Siglo
XVII
FRANCISCO
DE QUEVEDO [1580-1645]
Vivir es caminar breve
jornada,
y muerte viva es, Lico,
nuestra vida,
ayer al frágil cuerpo
amanecida,
cada instante en el cuerpo
sepultada:
nada, que, siendo, es
poco, y será nada
en poco tiempo, que
ambiciosa olvida,
pues, de la vanidad mal
persuadida,
anhela duración, tierra
animada.
Llevada de engañoso
pensamiento
y de esperanza burladora y
ciega,
tropezará en el mismo
monumento,
como el que, divertido, el
mar navega,
y, sin moverse, vuela con
el viento,
y antes que piense en
acercarse, llega.
Retirado en la paz de
estos desiertos,
con pocos, pero doctos
libros juntos,
vivo en conversación con
los difuntos
y escucho con mis ojos a
los muertos.
Si no siempre entendidos,
siempre abiertos,
o enmiendan, o fecundan
mis asuntos;
y en músicos callados
contrapuntos
al sueño de la vida
hablan despiertos.
Las grandes almas que la
muerte ausenta,
de injurias de los años,
vengadora,
libra, ¡oh gran don
Iosef!, docta la imprenta.
En fuga irrevocable huye
la hora;
pero aquélla el mejor
cálculo cuenta
que en la lección y
estudios nos mejora.
LOPE
DE VEGA [1562-1635]
Un soneto me manda hacer
Violante,
que en mi vida me ha visto
en tanto aprieto;
catorce versos dicen que
es soneto:
burla burlando van los
tres delante.
Yo pensé que no hallara
consonante
y estoy a la mitad de otro
cuarteto,
mas si me veo en el primer
terceto,
no hay cosa en los
cuartetos que me espante.
Por el primer terceto voy
entrando,
y parece que entré con
pie derecho,
pues fin con este verso le
voy dando.
Ya estoy en el segundo, y
aun sospecho
que voy los trece versos
acabando;
contad si son catorce, y
está hecho.
Blanca me era yo
cuando entré en la siega;
dióme el sol y ya soy
morena.
Blanca solía yo ser
antes que a segar viniese
mas no quiso el sol que
fuese
blanco el fuego en mi
poder.
Mi edad al amanecer
era lustrosa azucena;
dióme el sol y ya soy
morena.
LUIS
DE GÓNGORA [1561-1627]
La más bella niña
de nuestro lugar,
hoy viuda y sola,
y ayer por casar,
viendo que sus ojos
a la guerra van,
a su madre dice,
que escucha su mal:
Dejadme llorar
orillas del mar.
Pues
me diste, madre,
en tan
tierna edad
tan
corto el placer,
tan
largo el pesar,
y me
cautivaste
de
quien hoy se va
y
lleva las llaves
de mi
libertad:
dejadme llorar
orillas del mar.
En
llorar conviertan
mis
ojos, de hoy más,
el
sabroso oficio
del
dulce mirar,
pues
que no se pueden
mejor
ocupar,
yéndose
a la guerra
quien
era mi paz:
dejadme llorar
orillas del mar.
No me
pongáis freno
ni
queráis culpar;
que lo
uno es justo,
lo
otro por demás.
Si me
queréis bien,
no me
hagáis mal;
harto
peor fuera
morir
y callar:
dejadme llorar
orillas del mar.
Dulce
madre mía,
¿quién
no llorará,
aunque
tenga el pecho
como
un pedernal,
y no
dará voces
viendo
marchitar
los
más verdes años
de mi
mocedad?
Dejadme llorar
orillas del mar.
Váyanse
las noches,
pues
ido se han
los
ojos que hacían
los
míos velar;
váyanse
y no vean
tanta
soledad
después
que en mi lecho
sobra
la mitad.
Dejadme llorar
orillas del mar.
[Estrofa]
“¡Oh
bella Galatea, más süave
que
los claveles que tronchó la aurora;
blanca
más que las plumas de aquel ave
que
dulce muere y en las aguas mora;
igual
en pompa al pájaro que, grave,
su
manto azul de tantos ojos dora
cuantas
el celestial zafiro estrellas!
¡Oh
tú, que en dos incluyes las más bellas!...
Menos
solicitó veloz saeta
destinada
señal, que mordió aguda;
agonal
carro por la arena muda
no
coronó con más silencio meta,
que
presurosa corre, que secreta,
a su
fin nuestra edad. A quien lo duda,
fiera
que sea de razón desnuda,
cada
Sol repetido es un cometa.
¿Confiésalo
Cartago, y tú lo ignoras?
Peligro
corres, Licio, si porfías
en
seguir sombras y abrazar engaños.
Mal te
perdonarán a ti las horas:
las
horas que limando están los días,
los
días que royendo están los años.
