Tradicionalmente
se considera el año de la caída del Imperio Romano de Occidente
como fecha que señala el fin de la Edad Antigua y el comienzo de la
Media: el año 476 Odoacro depone a Rómulo Augústulo, último
emperador, al menos nominal. Sin embargo, el hecho de que los
visigodos, el pueblo que se instala en la península Ibérica, esté,
en palabras de Ortega “alcoholizado
de romanismo”, y que de hecho supongan una prolongación de las
estructuras del Bajo Imperio, explica el que no pocos historiadores
consideren el período visigodo más un apéndice de la Edad Antigua
que el inicio de una nueva era.
En
la época en la que los visigodos se establecen en la península se
había iniciado ya el declive la ciudad como centro vital y se había
desplazado al campo la actividad. El comercio había empezado su
declinar y la sociedad se ruralizó. La población buscó en las
grandes propiedades rurales, junto o bajo los grandes propietarios,
una seguridad que la desaparición del Imperio había convertido en
un recuerdo. Este desplazamiento prepara el terreno para el
establecimiento de las relaciones personales propias del feudalismo.
Los
visigodos no representan un excesivo número de gente como para
desplazar a la población hispanorromana, lo cual hace que los
miembros de las clases altas de ésta acaben incorporándose al nuevo
estado y constituyendo junto a los invasores y el emergente poder
clerical (Recaredo consuma la liquidación del arrianismo y la
conversión al catolicismo: III Concilio toledano, año 589) la
cúpula de la nueva sociedad hispana. Así, en lo más alto de la
estructura sociopolítica estarían: los nobles visigodos, los
aristócratas hispanorromanos y el alto clero; tras ellos estarían
los guerreros visigodos y los libres, así como el bajo clero; y
finalmente los esclavos y los siervos. Es evidente que sería
necesario hacer no pocas matizaciones a esta elemental división
social, pero valga como aproximación.
La
invasión árabe de la península en el año 711 hace que el mundo
hispánico medieval se diferencie del resto de Europa. Coinciden tres
comunidades religiosas: cristianos, musulmanes y judíos y, así,
cualquier ciudad peninsular contará con tres barrios bien
diferenciados. Pero a estos tres hay que añadir otros grupos como
los “mudéjares”
(musulmanes en territorio cristiano) y los “mozárabes”
(cristianos en territorio musulmán). Todos estos grupos constituyen
distintas realidades políticas que pelean, pero también conviven:
no hubo ocho siglos de enfrentamiento continuado entre cristianos y
musulmanes, sino que en el transcurso de tan largo periodo no son
raras las alianzas entre ambos.
La
sociedad medieval se divide tradicionalmente en tres estamentos:
-Los
clérigos [oradores] (y hombres cultos en general): apegados a
la cultura latina. El 6 de mayo del 589, en Toledo, se hace oficial
el abandono del arrianismo y la aceptación del catolicismo como
religión del estado hispanovisigodo.
-Los
defensores [caballeros]: cuyas gestas se cantan en la epopeya
(y que son protagonistas de gran parte de la literatura cortesana).
-Los
labradores [los campesinos] (y todos los que viven por sus
manos): forman la infraestructura de la historia y de la cultura de
un país, y entre ellos nacen el folklore y la lírica tradicional.1
En
la E. M. Eran pocos los que sabían leer, y tal estado de cosas
afectaba profundamente a la composición, circulación y recepción
de la poesía, y, aunque en menor grado, también de la prosa. Las
obras habían de difundirse oralmente si aspiraban a tener un público
considerable, y algunos investigadores han considerado a los juglares
no sólo como divulgadores de las obras ajenas, sino incluso como
autores de gran parte de la poesía medieval. Claro que es necesario
no olvidar que es el latín la lengua de la cultura y que las
lenguas romances (resultado de la evolución popular de aquél) no se
cultivan literariamente hasta pasado el año 1000. La literatura
culta se sigue escribiendo en la lengua de Roma y ha de ser la
literatura popular, necesariamente oral, la encargada de establecer
las bases sobre las que se construirán las futuras literaturas
romances.
1En
1020, el obispo Adalberon de Laon (Francia) escribe: “Esta
desgraciada casta, nada posee que no sea a costa de su sufrimiento.
¿Quién
podría, ábaco en mano, hacer la cuenta de las ocupaciones que
absorben a los siervos, de sus largas marchas, de sus duros
trabajos? Dinero, vestido, alimento, todo lo proporcionan los
siervos; sin los siervos, ni un solo hombre libre podría subsistir.
¿Que
hay un trabajo que realizar? ¿Que
hay que meterse en gastos? Vemos entonces como reyes y prelados se
hacen siervos de sus siervos; el amo es alimentado por su siervo,
alimentado por aquél a quien él pretende alimentar. Y el siervo no
vislumbra el final de sus lágrimas y de sus suspiros. La casa de
Dios, a la que se cree una, está por consiguiente dividida en tres:
unos ruegan, otros combaten, y los demás, en fin, trabajan”.
También, a comienzos del siglo XI, Gérard de Cambrai “demostró
que desde el origen, el género humano se encuentra escindido en
tres partes, entre los que se consagran a la oración (oratoribus),
los cultivadores (agricultoribus)
y los que se dedican a la guerra (pugnatoribus);
aporta la prueba inequívoca de que cada uno es objeto por parte de
uno y de otro de una atención recíproca”.
Y en las Siete
Partidas, de Alfonso
X, podemos leer: “Defensores
son uno de los tres estados por que Dios quiso que se mantuviese el
mundo: ca bien así como los que ruegan a Dios por el pueblo son
dichos oradores; et otrosí los que labran la tierra et facen en
ella aquellas cosas por que los homes han de vevir et de mantenerse
son dichos labradores; et otrosí los que han de defender a todos
son dichos defensores...”
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