I.
Introducción.-
Se
puede afirmar que hasta el siglo XIII no aparecen las primeras
manifestaciones de la prosa romance. Hasta ese momento sigue siendo
el latín el vehículo utilizado para la transmisión de
conocimientos, para la elaboración de textos jurídicos,
administrativos, etc., aunque dentro de ese latín se van
introduciendo, inadvertida e inconscientemente, formas romances. A
menudo, además, se encuentran en los textos anotaciones al margen en
lengua vulgar que explican algunas expresiones latinas, las llamadas
“glosas”. Según Menéndez Pidal, en el siglo X habría que
localizar las glosas Emilianenses
y Silenses
(de los monasterios de San Millán y de Silos, respectivamente),
breves textos explicativos que ya presentan una cierta estructura1.
Pero el romance sigue siendo considerado una jerga popular incapaz de
dar cabida al tratamiento de temas “serios”, entendiendo por
tales los jurídicos, históricos, filosóficos o científicos. No
estaría de más reflexionar sobre los hechos deducibles de esta
realidad: 1) la cultura permanece aislada del común de la población
y queda reducida a los conocedores del latín; 2) la escasa formación
de muchos de los conocedores de esta lengua latina hacen que ésta
sufra los achaques producidos por esta ignorancia, siendo contaminada
por el romance (el hecho de recurrir a las glosas se explica desde la
inseguridad de los conocimientos de la lengua).
La
irrupción de la prosa romance, sin embargo, no nos puede engañar
haciéndonos pensar en una popularización del saber: la mayoría de
la población es analfabeta y cualquier texto escrito está, para
esta mayoría, en “griego”.
El
romance va sustituyendo al latín a comienzos del siglo XIII en las
colecciones de apólogos, tratados doctrinales y morales, y obras
históricas. Durante el reinado de San Fernando aparecen las que
podríamos considerar primeras manifestaciones en prosa, que podemos
dividir en dos grupos:
-Obras
de tendencia didáctico-doctrinal, como Diálogo o Disputa del
cristiano y el judío.
-Obras
narrativas, como el Libro de Calila e Dimna o el Sendebar.
También
hemos de referirnos aquí a la famosa escuela de traductores de
Toledo que puede decirse que comienza con la reconquista de esta
ciudad en el año 1085. La figura clave es Raimundo, arzobispo de la
ciudad entre 1126 y 1152, que convirtió una actividad esporádica
en una escuela organizada: se consolida una corriente de traducción
con su equipo de eruditos, traductores y escribas, aparte de una
cuantiosa biblioteca de libros científicos y de otra índole. Las
fuentes son a menudo árabes (a través de las traducciones árabes
ha recuperado la tradición occidental a muchos autores griegos,
como Aristóteles o Hipócrates) y griegas. Uno de los métodos de
traducción de estos textos al latín era el siguiente: un judío
debía hacer una traducción provisional al romance (ni siquiera,
tal vez, por escrito) que luego un cristiano vertería
definitivamente al latín2.
II
Alfonso X (1221-1284).-
A
los treinta años hereda el trono de Castilla y León y su labor
como monarca puede ser calificada de fracaso político. Sin embargo,
su trabajo como impulsor de la prosa castellana es fundamental para
la historia de ésta. A él se debe el auge y afirmación del
castellano como lengua de cultura apta para ocuparse de temas
históricos o jurídicos. Si hasta Alfonso X los documentos del
reino se elaboran en latín, a partir de él, se utiliza el
castellano y el propio monarca se dirige a sus vasallos en la misma
lengua (incluso llega a escribir a reyes extranjeros en castellano).
Esta primacía de la lengua castellana puede deberse al deseo de
Alfonso X de utilizar el único idioma común a sus súbditos de
tres confesiones (árabes, judíos y cristianos).
