jueves, 19 de enero de 2017

Variedades socioculturales y registros idiomáticos.

El español, o castellano, es una lengua que consta de unidades (fonemas, monemas, sintagmas...) y reglas de combinación de las mismas (sintaxis) que permite la creación de infinitos enunciados. Estamos ante una abstracción o, si se quiere, ante una realidad intelectual, que cada hablante realiza dando lugar a mensajes concretos. Ha sido fijada y normalizada a través de diccionarios, gramáticas y ortografías, que establecen lo que podríamos considerar “uso correcto”1.
Sin embargo, la realidad de una lengua posee múltiples aspectos que tienen que ver con su uso. De este modo, podemos distinguir distintos estadios desde sus inicios hasta la actualidad: no es el mismo el español del siglo XIII que el del XIX, el sistema se ha ido ajustando, ha perdido fonemas, modificado otros, ha renunciado a algunos monemas e incorporado otros. El estudio de estos diferentes estadios constituiría un estudio diacrónico, lo que es lo mismo, una aproximación a las distintas variantes de la lengua a lo largo de su historia.
Si nos fijamos en el uso concreto de acuerdo con determinadas variantes fonéticas o peculiaridades léxicas nos hallamos en el terreno de la dialectología que identifica territorios que comparten un número de rasgos lingüísticos que nos permiten individualizarlos. Estaríamos aquí frente a variantes diatópicas, es decir, vinculadas al lugar.
Además de estas variaciones diacrónicas y diatópicas, la lengua conoce usos que dependen del contexto comunicativo y de la realidad del hablante. Los primeros darían lugar a distinciones de niveles de uso de acuerdo con la situación y el ambiente y se conocen como variedades diafásicas: no es lo mismo el uso de la lengua en una comida familiar que en una reunión de trabajo o una conferencia; no es lo mismo un mensaje elaborado con fines publicitarios que una carta personal e íntima2. Se trata de distintos registros idiomáticos que dependen de la llamada “competencia lingüística” del hablante. Los segundos permiten identificar al hablante de acuerdo con el uso que hace de la lengua, distinguiendo diferentes niveles socioculturales: son las llamadas variedades diastráticas o variedades socioculturales.

Las variedades socioculturales.-
Se entiende aquí por “variedad sociocultural” el uso de la lengua por parte del hablante de acuerdo con su nivel sociocultural. Según la formación académica y el nivel socioeconómico es esperable una diferenciación en los usos que daría lugar al establecimiento de tres niveles más o menos reconocibles3:
-Nivel culto (o código elaborado o formal4): este sería el sociolecto propio de los hablantes pertenecientes a los estratos socioculturales altos5. Podemos establecer como características propias de este nivel las siguientes: pronunciación cuidada; uso de las reglas sintácticas y morfológicas correcto, utilizando la subordinación en la elaboración de los mensajes; manejo de un léxico amplio y preciso, con el empleo de cultismos y tecnicismos.
-Nivel estándar (o común): identificaríamos con este nivel los usos de la lengua correctos, con tendencia a la sencillez sin renunciar por ello a la precisión y el respeto por la norma. Deberíamos considerar como nivel estándar las variantes utilizadas en la educación, los medios de comunicación, las relaciones cotidianas de carácter formal.
-Nivel vulgar (o código restringido): se supone que aquí el hablante carece de la formación necesaria para utilizar la lengua de forma correcta o, valga decir, que posee una competencia lingüística limitada. Las características que permiten definir este sociolecto tienen que ver con la incorrección, lo que es lo mismo, el quebrantamiento de la norma. De este modo, la pronunciación sería más relajada, dando lugar a numerosos errores como la pérdida de la /d/ intervocálica y final (“llegao”, “salú”); la reducción de diptongos (“pos”); las alteraciones de la posición de algunos elementos (“amoto”, “acabau”); y las ultracorrecciones (“Bilbado”, “corredo”, “explendor”). En el plano morfosintáctico, se consideran identificativos de este nivel el laísmo, loísmo y leísmo, el dequeísmo y el queísmo (a menudo una ultracorrección); la alteración del orden de los referentes átonos (“me se ocurre”); la sencillez sintáctica; la recurrencia de los mismos elementos de relación (“pues”, “donde”); y la ausencia, en general, de subordinación. En cuanto al léxico, se definiría este sociolecto por su pobreza léxica, que le obliga a recurrir a numerosas palabras comodín y muletillas (“cosa”, “chisme”, “hacer”, “gente”, “bueno”, “o sea”); el uso de formas verbales incorrectas o no aceptadas por la norma (“haiga”, “andé”, “condució”, “sentaros”); y la confusión de términos (“mujer esmeril”, “adepto a las drogas”).
Al margen de esta clasificación, se suelen establecer otros niveles vinculados a la edad o la profesión: lo que se ha dado en llamar jergas. Este término tiene una connotación peyorativa y se ha aplicado a aquellas variantes que identifican oficios manuales, ambientes marginales y usos juveniles. Así, los carpinteros, mecánicos, fontaneros o marineros recurren a un léxico específico propio de su profesión, que les permite identificar herramientas y procedimientos: “encofrar”, “machihembrado” o “potera” . Lo mismo puede afirmarse de los delincuentes cuyo léxico tiende a la metáfora críptica, de modo y manera que sus mensajes resulten ininteligibles a aquellos ajenos a su realidad social: “talego”, “peluco”, “costo”6. Igualmente los jóvenes, a los que se les supone un espíritu rebelde e innovador, un deseo de diferenciarse de sus mayores, suelen recurrir a un léxico identificativo, pero que, como la juventud, tiene una marcada caducidad. De las jergas se distinguirían los lenguajes profesionales, propios de las profesiones con una elevada consideración social, pero que comparten lo esencial, el uso de un léxico específico.

