martes, 17 de enero de 2017

Dialectos del español.

A la hora de referirse a una lengua y sus dialectos parece razonable intentar definir ambos conceptos. Lo que distinguiría a una “lengua” de un “dialecto” sería su prestigio sociocultural, su cultivo literario a lo largo de la historia, su uso estándar, su capacidad para aglutinarse en torno a un modelo reconocido y reconocible. Si un sistema lingüístico no conoce cultivo literario, se utiliza en el ámbito familiar y es rechazado para las relaciones de carácter formal a favor de otro sistema, podemos decir que estamos ante un “dialecto” (en el mejor de los casos)1. En el caso del español existe una lengua estándar que responde a una norma y que funciona como modelo. Sus dialectos no presentan modificaciones significativas en la estructura sintáctica, individualizándose a partir de algunas variaciones fonéticas y de usos léxicos peculiares. Más aún, en la actualidad, la facilidad de las relaciones entre las distintas zonas geográficas del castellano facilitan una homogeneidad más que notable.
A pesar de ello, es evidente que pueden establecerse distintas zonas dialectales en el ámbito castellano. Puede afirmarse que existe dos grandes zonas dialectales: al norte se localizarían las variedades más conservadoras; al sur, las más innovadoras. En las zonas norteñas es necesario considerar las influencias que sobre el español ejercen otros sistemas lingüísticos con los que convive. Así, es fácil entender las diferentes entonaciones que encontramos en el español de Galicia o Asturias o Aragón o de las zonas vasca y catalana. Es indudable, además, que estos otros sistemas introducen también variaciones léxicas y aún morfológicas. En la zona vasca es común la sustitución del imperfecto de subjuntivo por el condicional simple: 'tendría' por 'tuviera'. En la catalana se tiende a personalizar el verbo 'haber': “Habían muchos policías”2.
En general, las variedades septentrionales se identifican por su mantenimiento de la diferencia entre /s/ y /z/: “caso/cazo”; su tendencia a pronunciar como /z/ la /d/ final: “Valladoliz”; por el mayor uso del leísmo; también podríamos considerar definitoria la pérdida de la /d/ intervocálica: “llegao”. Otros rasgos se han ido perdiendo, como por ejemplo la diferenciación entre /y/ y /ll/. En algunas zonas, sobre todo del centro, se dan casos de laísmo (más raramente de loísmo). También hay que desestimar como elementos identitarios algunos vulgarismos, localizados en los niveles socioculturales más bajos, como el famoso “haiga” o el “dijistes” por “dijiste”.
Mucho más innovadoras se muestran las variedades meridionales, sobre todo en lo que se refiere a la fonética. El dialecto más notable sería el andaluz. Sin embargo no estamos ante “un dialecto uniforme, sino ante una suma de variantes regionales, determinadas, en parte, por diferencias originales de cada región y en parte por los distintos influjos del castellano y de los otros dialectos difundidos hacia el Sur, el leonés por occidente y el catalán y aragonés por las fronteras de Murcia y Alicante”3.
Algunos de sus rasgos más característicos podrían ser:
-Seseo: pronunciación de /s/ para los fonemas /s/ y /z/: 'seresa' (cereza). Este fenómeno es el más extendido, pero existen zonas de ceceo (la /z/ sirve para /s/ y /z/) [por casi todo el sur, desde la frontera portuguesa hasta Almería]; y otras en las que se mantiene la distinción.
-Yeísmo: el fonema /y/ se utiliza para /y/ y /ll/: 'cabayo' (caballo). Este fenómeno se ha generalizado prácticamente en todas las zonas hispanohablantes.
-Confusión /r/ y /l/ final, llegando en ocasiones a desparecer: 'muje(h)' (mujer).
-Aspiración de /s/ y /z/ finales: 'ehtah' (estás); 'jué' (juez).
-Aspiración de la 'h' procedente de 'f' latina: 'jondo' (hondo); 'jasé' (hacer). Este fenómeno parece ajeno a la Andalucía oriental.
-Pérdida de consonantes intervocálicas, '-d-' ('graná', granada) o '-g-' ( 'miaja', migaja).
-En el léxico, pervivencia de arcaísmos (como 'afuciar', “amparar”), algunos arabismos (como 'alcarcil', “alcachofa”) y restos del aragonés o levantino (como 'fiemo', “estiércol”, o 'babero' “delantal”). También constituye un hecho distintivo del andaluz el uso de formas jergales y gitanas, como 'churumbeles' (niños), 'gilí' (tonto) o 'menda' (yo).
-Sustitución de “vosotros” por “ustedes”, sobre todo en la Andalucía occidental, dando lugar, en ocasiones, a combinaciones como “ustedes hacéis”.
Por su parte, el canario comparte muchos de los rasgos anotados para el andaluz. Así, encontramos aquí también el seseo, la confusión /-r/ con /-l/ (en algunas zonas), la aspiración de la /-s/ y de la “h” procedente de “f” latina; también los canarios han sustituido “vosotros” por “ustedes”4, de manera general. Más específicamente canario parece la evolución de /ch/ hacia casi una /y/: [chacho]>[yayo].
En Canarias es común la personalización de las formas impersonales de “haber”: “Habían muchos alumnos en aquella clase”. Otro fenómeno común es la traslación del número plural del CI al CD en singular: “Ya se los advertí”.
