres personales me, te, se, nos y os. Estos elementos pueden realizar la función de complemento directo o la de complemento indirecto o formar parte del verbo. Para establecer en qué casos realizan una u otra, lo más sencillo es la sustitución del pronombre analizado por la o las, según sea singular o plural. Si es posible la sustitución y se mantiene el sentido de la oración estaremos ante complementos directos. De este modo, fijémonos en las siguientes oraciones: A. “Mi mamá me mima”. B. “Te vi en aquella espantosa fiesta”. C. “Juan me trajo los ejercicios hechos”. D. “Te pusieron la nota que merecías”. E. “Mi primo nos llevó al cine”. F. “El mismo primo nos compró caramelos”. Si sustituimos todos los pronombres resaltados en negrita por las formas la o las obtendremos las siguientes oraciones: A. “Mi mamá la mima”. B. “La vi en aquella espantosa fiesta”. C. *“Juan la trajo los ejercicios hechos”. D. *“La pusieron la nota que merecía”. E. “Mi primo las llevó al cine”. F. *“El mismo primo las compró caramelos”. Como hemos visto, las oraciones A., B. y E. son aceptables, es decir, en esos casos estamos ante complementos directos, mientras que en los casos de C., D. y F. los resultados de las sustituciones propuestas son inaceptables y nos indican que estamos ante complementos indirectos. Estos últimos sí admitirían la sustitución por los pronombres propios de esa función: C. “Juan le trajo los ejercicios hechos”. D. “Le pusieron la nota que merecía”. F. “El mismo primo les compró los caramelos”. El elemento que funciona como complemento directo no suele ir precedido de preposición, pero en algunas ocasiones podremos encontrarnos con que se aparece precedido de la preposición a. Esto sucede cuando es posible que se confunda el elemento que realiza la función de sujeto con aquél que desempeña la de complemento directo, como en la siguiente oración: A. “El ratón perseguía al gato”; “El ratón lo perseguía” . Complemento indirecto. - Entre esta función sintáctica y la anterior existe una estrecha relación, como acabamos de comprobar. Los elementos que pueden realizarla son los mismos que ya hemos señalado para las anteriores. El elemento que funciona como complemento indirecto aparece, con la única excepción de los pronombres personales le, les, me, te, se, nos y os, siempre precedido de la preposición a. Para identificar un elemento como complemento indirecto hemos de comprobar que es posible sustituirlo por le o les, de acuerdo con el número del elemento analizado. Así, en las siguientes oraciones: A. “María entregó el libro a la bibliotecaria”; “María le entregó el libro”. B. “Regalaba sus libros a los mendigos”; “Les regalaba sus libros”. C. “Esta asignatura me importa poco”; “Esta asignatura le importa poco”. En la oración C. aparece funcionando como complemento indirecto un pronombre personal. Puede dudarse, como hemos señalado anteriormente, entre esta función y la de complemento directo, pero esta duda queda resuelta al intentar la sustitución de “me” por “la”, sustitución que daría lugar a una oración inaceptable: *“Esta asignatura la importa poco”. Es posible que encontremos en no pocas oraciones combinaciones idénticas a las propias del complemento indirecto, es decir, un sustantivo o pronombre precedido de la preposición “a”, pero a las que no es posible sustituir por los pronombres le, les. Por ejemplo: A. “Renunció a la gloria”. B. “Él recurrió a sus hermanos para el negocio”. Los resultados de sustituir las combinaciones marcadas en negrita por pronombre dan lugar a oraciones agramaticales: A. *“La renunció”; *“Le renunció”. B. *“Él los recurrió para su negocio”, *“Él les recurrió para su negocio”. Complemento régimen. - Esta es una de las funciones sintácticas más difíciles de identificar debido a su proximidad formal con la de complemento circunstancial. El sintagma nominal es el único capaz de llevar a cabo esta función. Su apariencia es siempre la de una combinación de preposición más sintagma nominal. Para identificarla como complemento régimen ha de ser posible poder sustituir la mencionada combinación por la misma preposición más un pronombre. Asimismo es necesario que el sintagma así analizado sea imprescindible para mantener el sentido pleno del sintagma o frase en el que esté. De este modo en: A. “Nos referiremos a su situación”; “Nos referiremos a ella”. B. “Recurrió a su familia”; “Recurrió a ella”. Hemos señalado en negrita los segmentos que responden a las características propias de esta función. Complemento circunstancial. - Esta función sintáctica puede ser realizada por un sintagma nominal (cuyo núcleo puede ser un sustantivo, un pronombre o un infinitivo, normalmente precedidos por una preposición o, incluso, más raramente, por dos) o por un sintagma adverbial (cuyo núcleo puede ser un adverbio o un gerundio). El elemento que jamás funciona como complemento