Los registros idiomáticos.-
En general, un hablante competente recurre a diferentes usos de acuerdo con el contexto comunicativo, es decir, no utiliza las mismas variantes fonéticas, morfosintácticas o léxicas en una celebración familiar que en una exposición científica, en una reunión de amigos que una reunión de trabajo. Estos usos contextualizados son conocidos como variedades diafásicas o registros idiomáticos. Una necesaria consideración previa ya la hemos mencionado, estamos refiriéndonos a un hablante-oyente competente7, ya que otros hablantes no conocen ni pueden cambiar de un registro más bajo a uno más alto.
De acuerdo con estas premisas podríamos distinguir dos grandes modelos estilísticos: formal, o culto, e informal, o coloquial o familiar8. El primero se caracterizaría por ser el propio, y exigido, por contextos comunicativos formales en los que se exige claridad y precisión, así como respeto absoluto de la norma. Es más habitual su uso escrito (textos científicos-técnicos, literarios o humanísticos) que oral (este sería el esperable en las exposiciones, conferencias, discursos políticos o actos académicos). Las características de esta variedad diafásica coinciden, en general, con el nivel culto: pronunciación esmerada y propia, variedad y complejidad sintácticas, precisión y riqueza léxica (tecnicismos, cultismos), recursos retóricos, adecuación, coherencia y cohesión.
El registro informal no debe implicar en ningún caso el uso de vulgarismos, ya que estos identifican una variedad diastrática, no diafásica. Sí es cierto que algunas características del estilo coloquial pueden coincidir con usos “vulgares” relacionados con el relajamiento de la pronunciación o la oportunidad de evitar una innecesaria complejidad sintáctica y léxica. Este registro es propio del lenguaje oral, de ahí que sea muy notable el uso el elementos no verbales (gestos con las manos, expresiones faciales, referencias inmediatas) que podrían explicar algunas de sus características: pronunciación descuidada (“pasao”); sintaxis simple (en ocasiones se completan las oraciones mediante el lenguaje no verbal, dando lugar a estructuras inacabadas); recursos afectivos (diminutivos, apócopes); frases hechas, refranes y palabras comodín; usos retóricos más o menos consolidados (a menudo se recurre a hipérboles, metáforas, pleonasmos o interrogaciones retóricas).
1La Real Academia de la Lengua Española y la Asociación de Academias de la Lengua Española publican diversos trabajos que pretenden uniformar la lengua: el Diccionario (próxima edición en el presente 2013); la Ortografía (la última de 2010); y la Gramática (la última de 2009).
2Es lo que se conoce como “adecuación” en la gramática textual.
3La Sociolingüística es la rama de la Lingüística empeñada en el estudio de la competencia de los hablantes de acuerdo con su realidad sociocultural. Como escribe Humberto López Morales, “Parece haber quedado demostrado que existe una relación directa entre conciencia lingüística hacia los sociolectos y estratificación sociocultural”.
4Humberto López Morales, Sociolingüística, pp. 56-63, se refiere a código elaborado y restringido, como estratificación intermedia, frente a la diglosia, que sería una estratificación extrema.
5Es necesario aclarar que en el caso del español, que ocupa un extenso espacio físico, los modelos cultos pueden variar de una región a otra como demuestra la admisión del seseo en la mayor parte de las zonas hispanohablantes.
6Algunas de estas expresiones se han incorporado al registro coloquial.
7Lo que se conoce como “hablante-oyente ideal”, tan rechazado por los sociolingüístas.

8Algunos autores distinguen coloquial de familiar, considerando que el primero se usa en situaciones informales, pero no en un clima de confianza; y que el segundo combina la informalidad y la confianza. Situación coloquial podría considerarse una reunión festiva con personas a las que no conocemos. Familiar sería una comida de amigos.

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