A
la hora de referirse a una lengua y sus dialectos parece razonable
intentar definir ambos conceptos. Lo que distinguiría a una “lengua”
de un “dialecto” sería su prestigio sociocultural, su cultivo
literario a lo largo de la historia, su uso estándar, su capacidad
para aglutinarse en torno a un modelo reconocido y reconocible. Si un
sistema lingüístico no conoce cultivo literario, se utiliza en el
ámbito familiar y es rechazado para las relaciones de carácter
formal a favor de otro sistema, podemos decir que estamos ante un
“dialecto” (en el mejor de los casos)1.
En el caso del español existe una lengua estándar que responde a
una norma y que funciona como modelo. Sus dialectos no presentan
modificaciones significativas en la estructura sintáctica,
individualizándose a partir de algunas variaciones fonéticas y de
usos léxicos peculiares. Más aún, en la actualidad, la facilidad
de las relaciones entre las distintas zonas geográficas del
castellano facilitan una homogeneidad más que notable.
A
pesar de ello, es evidente que pueden establecerse distintas zonas
dialectales en el ámbito castellano. Puede afirmarse que existe dos
grandes zonas dialectales: al norte se localizarían las variedades
más conservadoras; al sur, las más innovadoras. En las zonas
norteñas es necesario considerar las influencias que sobre el
español ejercen otros sistemas lingüísticos con los que convive.
Así, es fácil entender las diferentes entonaciones que encontramos
en el español de Galicia o Asturias o Aragón o de las zonas vasca y
catalana. Es indudable, además, que estos otros sistemas introducen
también variaciones léxicas y aún morfológicas. En la zona vasca
es común la sustitución del imperfecto de subjuntivo por el
condicional simple: 'tendría' por 'tuviera'. En la catalana se
tiende a personalizar el verbo 'haber': “Habían muchos policías”2.
En
general, las variedades septentrionales se identifican por su
mantenimiento de la diferencia entre /s/ y /z/: “caso/cazo”; su
tendencia a pronunciar como /z/ la /d/ final: “Valladoliz”; por
el mayor uso del leísmo; también podríamos considerar definitoria
la pérdida de la /d/ intervocálica: “llegao”. Otros rasgos se
han ido perdiendo, como por ejemplo la diferenciación entre /y/ y
/ll/. En algunas zonas, sobre todo del centro, se dan casos de laísmo
(más raramente de loísmo). También hay que desestimar como
elementos identitarios algunos vulgarismos, localizados en los
niveles socioculturales más bajos, como el famoso “haiga” o el
“dijistes” por “dijiste”.
Mucho más
innovadoras se muestran las variedades meridionales, sobre todo en lo
que se refiere a la fonética. El dialecto más notable sería el
andaluz. Sin embargo no estamos ante “un dialecto uniforme,
sino ante una suma de variantes regionales, determinadas, en parte,
por diferencias originales de cada región y en parte por los
distintos influjos del castellano y de los otros dialectos difundidos
hacia el Sur, el leonés por occidente y el catalán y aragonés por
las fronteras de Murcia y Alicante”3.
Algunos de sus
rasgos más característicos podrían ser:
-Seseo:
pronunciación de /s/ para los fonemas /s/ y /z/: 'seresa' (cereza).
Este fenómeno es el más extendido, pero existen zonas de ceceo (la
/z/ sirve para /s/ y /z/) [por casi todo el sur, desde la frontera
portuguesa hasta Almería]; y otras en las que se mantiene la
distinción.
-Yeísmo: el fonema
/y/ se utiliza para /y/ y /ll/: 'cabayo' (caballo). Este fenómeno se
ha generalizado prácticamente en todas las zonas hispanohablantes.
-Confusión /r/ y
/l/ final, llegando en ocasiones a desparecer: 'muje(h)' (mujer).
-Aspiración de /s/
y /z/ finales: 'ehtah' (estás); 'jué' (juez).
-Aspiración de la
'h' procedente de 'f' latina: 'jondo' (hondo); 'jasé' (hacer). Este
fenómeno parece ajeno a la Andalucía oriental.
-Pérdida de
consonantes intervocálicas, '-d-' ('graná', granada) o '-g-' (
'miaja', migaja).
-En el léxico,
pervivencia de arcaísmos (como 'afuciar', “amparar”), algunos
arabismos (como 'alcarcil', “alcachofa”) y restos del aragonés o
levantino (como 'fiemo', “estiércol”, o 'babero' “delantal”).
También constituye un hecho distintivo del andaluz el uso de formas
jergales y gitanas, como 'churumbeles' (niños), 'gilí' (tonto) o
'menda' (yo).
-Sustitución de
“vosotros” por “ustedes”, sobre todo en la Andalucía
occidental, dando lugar, en ocasiones, a combinaciones como “ustedes
hacéis”.
Por su parte, el
canario comparte muchos de los rasgos anotados para el andaluz.
Así, encontramos aquí también el seseo, la confusión /-r/ con
/-l/ (en algunas zonas), la aspiración de la /-s/ y de la “h”
procedente de “f” latina; también los canarios han sustituido
“vosotros” por “ustedes”4,
de manera general. Más específicamente canario parece la evolución
de /ch/ hacia casi una /y/: [chacho]>[yayo].
En Canarias es
común la personalización de las formas impersonales de “haber”:
“Habían muchos alumnos en aquella clase”. Otro fenómeno común
es la traslación del número plural del CI al CD en singular: “Ya
se los advertí”.