circunstancial es el sintagma adjetivo (cuyo núcleo es un adjetivo o un participio). Esta función sintáctica ha sido y es todavía una especie de cajón de sastre al que van a parar todos elementos a los que no podemos asignar ninguna de las funciones que aquí tratamos. Tanto es así que este método negativo es el que podemos aplicar para identificar un elemento como complemento circunstancial, de modo que llegaremos a él tras desestimar otras opciones. Los elementos que funcionan como complementos circunstanciales aportan nociones de lugar, modo, tiempo, causa, finalidad, instrumento, etc. Este listado podríamos hacerlo interminable, sólo depende de nuestra capacidad para distinguir posibilidades significativas en las distintas oraciones. Nosotros no hablaremos, en consecuencia, de clases de complementos circunstanciales, sino que nos limitaremos a identificar la función con este único nombre. En las siguientes oraciones todos los elementos señalados en negrita realizan la función de complemento circunstancial: A. “Se quedó allí”. B. “Fue al kiosco por los periódicos” . C. “La caravana pasó por sobre la loma”. D. “Ahora hay muchas oportunidades”. E. “Lo perdonó para olvidar su pasado”. F. “De ti piensa mal”. G. “El lunes vi esa película en el cine”. H. “Irrumpió en la clase diciendo tonterías” Atributo. - Esta función sintáctica puede ser realizada por todos los sintagmas excepto el verbal. Así podemos encontrar funcionando como atributo a sustantivos, pronombres, infinitivos, adjetivos, participios, adverbios y gerundios. Habitualmente es el sintagma adjetivo (adjetivos y participios) quien desempeña esta función. Veamos ejemplos ilustrativos de lo anterior: A. “Mi primo es el portero” (sustantivo). B. “Tú eres éste” (pronombre). C. “El objetivo es aprobar” (infinitivo). D. “Ellos no son presentables” (adjetivo). E. “Vosotros estáis acabados” (participio). F. “Juan está allí” (adverbio). G. “El niño está congelándose” (gerundio). Tres son las características fundamentales de esta función sintáctica: 1) siempre depende de un verbo copulativo (“ser” y “estar”) o pseudocopulativo (“resultar”, “parecer”, “quedar”). Así, en las siguientes oraciones, encontramos: A. “Los alumnos son buenos”. B. “Los animales están indefensos”. C. “El examen resultó sencillo”. D. “Este chico parece cansado”. E. “Pedro quedó anonadado”. 2) Siempre es posible sustituir el elemento que funciona como atributo por el pronombre “lo”, independientemente del género y del número del elemento analizado. Si realizamos esta sustitución en la primera serie de ejemplos, obtendríamos: A. “Mi primo lo es”. B. “Tú lo eres”. C. “El objetivo lo es”. D. “Ellos no lo son”. E. “Vosotros lo estáis”. F. “Juan lo está”. G. “El niño lo está”. Y 3), si es posible, el elemento que realiza esta función concuerda en género y número con el sujeto de la oración, como en las siguientes oraciones: A. “Los colores son variados”. B. “Tus amigas resultan simpáticas”. C. “Mis alumnos parecen los mejores”. D. “Mi gato está enfermo”. Complemento predicativo. - Esta es una función sintáctica de características similares a la anterior, desde el punto de vista semántico. Se diferencia de ella en que se identifica en oraciones cuyo núcleo es un verbo “predicativo” (es decir, “no copulativo”). También se distingue de la anterior porque los elementos que pueden realizarla se reducen a sintagma nominal y sintagma adjetivo. Asimismo, es imposible sustituir a un segmento que realice esta función por el pronombre “lo”, característica de la función atributo. El elemento que desempeñe la función de complemento predicativo ha de concordar en género y número con el sujeto o con el complemento directo, ya que con ambas funciones sintácticas se relaciona. Veamos algunos ejemplos en los que aparecen en negrita los elementos que funcionan como complemento predicativo: A. “Elena saltó la primera”. B. “El río bajaba turbio”. C. “Felipe llamó insensatas a las chicas”. En algunas ocasiones el hablante puede evitar referirse al sujeto, siendo entonces el elemento que desempeña la función de complemento predicativo quien nos informa del género y del número de aquel. Esto no sucede cuando es al complemento directo al que está vinculado el complemento predicativo. Si eliminamos en los ejemplos anteriores los segmentos mencionados, obtendremos: A. “Saltó la primera” (sabemos que el sujeto es un femenino singular). B. “Bajaba turbio” (sabemos que el sujeto es un masculino singular). C. *“Felipe llamó insensatas” (la oración resultante es agramatical, no podemos prescindir del elemento que funciona como complemento directo). Adyacente nominal, adjetivo y adverbial. - Identificaremos como adyacente nominal a todos aquellos segmentos que dependan de un sustantivo o un pronombre; como adyacente adjetivo a los que lo hagan de un adjetivo; y como adyacente adverbial a los