Este
entusiasmo lingüístico lleva a Alfonso X a promover la elaboración
de numerosos textos de carácter científico e histórico en
castellano, que él mismo revisaba y corregía dada su preocupación
por conseguir una prosa castellana apropiada y expresiva, de
sintaxis y vocabulario organizados:
“[...]
tolló las razones que entendió eran sobejanas et dobladas et que
non eran en castellano drecho, et puso las otras que entendió que
complían; et quanto en el lenguaje, endreçólo él por sise”.
II.1.
Obras históricas: en este apartado consideraremos dos obras, La
General
Estoria3
y La
Estoria de España
o Crónica
General.
La primera pretende ser una historia de la humanidad desde sus
orígenes hasta sus días. Sin embargo, lo ambicioso de la obra, que
usa como base la
Biblia
pero recurre a muchas otras fuentes complementarias (los autores
clásicos greco-latinos), hace que se detenga en los tiempos
anteriores al nacimiento de Cristo. La segunda quiere ser una
historia de España desde los antiguos pueblos afincados en la
península hasta el propio Alfonso X. En la primera parte se trata
de estos pueblos primeros y de la historia de Roma, la monarquía
visigoda y la invasión musulmana. En la segunda se utilizan a
menudo como fuentes poemas épicos medievales, a veces resumidos, a
veces prosificados, lo cual nos ha permitido reconstruir no pocos de
ellos4.
II.2.
Obras jurídicas: aquí hemos de referirnos a Las Partidas o
Libro de las Leyes, texto en el que el equipo de Alfonso X
considera las siguientes materias: 1º, el estado eclesiástico; 2º
los emperadores, reyes y otros grandes señores; 3º la justicia y
su administración; 4º las relaciones entre las personas
(matrimonio y familia); 5º las relaciones económicas entre los
hombres (préstamos, compras, cambios, etc.); 6º los testamentos y
herencias; y 7º, los delitos y las penas.
II.3.
Tratados científicos: dentro de este apartado pueden considerarse
los Libros
del Saber de Astronomía,
las Tablas
Alfonsíes,
el Lapidario
y el Setenario.
El primero revisa la doctrina de Ptolomeo utilizando fuentes árabes
y hebreas, pero tratándolas de corregir y de modernizar por medio
de observaciones propias5.
El segundo es el resultado de las observaciones realizadas en un
centro que el rey hizo construir a tal efecto en Toledo. Se trata en
este texto de los planetas, la Luna, el Sol y algunas estrellas
importantes; se estudian los eclipses y sus fechas y la medida del
tiempo.
El
Lapidario, como su nombre indica, es un estudio de las
propiedades de las piedras preciosas, en el que se entremezclan
ciencia y superstición. El Setenario es un libro donde se
tratan temas diversos referidos al ámbito jurídico y didáctico.
No
podemos dejar de citar aquí uno de los más bellos tratados
mandados redactar por Alfonso X: los Libros de açedrex, dados e
tablas, donde se consideran distintos juegos.
III.
D. Juan Manuel (1282-1348).-
Sobrino
de Alfonso X, pertenece a la alta nobleza y desde esa condición
tuvo una activa vida política y militar. Pero lo que nos interesa
aquí es su afán literario que podemos concretar, fundamentalmente,
en tres obras en prosa6:
el Libro
del Caballero et del Escudero,
el Libro de
los Estados
y el Conde
Lucanor o
Libro de Patronio.
Recordemos
que estamos en el siglo XIII, una época en la que los autores
empiezan a reclamarse responsables de sus obras, en la que la
literatura en lengua romance está abandonando su carácter popular
y anónimo (o colectivo) para encontrar escritores que firman su
obra. En el caso del autor que nos ocupa este empeño se lleva a su
máxima expresión: D. Juan Manuel no sólo firma sus obras sino que
él mismo escribe una versión, llamémosla definitiva, que deposita
en el Monasterio de Peñafiel y que se ofrece a los posibles
lectores como referencia en el caso de que encuentren algún error
en el ejemplar que utilicen. Siempre se cita lo escrito a este
propósito por el propio infante en el prólogo general a sus obras:
“Et
recelando yo, don Johan, que por razón que non se podrá escusar,
que los libros que yo he fechos non se ayan de trasladar muchas
vezes, et por que yo he visto que en el transladar acaeçe muchas
vezes, lo uno por desentendimiento del scrivano, o por que las
letras semejan unas a otras, et que en transladando el libro porná
una razón por otra, en guisa que muda toda la entençión et toda
la suma, et será traýdo el que la fizo non habiendo y culpa; et
por guardar esto quanto yo pudiere, fizi fazer este volumen en que
están scriptos todos los libros que yo fasta aquí he fechos [...]