En cuanto al
léxico, el canario es reflejo de su situación geográfica y de las
distintas influencias de los pueblos que han vivido en su solar. Lo
que más puede llamarnos la atención son las palabras prehispánicas,
como 'baifo' (cabrito), 'gánigo' (cacharro de barro), 'goro'
(establo, cueva), 'perenquén' (parecido a una lagartija), 'gofio'
(especie de cereal tostado), etc. Pero también encontramos voces de
procedencia gallegoportuguesa, como 'abanar' (abanicarse) o 'petudo'
(cargado de espaldas); de origén leonés, como 'sachar' (cavar) o
'verija' (ingle); americanismos, como 'alegar' (charlar en exceso) o
'cachetada' (bofetón). También debería considerarse la importancia
del léxico vinculado al mar o a la ganadería: 'jaira' (cabra
joven), 'majalulo' (camello joven), 'engodo' (cebo para atraer a los
peces). Asimismo es curiosa la deformación de algunos anglicismos
instalados en la realidad canaria, como 'queque' (de “cake”,
pastel), 'choni' (de Johnny) o 'quinegua' (tipo de patata King
Edward).
Algunos autores
consideran otras modalidades lingüísticas bajo el término de
“hablas de tránsito”, considerando como tales al extremeño, el
riojano y el murciano. En el caso del extremeño, se considera
definitorio del mismo la aspiración de la “h” procedente de “f”
latina, yeísmo, seseo y ceceo, la confusión de /-r/ y /-l/. Más
peculiar puede parecernos el uso de artículo con posesivo (“el tu
padre”), el sufijo -al (“figal”, “cerezal”).
El riojano,
por su parte, presenta pocas particularidades que no se puedan
explicar desde su realidad histórica. Así, podemos oír en ámbitos
rurales “buenas tardis” (buenas tardes) o “prau” (prado); la
pérdida de /-g-/, como “vea” (vega), “soa” (soga); o los
imperativos “venide”, “tomaile”.
El murciano
representa una zona de encuentro entre hablas castellanas y
aragonesas y catalanas. Pero los rasgos fonéticos más notables lo
aproximan a los dialectos meridionales del castellano: aspiración de
la /-s/, el seseo y yeísmo. En el léxico aparecen arcaísmos
castellanos ('aguaitar', acechar), aragonesismos ('ansias', náuseas),
valencianismos y catalanismos ('adivinalla', adivinanza; 'bufeta',
ampolla).
1Según
Manuel Alvar, los dominios lingüísticos, en tanto continuos de
isoglosas, presentan una tipología idiomática interna que
comprende los conceptos de lengua y dialecto, y
también los de habla regional y habla local.
“Lengua:
sistema lingüístico del que se vale una comunidad hablante y que
se caracteriza por estar fuertemente diferenciado, por poseer un
alto grado de nivelación, por ser vehículo de una importante
tradición literaria y, en ocasiones, por haberse impuesto a
sistemas lingüísticos de su mismo origen.
“Dialecto: 1)
sistema de signos desgajado de una lengua común, viva o
desaparecida; normalmente, con una concreta limitación geográfica,
pero sin una fuerte diferenciación frente a otros de origen común;
2) estructuras lingüísticas, simultáneas a otra, que no alcanzan
la categoría de lengua. Por su parte, García de Diego escribe:
“Dialecto es un modo de hablar subordinado a otro, como el leonés
respecto al castellano. Entre idiomas afines, la preponderancia
puede ser: genealógica, como en el castellano en relación con las
hablas americanas de su origen (la llamada Romania Nova: tierras
donde nunca se habló el latín); y política (social, literaria,
etc.), como en el castellano en relación al leonés”.
A diferencia del
dialecto, considerado como relativamente uniforme en un área
bastante extendida y delimitada mediante los criterios lingüísticos
de la dialectología y de la geografía lingüística, el habla es
un sistema de signos y de reglas combinatorias definido por un
estrecho marco geográfico (valle, por ejemplo, o pueblo) y cuyo
estatuto social está en principio indeterminado.
“Hablas regionales:
peculiaridades expresivas propias de una región determinada,
cuando carezcan de la coherencia que tenga el dialecto.
“Hablas locales:
las estructuras lingüísticas de rasgos poco diferenciados, pero
con matices característicos dentro de la estructura regional a la
que pertenecen y cuyos usos están limitados a pequeñas
circunscripciones geográficas, normalmente con carácter
administrativo (municipio, parroquia, valle, etc.).
“Una lengua histórica
o lengua de cultura no se halla en realidad nunca normalizada; su
diferenciación interna hace que cualitativamente “lengua”,
“dialecto” o “ideolecto” sean la misma cosa: sólo que la
lengua posee un estatuto histórico y sociocultural definido.
Fernando Lázaro, en su
Diccionario de términos filológicos, define “dialecto”
como “modalidad adoptada por una lengua en un cierto territorio,
dentro del cual está limitada por una serie de isoglosas. La
abundancia de éstas determina una mayor individualidad del
dialecto”
2Fenómeno
que se da, de manera general, en Canarias.
3Vicente
García de Diego, Manual de dialectología española,
p.364.
4Aunque
se está notando un cierto retroceso de este fenómeno por la
influencia de los medios de audiovisuales. Esa misma razón
justifica el crecimiento de los casos de leísmo.
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