que dependan de un adverbio. Obsérvese que, con la excepción de estas funciones, todas las demás a las que nos hemos referido arriba relacionan a un elemento dependiente con un núcleo de tipo verbal (verbo, infinitivo, participio o gerundio). De este modo, la característica esencial de estas funciones sintácticas es su dependencia de un núcleo no verbal. Así, en los siguientes ejemplos, todos los elementos en negrita realizan alguna de estas tres funciones sintácticas: A. “El coche rojo va muy lento” [AN y AADJ]. B. “Uno, cansado de esperar, se marchó” [AN]. C. “El muchacho es demasiado simpático” [AADJ]. D. “Estamos muy cerca de conseguirlo” [AADV]. Si decidiésemos prescindir de los segmentos resaltados, nos daríamos cuenta de que el sentido de la oración no se ve afectado esencialmente: A. “El coche va lento”. B. “Uno se marchó”. C. “El muchacho es simpático”. D. “Estamos cerca”. En definitiva, los elementos que realizan la función de adyacente nominal, adjetivo o adverbial, no son imprescindibles para mantener el sentido de la oración en la que aparecen. Determinante. - Esta función sintáctica aparece aquí para evitar contradicciones o discusiones innecesarias . En general, se dice que realizan esta función el artículo y los adjetivos determinativos. Así: A. “El primo de aquella chica regresó enfermo a su pueblo”. B. “Renunciaron a sus prebendas”. Se entiende que los elementos que aparecen en negrita funcionan como determinantes. Sintaxis de la oración compuesta y compleja. - En las páginas anteriores nos hemos referido a la oración simple. Se caracteriza ésta por construirse en torno a un núcleo constituido por el único verbo que puede aparecer en ella: en la oración simple sólo hallaremos un verbo conjugado. Cuando comparecen dos o más formas verbales debemos hablar de oraciones compuestas y complejas. La oración compuesta. - Utilizamos la expresión oración compuesta para referirnos a oraciones en las que identificamos dos o más verbos sin que ninguno de ellos esté subordinado o dependa de otro elemento. La oración compuesta no es otra cosa que el resultado de la unión de dos o más oraciones simples mediante conjunciones : de estas oraciones simples decimos que están coordinadas. Así: A. “Pedro es simpático, pero no me gusta su trabajo”. B. “Viajó durante su juventud y descansó al envejecer”. En negrita aparecen marcados los verbos y las conjunciones, características esenciales de la oración compuesta, que no supone ninguna novedad ni plantea ningún problema nuevo ya que lo que estamos analizando ahora siguen siendo oraciones simples. La oración compleja. - Se distingue este tipo de oraciones del anterior en el tipo de relaciones que se establece entre las formas verbales presentes en ellas: mientras que en las compuestas las relaciones son de coordinación, en las oraciones complejas las relaciones son de subordinación. De este modo, en las oraciones complejas podemos identificar un único verbo principal en torno al cual se construye la oración. Los demás verbos que puedan aparecer estarán subordinados al verbo principal o a otros elementos de la oración, constituyendo lo que se llama una oración subordinada. Lo que es lo mismo, una oración subordinada no es otra cosa que un SV que realiza funciones nominales, adjetivas o adverbiales. Así, las subordinadas se clasifican de acuerdo con la función sintáctica que realicen o, más exactamente, de acuerdo con el elemento por el que pueda ser sustituida, resultando tres grandes grupos: subordinadas sustantivas, adjetivas o adverbiales. La oración subordinada sustantiva: identificaremos como tales aquellas oraciones subordinadas que realicen una función propia del sintagma nominal, como sujeto, complemento directo, complemento indirecto, etc. Los elementos encargados de subordinar al verbo y permitirle realizar estas funciones sintácticas son los siguientes: - La conjunción subordinante que: “Me dije que no merecía la pena la discusión”; la subordinada sustantiva realiza aquí la función de CD (“Me lo dije”). “Les gusta que esperemos aquí”; en este caso la subordinada lleva a cabo la función de SUJ (“Eso les gusta”). - El relativo quien, quienes y sus equivalentes “artículo + pronombre relativo que” [el que, la que, lo que, los que, las que]: “Siempre preguntaba quien no lo necesitaba” [“Siempre preguntaba el que no lo necesitaba”]; en ambos casos la subordinada desempeña la función de SUJ (“Siempre preguntaba él/ella”). “Hicimos presidente a quien menos lo merecía” [“Hicimos presidente al que menos lo merecía” ]; la función realizada en estos ejemplos es la de CD (“Lo hicimos presidente”). - El si no condicional: “Todavía no sabemos si participaremos en ese torneo”; la subordinada sustantiva funciona aquí como CD (“Todavía no lo sabemos”). Hemos de fijarnos en el hecho de que este “si” no expresa condición alguna, de ahí su nombre. - Los