miércoles, 25 de enero de 2017

La Edad Media en España.

Tradicionalmente se considera el año de la caída del Imperio Romano de Occidente como fecha que señala el fin de la Edad Antigua y el comienzo de la Media: el año 476 Odoacro depone a Rómulo Augústulo, último emperador, al menos nominal. Sin embargo, el hecho de que los visigodos, el pueblo que se instala en la península Ibérica, esté, en palabras de Ortega alcoholizado de romanismo”, y que de hecho supongan una prolongación de las estructuras del Bajo Imperio, explica el que no pocos historiadores consideren el período visigodo más un apéndice de la Edad Antigua que el inicio de una nueva era.
En la época en la que los visigodos se establecen en la península se había iniciado ya el declive la ciudad como centro vital y se había desplazado al campo la actividad. El comercio había empezado su declinar y la sociedad se ruralizó. La población buscó en las grandes propiedades rurales, junto o bajo los grandes propietarios, una seguridad que la desaparición del Imperio había convertido en un recuerdo. Este desplazamiento prepara el terreno para el establecimiento de las relaciones personales propias del feudalismo.
Los visigodos no representan un excesivo número de gente como para desplazar a la población hispanorromana, lo cual hace que los miembros de las clases altas de ésta acaben incorporándose al nuevo estado y constituyendo junto a los invasores y el emergente poder clerical (Recaredo consuma la liquidación del arrianismo y la conversión al catolicismo: III Concilio toledano, año 589) la cúpula de la nueva sociedad hispana. Así, en lo más alto de la estructura sociopolítica estarían: los nobles visigodos, los aristócratas hispanorromanos y el alto clero; tras ellos estarían los guerreros visigodos y los libres, así como el bajo clero; y finalmente los esclavos y los siervos. Es evidente que sería necesario hacer no pocas matizaciones a esta elemental división social, pero valga como aproximación.
La invasión árabe de la península en el año 711 hace que el mundo hispánico medieval se diferencie del resto de Europa. Coinciden tres comunidades religiosas: cristianos, musulmanes y judíos y, así, cualquier ciudad peninsular contará con tres barrios bien diferenciados. Pero a estos tres hay que añadir otros grupos como los mudéjares” (musulmanes en territorio cristiano) y los mozárabes” (cristianos en territorio musulmán). Todos estos grupos constituyen distintas realidades políticas que pelean, pero también conviven: no hubo ocho siglos de enfrentamiento continuado entre cristianos y musulmanes, sino que en el transcurso de tan largo periodo no son raras las alianzas entre ambos.
La sociedad medieval se divide tradicionalmente en tres estamentos:
-Los clérigos [oradores] (y hombres cultos en general): apegados a la cultura latina. El 6 de mayo del 589, en Toledo, se hace oficial el abandono del arrianismo y la aceptación del catolicismo como religión del estado hispanovisigodo.
-Los defensores [caballeros]: cuyas gestas se cantan en la epopeya (y que son protagonistas de gran parte de la literatura cortesana).
-Los labradores [los campesinos] (y todos los que viven por sus manos): forman la infraestructura de la historia y de la cultura de un país, y entre ellos nacen el folklore y la lírica tradicional.1
En la E. M. Eran pocos los que sabían leer, y tal estado de cosas afectaba profundamente a la composición, circulación y recepción de la poesía, y, aunque en menor grado, también de la prosa. Las obras habían de difundirse oralmente si aspiraban a tener un público considerable, y algunos investigadores han considerado a los juglares no sólo como divulgadores de las obras ajenas, sino incluso como autores de gran parte de la poesía medieval. Claro que es necesario no olvidar que es el latín la lengua de la cultura y que las lenguas romances (resultado de la evolución popular de aquél) no se cultivan literariamente hasta pasado el año 1000. La literatura culta se sigue escribiendo en la lengua de Roma y ha de ser la literatura popular, necesariamente oral, la encargada de establecer las bases sobre las que se construirán las futuras literaturas romances.

1En 1020, el obispo Adalberon de Laon (Francia) escribe: Esta desgraciada casta, nada posee que no sea a costa de su sufrimiento. ¿Quién podría, ábaco en mano, hacer la cuenta de las ocupaciones que absorben a los siervos, de sus largas marchas, de sus duros trabajos? Dinero, vestido, alimento, todo lo proporcionan los siervos; sin los siervos, ni un solo hombre libre podría subsistir. ¿Que hay un trabajo que realizar? ¿Que hay que meterse en gastos? Vemos entonces como reyes y prelados se hacen siervos de sus siervos; el amo es alimentado por su siervo, alimentado por aquél a quien él pretende alimentar. Y el siervo no vislumbra el final de sus lágrimas y de sus suspiros. La casa de Dios, a la que se cree una, está por consiguiente dividida en tres: unos ruegan, otros combaten, y los demás, en fin, trabajan”. También, a comienzos del siglo XI, Gérard de Cambrai demostró que desde el origen, el género humano se encuentra escindido en tres partes, entre los que se consagran a la oración (oratoribus), los cultivadores (agricultoribus) y los que se dedican a la guerra (pugnatoribus); aporta la prueba inequívoca de que cada uno es objeto por parte de uno y de otro de una atención recíproca. Y en las Siete Partidas, de Alfonso X, podemos leer: Defensores son uno de los tres estados por que Dios quiso que se mantuviese el mundo: ca bien así como los que ruegan a Dios por el pueblo son dichos oradores; et otrosí los que labran la tierra et facen en ella aquellas cosas por que los homes han de vevir et de mantenerse son dichos labradores; et otrosí los que han de defender a todos son dichos defensores...”

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