El
español, o castellano, es una lengua que consta de unidades
(fonemas, monemas, sintagmas...) y reglas de combinación de las
mismas (sintaxis) que permite la creación de infinitos enunciados.
Estamos ante una abstracción o, si se quiere, ante una realidad
intelectual, que cada hablante realiza dando lugar a mensajes
concretos. Ha sido fijada y normalizada a través de diccionarios,
gramáticas y ortografías, que establecen lo que podríamos
considerar “uso correcto”1.
Sin
embargo, la realidad de una lengua posee múltiples aspectos que
tienen que ver con su uso. De este modo, podemos distinguir distintos
estadios desde sus inicios hasta la actualidad: no es el mismo el
español del siglo XIII que el del XIX, el sistema se ha ido
ajustando, ha perdido fonemas, modificado otros, ha renunciado a
algunos monemas e incorporado otros. El estudio de estos diferentes
estadios constituiría un estudio diacrónico, lo que es lo mismo,
una aproximación a las distintas variantes de la lengua a lo largo
de su historia.
Si
nos fijamos en el uso concreto de acuerdo con determinadas variantes
fonéticas o peculiaridades léxicas nos hallamos en el terreno de la
dialectología que identifica territorios que comparten un número de
rasgos lingüísticos que nos permiten individualizarlos. Estaríamos
aquí frente a variantes diatópicas, es decir, vinculadas al lugar.
Además
de estas variaciones diacrónicas y diatópicas, la lengua conoce
usos que dependen del contexto comunicativo y de la realidad del
hablante. Los primeros darían lugar a distinciones de niveles de uso
de acuerdo con la situación y el ambiente y se conocen como
variedades diafásicas: no es lo mismo el uso de la lengua en una
comida familiar que en una reunión de trabajo o una conferencia; no
es lo mismo un mensaje elaborado con fines publicitarios que una
carta personal e íntima2.
Se trata de distintos registros idiomáticos que dependen de la
llamada “competencia lingüística” del hablante. Los segundos
permiten identificar al hablante de acuerdo con el uso que hace de la
lengua, distinguiendo diferentes niveles socioculturales: son las
llamadas variedades diastráticas o variedades socioculturales.
Las
variedades socioculturales.-
Se
entiende aquí por “variedad sociocultural” el uso de la lengua
por parte del hablante de acuerdo con su nivel sociocultural. Según
la formación académica y el nivel socioeconómico es esperable una
diferenciación en los usos que daría lugar al establecimiento de
tres niveles más o menos reconocibles3:
-Nivel
culto (o código elaborado o formal4):
este sería el sociolecto propio de los hablantes pertenecientes a
los estratos socioculturales altos5.
Podemos establecer como características propias de este nivel las
siguientes: pronunciación cuidada; uso de las reglas sintácticas y
morfológicas correcto, utilizando la subordinación en la
elaboración de los mensajes; manejo de un léxico amplio y preciso,
con el empleo de cultismos y tecnicismos.
-Nivel
estándar (o común): identificaríamos con este nivel los usos de la
lengua correctos, con tendencia a la sencillez sin renunciar por ello
a la precisión y el respeto por la norma. Deberíamos considerar
como nivel estándar las variantes utilizadas en la educación, los
medios de comunicación, las relaciones cotidianas de carácter
formal.
-Nivel vulgar (o código
restringido): se supone que aquí el hablante carece de la formación
necesaria para utilizar la lengua de forma correcta o, valga decir,
que posee una competencia lingüística limitada. Las características
que permiten definir este sociolecto tienen que ver con la
incorrección, lo que es lo mismo, el quebrantamiento de la norma. De
este modo, la pronunciación sería más relajada, dando lugar a
numerosos errores como la pérdida de la /d/ intervocálica y final
(“llegao”, “salú”); la reducción de diptongos (“pos”);
las alteraciones de la posición de algunos elementos (“amoto”,
“acabau”); y las ultracorrecciones (“Bilbado”, “corredo”,
“explendor”). En el plano morfosintáctico, se consideran
identificativos de este nivel el laísmo, loísmo y leísmo, el
dequeísmo y el queísmo (a menudo una ultracorrección); la
alteración del orden de los referentes átonos (“me se ocurre”);
la sencillez sintáctica; la recurrencia de los mismos elementos de
relación (“pues”, “donde”); y la ausencia, en general, de
subordinación. En cuanto al léxico, se definiría este sociolecto
por su pobreza léxica, que le obliga a recurrir a numerosas palabras
comodín y muletillas (“cosa”, “chisme”, “hacer”,
“gente”, “bueno”, “o sea”); el uso de formas verbales
incorrectas o no aceptadas por la norma (“haiga”, “andé”,
“condució”, “sentaros”); y la confusión de términos
(“mujer esmeril”, “adepto a las drogas”).