relativos tónicos [quién, dónde, cuánto, cómo, cuándo, qué]: veamos los siguientes ejemplos en los que todas las subordinadas realizan la función de CD: “Juan preguntó quién era” (“Juan lo preguntó”); “Nunca supe dónde vivía” (“Nunca lo supe”); “No le digas cuánto ganaste” (“No se lo digas”); “Supo demasiado tarde cómo habían conseguido la victoria” (“Lo supo demasiado tarde”); “Ignoro cuándo se casaron” (“Lo ignoro”); “Por fin averigüé qué deseaban” (“Por fin lo averigüé”). Si aceptamos que todos los ejemplos que hemos propuesto equivalen a un sustantivo o a un pronombre, hemos de aceptar también que estas mismas subordinadas pueden verse afectadas por los mismos elementos que actúan sobre aquéllos, fundamentalmente las preposiciones. De este modo si es habitual encontrarnos con una oración simple como ésta: “El perro de ese muchacho está enfermo”, podemos pensar en una oración compleja como la siguiente: “El perro de quien tú sabes está enfermo”. Es decir, que allí donde comparezca un sustantivo o un pronombre podemos encontrar una subordinada sustantiva. La oración subordinada adjetiva: este tipo de oraciones se define por su equivalencia con el adjetivo o, lo que es lo mismo, por realizar funciones sintácticas propias del sintagma adjetivo y, más exactamente, la función de AN. Siempre encontraremos un relativo (pronombre, adjetivo o adverbio) como responsable de la subordinación. - El pronombre relativo que es el más habitual. Se considera pronombre a este elemento porque realiza una función sustantiva respecto al verbo que subordina. Así, en “Ese primo que vino contigo parece inteligente”, el “que” permite a “vino contigo” funcionar como AN de “Ese primo”, pero, además, es el sujeto de “vino”. Esto es así porque se considera que “que” realiza la misma función sintáctica que llevaría a cabo su antecedente respecto al verbo subordinado. En este caso el antecedente de “que” sería “Ese primo”, de modo que si en lugar de “que” apareciese “Ese primo” (“Ese primo vino contigo”), realizaría la función de SUJ, de lo cual deducimos que esa misma función es la de “que”. - El adjetivo relativo cuyo: éste elemento ha sido relegado a la lengua escrita y es bastante extraño su uso en la lengua oral. Nos referimos a él como adjetivo por ser de este carácter la función sintáctica que realiza dentro de la oración subordinada. Veamos un ejemplo: “Compró una novela cuyo autor es belga”. En este ejemplo, la subordinada adjetiva, “cuyo autor es belga”, funciona como AN de “novela”; dentro ya de la subordinada, “cuyo” realiza la función de AN de “autor”, con el cual concuerda en género y número. - El adverbio relativo donde: los mismos motivos planteados para “que” y “cuyo” explican el que nos refiramos a “donde” como adverbio. Al igual que los dos anteriores se utiliza para subordinar adjetivamente a un verbo, pero en este caso “donde” realiza una función adverbial respecto al verbo por él subordinado. De este modo en “Compraría la casa donde nací”, “donde nací” funciona como AN de “la casa”, y “donde” realizaría la función de CC respecto a “nací”. La oración subordinada adverbial: tradicionalmente se entiende por subordinada adverbial aquélla que realiza la función de CC. Sin embargo, si tenemos en cuenta los análisis hechos de oraciones simples recordaremos que no son pocos los casos en los que un sustantivo, un pronombre o un infinitivo realiza esta función, de lo cual hemos de concluir que no siempre que identifiquemos una subordinada funcionando como CC hemos de referirnos a ella como subordinada adverbial, puesto que es posible que se trate de una subordinada sustantiva. Veamos algunos ejemplos: -A. “Todavía vivo donde me conociste”; “Todavía vivo allí”. -B. “El negocio salió como yo suponía”; “El negocio salió así”. -C. “Cambió de país cuando acabó la guerra”; “Cambió de país entonces”. En estos tres casos encontramos oraciones subordinadas que realizan la función de CC, pero que además serían sustituibles por adverbios. -D. “Aquí trabajamos para que viváis mejor”; “Aquí trabajamos para eso”. -E. “Me voy porque ya no te aguanto”; “Me voy por eso”. También en estos dos casos nos encontramos con subordinadas que realizan la función de CC, pero que no pueden ser sustituidos por adverbios, sino que son sustituidos por “preposición + pronombre”. Hemos de concluir que estamos ante subordinadas sustantivas. Así, sólo en aquellos casos en que una subordinada podamos sustituirla por un adverbio nos referiremos a ella como subordinada adverbial. También hemos de considerar como subordinadas adverbiales a aquéllas que realicen las funciones de AADJ o AADV, funciones sintácticas propias del SADV. Así, por ejemplo serán adverbiales las subordinadas señaladas con negrita en los siguientes ejemplos: -F. “Se instaló cerca de donde vivo yo” [AADV]. -G. “Es tan fuerte como decía el periódico” [AADJ].