LUPERCIO
LEONARDO DE ARGENSOLA [1559-1613]
Tras importunas lluvias
amanece,
coronando los montes, el
sol claro;
salta del lecho el
labrador avaro,
que las horas ociosas
aborrece.
La torva frente al duro
yugo ofrece
el animal que a Europa fue
tan caro;
sale, de su familia firme
amparo,
y los surcos solícito
enriquece.
Vuelve de noche a su mujer
honesta,
que lumbre, mesa y lecho
le apercibe,
y el enjambre de hijuelos
le rodea.
Fáciles cosas cena con
gran fiesta,
el sueño sin envidia le
recibe:
¡o Corte, o confusión!,
¿quién te desea?
Siglo
XIX
GUSTAVO
ADOLFO BÉCQUER [1836-1870]
¿Qué es poesía?, dices
mientras clavas
en mi pupila tu pupila
azul.
¡Qué es poesía! ¿Y tú
me lo preguntas?
Poesía... eres tú.
No digáis que agotado su
tesoro,
de asuntos falta enmudeció
la lira;
podrá no haber poetas,
pero siempre
habrá poesía.
Mientras las ondas de la
luz al beso
palpiten encendidas,
mientras el sol las
desgarradas nubes
de fuego y oro vista,
mientras el aire en su
regazo lleve
perfumes y armonías,
mientras haya en el mundo
primavera,
¡habrá poesía!
Mientras la ciencia a
descubrir no alcance
las fuentes de la vida,
y en el mar o en el cielo
haya un abismo
que al cálculo resista,
mientras la humanidad
siempre avanzando
no sepa a do camina,
mientras haya un misterio
para el hombre,
¡habrá poesía!
Mientras se sienta que se
ríe el alma,
sin que los labios rían;
mientras se llore, sin que
el llanto acuda
a nublar la pupila;
mientras el corazón y la
cabeza
batallando prosigan,
mientras haya esperanzas y
recuerdos,
¡habrá poesía!
Mientras haya unos ojos
que reflejen
los ojos que los miran,
mientras responda el labio
suspirando
al labio que suspira,
mientras sentirse puedan
en un beso
dos almas confundidas,
mientras exista una mujer
hermosa,
¡habrá poesía!
RAMÓN
CAMPOAMOR [1817-1901]
Al pintarte el amor que
por ti siento,
suelo mentir, pero no sé
que miento.
Se matan los humanos
en implacable guerra,
por la gloria de ser, en
mar y en tierra,
devorados por peces y
gusanos.
Teme más, el que es
bueno,
a su propio desprecio que
al ajeno.
JOSÉ
MARTÍ [1853-1895]
Yo soy un hombre sincero
de donde crece la palma,
y antes de morirme quiero
echar mis versos del alma.
Yo vengo de todas partes,
y hacia todas partes voy:
arte soy entre las artes,
en los montes, monte soy.
Yo sé los nombres
extraños
de las yerbas y las
flores,
y de mortales engaños,
y de sublimes dolores.
Yo he visto en la noche
oscura
llover sobre mi cabeza
los rayos de lumbre pura
de la divina belleza.
Alas nacer vi en los
hombros
de las mujeres hermosas;
y salir de los escombros
volando las mariposas.
He visto vivir a un hombre
con el puñal al costado,
sin decir jamás el nombre
de aquella que lo ha
matado.
Rápida, como un reflejo,
dos veces vi el alma, dos:
cuando murió el pobre
viejo,
cuando ella me dijo adiós.
Temblé una vez, en la
reja,
a la entrada de la viña,
cuando la bárbara abeja
picó en la frente a mi
niña.
Gocé una vez, de tal
suerte
que gocé cual nunca:
cuando
la sentencia de mi muerte
leyó el alcaide llorando.
Oigo un suspiro, a través
de las tierras y la mar,
y no es un suspiro, es
que mi hijo va a
despertar.
Si dicen que del joyero
tome la joya mejor,
tomo a un amigo sincero
y pongo a un lado el amor.
Yo he visto al águila
herida
volar al azul sereno,
y morir en su guarida
la víbora del veneno.
Yo sé bien que cuando el
mundo
cede, lívido, al
descanso,
sobre el silencio profundo
murmura el arroyo manso.
Yo he puesto la mano
osada,
de horror y júbilo yerta,
sobre la estrella apagada
que cayó frente a mi
puerta.
Oculto en mi pecho bravo
la pena que me lo hiere:
el hijo de un pueblo
esclavo
vive por él, calla, y
muere.
Todo es hermoso y
constante,
todo es música y razón,
y todo, como el diamante,
antes que luz es carbón.
Yo sé que el necio se
entierra
con gran lujo y con gran
llanto,
y que no hay fruta en la
tierra
como la del camposanto.
Callo, y entiendo, y me
quito
la pompa del rimador:
cuelgo de un árbol
marchito
mi muceta de doctor.
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