En cuanto al léxico, el canario es reflejo de su situación geográfica y de las distintas influencias de los pueblos que han vivido en su solar. Lo que más puede llamarnos la atención son las palabras prehispánicas, como 'baifo' (cabrito), 'gánigo' (cacharro de barro), 'goro' (establo, cueva), 'perenquén' (parecido a una lagartija), 'gofio' (especie de cereal tostado), etc. Pero también encontramos voces de procedencia gallegoportuguesa, como 'abanar' (abanicarse) o 'petudo' (cargado de espaldas); de origén leonés, como 'sachar' (cavar) o 'verija' (ingle); americanismos, como 'alegar' (charlar en exceso) o 'cachetada' (bofetón). También debería considerarse la importancia del léxico vinculado al mar o a la ganadería: 'jaira' (cabra joven), 'majalulo' (camello joven), 'engodo' (cebo para atraer a los peces). Asimismo es curiosa la deformación de algunos anglicismos instalados en la realidad canaria, como 'queque' (de “cake”, pastel), 'choni' (de Johnny) o 'quinegua' (tipo de patata King Edward).
Algunos autores consideran otras modalidades lingüísticas bajo el término de “hablas de tránsito”, considerando como tales al extremeño, el riojano y el murciano. En el caso del extremeño, se considera definitorio del mismo la aspiración de la “h” procedente de “f” latina, yeísmo, seseo y ceceo, la confusión de /-r/ y /-l/. Más peculiar puede parecernos el uso de artículo con posesivo (“el tu padre”), el sufijo -al (“figal”, “cerezal”).
El riojano, por su parte, presenta pocas particularidades que no se puedan explicar desde su realidad histórica. Así, podemos oír en ámbitos rurales “buenas tardis” (buenas tardes) o “prau” (prado); la pérdida de /-g-/, como “vea” (vega), “soa” (soga); o los imperativos “venide”, “tomaile”.
El murciano representa una zona de encuentro entre hablas castellanas y aragonesas y catalanas. Pero los rasgos fonéticos más notables lo aproximan a los dialectos meridionales del castellano: aspiración de la /-s/, el seseo y yeísmo. En el léxico aparecen arcaísmos castellanos ('aguaitar', acechar), aragonesismos ('ansias', náuseas), valencianismos y catalanismos ('adivinalla', adivinanza; 'bufeta', ampolla).
1Según Manuel Alvar, los dominios lingüísticos, en tanto continuos de isoglosas, presentan una tipología idiomática interna que comprende los conceptos de lengua y dialecto, y también los de habla regional y habla local.
Lengua: sistema lingüístico del que se vale una comunidad hablante y que se caracteriza por estar fuertemente diferenciado, por poseer un alto grado de nivelación, por ser vehículo de una importante tradición literaria y, en ocasiones, por haberse impuesto a sistemas lingüísticos de su mismo origen.
Dialecto: 1) sistema de signos desgajado de una lengua común, viva o desaparecida; normalmente, con una concreta limitación geográfica, pero sin una fuerte diferenciación frente a otros de origen común; 2) estructuras lingüísticas, simultáneas a otra, que no alcanzan la categoría de lengua. Por su parte, García de Diego escribe: “Dialecto es un modo de hablar subordinado a otro, como el leonés respecto al castellano. Entre idiomas afines, la preponderancia puede ser: genealógica, como en el castellano en relación con las hablas americanas de su origen (la llamada Romania Nova: tierras donde nunca se habló el latín); y política (social, literaria, etc.), como en el castellano en relación al leonés”.
A diferencia del dialecto, considerado como relativamente uniforme en un área bastante extendida y delimitada mediante los criterios lingüísticos de la dialectología y de la geografía lingüística, el habla es un sistema de signos y de reglas combinatorias definido por un estrecho marco geográfico (valle, por ejemplo, o pueblo) y cuyo estatuto social está en principio indeterminado.
Hablas regionales: peculiaridades expresivas propias de una región determinada, cuando carezcan de la coherencia que tenga el dialecto.
Hablas locales: las estructuras lingüísticas de rasgos poco diferenciados, pero con matices característicos dentro de la estructura regional a la que pertenecen y cuyos usos están limitados a pequeñas circunscripciones geográficas, normalmente con carácter administrativo (municipio, parroquia, valle, etc.).
“Una lengua histórica o lengua de cultura no se halla en realidad nunca normalizada; su diferenciación interna hace que cualitativamente “lengua”, “dialecto” o “ideolecto” sean la misma cosa: sólo que la lengua posee un estatuto histórico y sociocultural definido.
Fernando Lázaro, en su Diccionario de términos filológicos, define “dialecto” como “modalidad adoptada por una lengua en un cierto territorio, dentro del cual está limitada por una serie de isoglosas. La abundancia de éstas determina una mayor individualidad del dialecto”
2Fenómeno que se da, de manera general, en Canarias.
3Vicente García de Diego, Manual de dialectología española, p.364.

4Aunque se está notando un cierto retroceso de este fenómeno por la influencia de los medios de audiovisuales. Esa misma razón justifica el crecimiento de los casos de leísmo.

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