viernes, 11 de septiembre de 2020

Morfología del español (clases de palabras).-

           Para llevar a cabo una clasificación de las palabras en distintas clases nos hemos de fijar tanto en su composición morfológica, es decir, con qué clase de morfemas se combinan, como en su comportamiento sintáctico, esto es, con qué otras palabras se relacionan y cómo. Teniendo esto en cuenta diferenciaremos, en primer lugar, un grupo de ocho clases de palabras en las que podemos identificar un lexema: sustantivo, pronombre, adjetivo, adverbio, verbo, infinitivo, participio y gerundio. Un segundo grupo lo formarían aquellas palabras que no presentan lexema, sino que son morfemas: artículo, preposición y conjunción.

Sustantivo [lexema + género + número + (artículo)].-

Las palabras pertenecientes a esta clase son el resultado de la combinación de un lexema y los morfemas de género y número, como “gato”. No hay que olvidar, sin embargo, que algunos sustantivos del español constan de dos lexemas (las llamadas palabras compuestas), como “parachoques”; y que muchos otros constan también de morfemas derivativos (prefijos, infijos y sufijos), como “librería”, “disgusto”, etc. Habitualmente, los sustantivos suelen ir precedidos de artículo (el, la, lo, los, las) o de un adjetivo determinativo, como “algún libro”, “ese libro” o “mi libro”.

Pronombre [lexema + género + número + persona + caso].-

El pronombre es el resultado de la combinación de un lexema y de los morfemas de género, número, persona y caso. Este último morfema sólo lo encontramos en los pronombres personales, y se utiliza para indicar que una misma palabra cambia su forma según la función sintáctica que realice. De este modo, el pronombre personal de primera persona singular tendrá la forma “yo” cuando realice la función sintáctica de sujeto, pero la forma “me” cuando desempeñe las de complemento directo o indirecto.

El pronombre se caracteriza por realizar las mismas funciones sintácticas que el sustantivo.