Al
margen de esta clasificación, se suelen establecer otros niveles
vinculados a la edad o la profesión: lo que se ha dado en llamar
jergas. Este término tiene una connotación peyorativa y se ha
aplicado a aquellas variantes que identifican oficios manuales,
ambientes marginales y usos juveniles. Así, los carpinteros,
mecánicos, fontaneros o marineros recurren a un léxico específico
propio de su profesión, que les permite identificar herramientas y
procedimientos: “encofrar”, “machihembrado” o “potera” .
Lo mismo puede afirmarse de los delincuentes cuyo léxico tiende a la
metáfora críptica, de modo y manera que sus mensajes resulten
ininteligibles a aquellos ajenos a su realidad social: “talego”,
“peluco”, “costo”6.
Igualmente los jóvenes, a los que se les supone un espíritu rebelde
e innovador, un deseo de diferenciarse de sus mayores, suelen
recurrir a un léxico identificativo, pero que, como la juventud,
tiene una marcada caducidad. De las jergas se distinguirían los
lenguajes profesionales, propios de las profesiones con una elevada
consideración social, pero que comparten lo esencial, el uso de un
léxico específico.
Los
registros idiomáticos.-
En
general, un hablante competente recurre a diferentes usos de acuerdo
con el contexto comunicativo, es decir, no utiliza las mismas
variantes fonéticas, morfosintácticas o léxicas en una celebración
familiar que en una exposición científica, en una reunión de
amigos que una reunión de trabajo. Estos usos contextualizados son
conocidos como variedades diafásicas o registros idiomáticos. Una
necesaria consideración previa ya la hemos mencionado, estamos
refiriéndonos a un hablante-oyente competente7,
ya que otros hablantes no conocen ni pueden cambiar de un registro
más bajo a uno más alto.
De
acuerdo con estas premisas podríamos distinguir dos grandes modelos
estilísticos: formal, o culto, e informal, o coloquial o familiar8.
El primero se caracterizaría por ser el propio, y exigido, por
contextos comunicativos formales en los que se exige claridad y
precisión, así como respeto absoluto de la norma. Es más habitual
su uso escrito (textos científicos-técnicos, literarios o
humanísticos) que oral (este sería el esperable en las
exposiciones, conferencias, discursos políticos o actos académicos).
Las características de esta variedad diafásica coinciden, en
general, con el nivel culto: pronunciación esmerada y propia,
variedad y complejidad sintácticas, precisión y riqueza léxica
(tecnicismos, cultismos), recursos retóricos, adecuación,
coherencia y cohesión.
El
registro informal no debe implicar en ningún caso el uso de
vulgarismos, ya que estos identifican una variedad diastrática, no
diafásica. Sí es cierto que algunas características del estilo
coloquial pueden coincidir con usos “vulgares” relacionados con
el relajamiento de la pronunciación o la oportunidad de evitar una
innecesaria complejidad sintáctica y léxica. Este registro es
propio del lenguaje oral, de ahí que sea muy notable el uso el
elementos no verbales (gestos con las manos, expresiones faciales,
referencias inmediatas) que podrían explicar algunas de sus
características: pronunciación descuidada (“pasao”); sintaxis
simple (en ocasiones se completan las oraciones mediante el lenguaje
no verbal, dando lugar a estructuras inacabadas); recursos afectivos
(diminutivos, apócopes); frases hechas, refranes y palabras comodín;
usos retóricos más o menos consolidados (a menudo se recurre a
hipérboles, metáforas, pleonasmos o interrogaciones retóricas).
1La
Real Academia de la Lengua Española y la Asociación de Academias
de la Lengua Española publican diversos trabajos que pretenden
uniformar la lengua: el Diccionario
(próxima edición en el presente 2013); la Ortografía
(la última de 2010); y la Gramática
(la última de 2009).
2Es
lo que se conoce como “adecuación” en la gramática textual.
3La
Sociolingüística es la rama de la Lingüística empeñada en el
estudio de la competencia de los hablantes de acuerdo con su
realidad sociocultural. Como escribe Humberto López Morales,
“Parece haber quedado demostrado que existe una relación directa
entre conciencia lingüística hacia los sociolectos y
estratificación sociocultural”.
4Humberto
López Morales, Sociolingüística,
pp. 56-63, se refiere a código elaborado y restringido, como
estratificación intermedia, frente a la diglosia, que sería una
estratificación extrema.
5Es
necesario aclarar que en el caso del español, que ocupa un extenso
espacio físico, los modelos cultos pueden variar de una región a
otra como demuestra la admisión del seseo en la mayor parte de las
zonas hispanohablantes.
6Algunas
de estas expresiones se han incorporado al registro coloquial.
7Lo
que se conoce como “hablante-oyente ideal”, tan rechazado por
los sociolingüístas.
8Algunos
autores distinguen coloquial de familiar, considerando que el
primero se usa en situaciones informales, pero no en un clima de
confianza; y que el segundo combina la informalidad y la confianza.
Situación coloquial podría considerarse una reunión festiva con
personas a las que no conocemos. Familiar sería una comida de
amigos.
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