De acuerdo con su significado (esto es, semánticamente) podemos distinguir las siguientes clases de pronombres: los ya mencionados personales (“yo”, “tú”, “él”, “nosotros”, “le”, “les”, “lo”, “la”, “los”, “las”, “se”, “sí”, “mí”, “me”, etc.); los demostrativos, cuyas formas coinciden con las de los adjetivos del mismo nombre y que se distinguen de éstos por no depender de un sustantivo (“este”, “ese”, “aquel”, “esto”, “eso”, etc.); los indefinidos, de los cuales algunos coinciden en la forma con los adjetivos del mismo nombre (“uno”, “alguno”, “nada”, “nadie”, “alguien”, “algo”, etc.); los numerales, que, como los anteriores, tienen la misma forma que sus adjetivos homónimos (“dos”, “trece”, etc.); los relativos (“que”, “quien”, “cúyo”); y los interrogativos-exclamativos, cuyas formas coinciden con los adjetivos de su mismo nombre (“qué”, “quién”, “cuáles”, etc.).

Una característica fundamental que diferencia al pronombre del sustantivo es que el primero no se puede combinar con el artículo. Así, en las siguientes oraciones una misma palabra debe identificarse como pronombre en una y como sustantivo en la otra:

A. “Tres llegaron tarde” > pronombre.

B. “Los tres llegaron tarde” > sustantivo.

Adjetivo [lexema + género + número].-

El adjetivo es el resultado de la combinación de un lexema y de los morfemas de género y número. Siempre depende de un sustantivo, con la única excepción de aquellos casos en los que el adjetivo realiza las funciones sintácticas de atributo o de predicativo, dependiendo entonces, además, del verbo.

Podemos dividir el adjetivo en dos grandes grupos: determinativos y calificativos. Dentro de los primeros podemos distinguir las siguientes clases: demostrativos (“este”, “ese”, “aquel”, “esta”, “esa”, “aquella”, etc.); posesivos (“mi”, “tu”, “su”, “nuestro”, “vuestro”, “suyo”, etc.); indefinidos (“mucho”, “mucha”, “algún”, “alguna”, “uno”, “una”, etc.); numerales (“uno”, “dos”, “primero”, “segundo”, “undécimo”, etc.); e interrogativo-exclamativos (“qué”, “cuál”, “cuánto”, “cuánta”, etc.).

Los adjetivos determinativos constituyen listas cerradas, es decir, hay una número de formas limitado, sin que sea posible el aumento o disminución de las mismas. Es necesario también recordar que la aparición de un adjetivo de este tipo impide la aparición del artículo: “algunas casas”, “un coche”, “mis notas”, etc. No es posible decir *“las algunas casas”, *“el un coche”, *“las mis notas”.

El adjetivo calificativo se diferencia del determinativo por constituir una lista abierta, esto es, siempre es posible que aumente el número de adjetivos calificativos con nuevas creaciones de los hablantes. Este tipo de adjetivos permite siempre la inclusión de un artículo o de un adjetivo determinativo: “nieve blanca”> “la nieve blanca” o “esta nieve blanca”.

También es posible clasificar los adjetivos calificativos de acuerdo con su forma de incidir sobre el sustantivo al que acompañan. Podemos distinguir los explicativos, que afectarían al conjunto de elementos designado por el sustantivo (“los sufridos trabajadores”, que quiere decir que todos los trabajadores son sufridos), de los especificativos, que se referirían a una parte del grupo designado por el sustantivo (“los trabajadores sufridos”, que segrega del grupo de los trabajadores a aquéllos que son sufridos). No podemos dejar de mencionar aquí a un conjunto especial de adjetivos calificativos, los llamados epítetos, que identifican a aquéllos que expresan una cualidad inherente al sustantivo sobre el que inciden, como “la nieve blanca” o “el carbón negro”.

Adverbio [lexema].-

Esta clase de palabras carece de morfemas gramaticales o, lo que es lo mismo, es invariable. Los adverbios están constituidos por un lexema y, en ocasiones, por morfemas derivativos (como el sufijo “-mente”, que ha servido en español para crear numerosos adverbios a partir de las formas femeninas de los adjetivos: “bella-mente”, “buena-mente”, etc.). Otra característica del adverbio que nos permitirá su identificación es el que depende siempre de un verbo, un adjetivo u otro adverbio. De hecho encontraremos adverbios especializados en incidir sobre el verbo, como “ahora”, “aquí”, etc., frente a otros que sólo actúan sobre adjetivos o adverbios, como “muy”, “tan”, etc.

Podemos realizar una clasificación del adverbio de acuerdo con su significado. Diferenciaríamos así las siguientes clases: lugar (“aquí”, “ahí”, “allí”, “arriba”, “delante”, “lejos”, etc.), tiempo (“hoy”, “ayer”, “ahora”, “mañana”, “siempre”, “ya”, “jamás”, etc.), modo (“bien”, “mal”, “así”, “despacio”, etc.), cantidad (“más”, “mucho”, “casi”, “bastante”, etc.), afirmación (“sí”, “cierto”, “también”, etc.), negación (“no”, “nunca”, “tampoco”, etc.) y duda (“acaso”, “quizás” o “quizá”, etc.).

Verbo [lexema + número + persona + tiempo + modo].-

Es ésta una clase de palabras fácilmente identificable puesto que posee morfemas ajenos a todas las demás. El verbo es una palabra que resulta de la combinación de un lexema y de los morfemas de número, persona, tiempo y modo; los dos últimos sólo los encontramos en el verbo.

En español es el verbo el núcleo de la oración o, dicho de otro, el elemento del que dependen las demás palabras. Su conjugación se organiza en tres grandes modelos llamados primera (infinitivo en “-ar”, como “amar”), segunda (infinitivo en “-er”, como “temer”) y tercera (infinitivo en “-ir”, como “partir”) conjugaciones. Los verbos que se ajustan a estos modelos se denominan regulares, pero hay no pocos verbos en español que se apartan en algunas formas del modelo; a éstos se les llama irregulares (como “ir”, “decir”, “ver”, “hacer”, etc.).

Los verbos pueden clasificarse en dos grandes grupos: 1)predicativos, que son los que son susceptibles de combinarse con complemento directo (o, mejor, no se combinan con la función atributo), como “vivir”, “saltar”, “correr”, etc.; es este el grupo al que pertenecen casi todos los verbos del español. 2)Copulativos, verbos que se construyen con atributo y constituyen un pequeño grupo: “ser”, “estar”, “parecer”, “semejar”, “resultar” y “quedar”.

Infinitivo [lexema + ar, er, ir].-

El infinitivo es una clase de palabras que, como las dos siguientes, se suele denominar “forma no personal” del verbo, pero que en realidad es una suerte de mezcla de verbo y sustantivo.

            Morfológicamente se caracteriza por estar constituido por un lexema y los morfemas “-ar”, “-er” o “-ir”. Sintácticamente se comporta como un sustantivo, pero los elementos que pueden depender de él son los mismos que pueden depender de un verbo.

Participio [lexema + ad, id + género + número].-

Esta clase de palabras comparte características verbales y adjetivas. Está formado por un lexema, los morfemas “-ad-”, “-id-”, y los morfemas de género y número. Como el verbo, presenta formas regulares (como “llegado”, “temido”, “vivido”, etc.) e irregulares (como “hecho”, “roto”, etc.). Junto con el verbo “haber” conjugado forma los tiempos compuestos verbales y, en este caso, no varía: “he llegado”, “habían ido”, “haya negado”, etc. Como el adjetivo, puede incidir sobre un sustantivo y es entonces variable en género y número, para concordar con el mencionado sustantivo: “los trabajos acabados”, “la carta recibida”, etc.


Gerundio [lexema + ando, iendo].-

Como los dos anteriores, comparte características del verbo y, en este caso del adverbio. Su forma es resultado de la unión de un lexema y los morfemas “-ando” o “-iendo”. Como el adverbio, es invariable. Como el verbo, los elementos que de él dependen son los mismos que pueden depender de un núcleo verbal (como sujeto, complemento directo, etc.).

Artículo.-

            En español hay cinco artículos: ‘el’, ‘lo’, ‘la’, ‘los’ y ‘las’. Lo más habitual es que precedan a un sustantivo.

Elementos de relación (preposiciones y conjunciones).-

Los elementos de relación carecen de lexema. Sin embargo es necesario conocerlos pues el hablante necesita usarlos continuamente para construir oraciones. Podemos distinguir dos grandes grupos: 1)preposiciones: se utilizan para subordinar un elemento a otro. En español existen las siguientes preposiciones: “a”, “ante”, “bajo”, “cabe”, “con”, “contra”, “de”, “desde”, “en”, “entre”, “hacia”, “hasta”, “para”, “por”, “según”, “sin”, “so”, “sobre” y “tras”.

2)Conjunciones: sirven para unir elementos de la misma importancia, sean éstos palabras u oraciones. Algunas de las conjunciones más habituales en castellano son “y”, “o”, “pero”, “mas”.