Et ruego a todos los que leyeren qualquier de los libros que yo fiz,
que, si fallaren alguna razón mal dicha, que non pongan a mí la
culpa fasta que bean este volumen que yo mesmo concerté”.
A
pesar de esta preocupación del escritor por la corrección de sus
escritos y su afán por legar a la posteridad la copia fiel de sus
desvelos, un incendio en el monasterio destruyó los originales y lo
que hoy en día tenemos son copias que tal vez el autor censuraría7.
En
cuanto a sus obras fundamentales, el Libro del Caballero et del
Escudero nos presenta a un anciano caballero que adoctrina a su
joven escudero, de origen humilde pero adornado de todas las
bondades, de modo que nos encontramos con una obra enciclopédica en
la que se encuentran los conocimientos de la época sobre filosofía,
teología y ciencias naturales.
El
Libro de los Estados se fundamenta en la cuestión religiosa,
pero la transciende en el sentido de ofrecernos más que una defensa
del cristianismo, un tratado sobre el arte de gobernar que, aunque
contempla la preocupación espiritual por el destino del alma
humana, se fija más en los problemas más inmediatos del mundo
material.
Pero
la obra más conocida e importante de D. Juan Manuel es el Conde
Lucanor o
Libro de
Patronio.
Se compone el libro de cincuenta apólogos8
en los que se refieren distintos problemas, tanto espirituales (la
salvación del alma) como materiales (la hacienda, el estado social,
etc.). La estructura de cada relato se ordena en tres partes: 1) el
Conde Lucanor le propone un problema a su ayo Patronio; 2) éste le
contesta con un apólogo o ejemplo en el que ese mismo problema
aparece; 3) se resume la solución en una moraleja en forma de
dístico.
Los
cuentos son tan variados como las fuentes utilizadas por el autor:
hay fábulas esópicas y orientales, alegorías, relatos fantásticos
y heroicos, parábolas y cuentos satíricos. Se recurre a las
fábulas clásicas, a la literatura árabe y oriental, a los relatos
evangélicos, a las crónicas, a los relatos orales y habría que
añadir los relatos fruto de la invención del Infante Juan Manuel.
IV.
El Canciller López de Ayala [1332-1407].-
Hombre
de su tiempo, en tanto que político y militar, es uno de los más
importantes cultivadores de la prosa española medieval. Su
principal aportación son las Crónicas, textos históricos
en los que el Canciller nos propone una forma de historiar casi
novelesca que impone a los hechos la viveza, la intensidad, la
intriga y el dramatismo del arte de la narración. Para ello el
autor recurre al uso de diálogos, cartas, arengas y escenas en las
que el autor hace vivir a los personajes cuya vida está ofreciendo
al lector.
Escribió
cuatro crónicas sobre otros tantos reyes a los que conoció y
sirvió: Pedro I, Enrique II, Juan I y Enrique III9.
La dedicada al primero es la más reputada por haber sido la vida y
personalidad de este rey muy interesantes, repleta aquélla de
acciones dramáticas, como la muerte que sufrió a manos de su
hermanastro Enrique y que permitió que éste se coronase rey:
“[...]
e así como llegó el rey don Enrique, trabó del rey don Pedro. E él
non le conoscía, ca avía grand tiempo que non le avía visto; e
dicen que le dijo un caballero de los de mosén Beltrán: “Catad
que este es vuestro enemigo”. E el rey don Enrique aun dubdaba si
era él; e dicen que dixo el rey don Pedro dos veces: “Yo so, yo
so”. E estonces el rey don Enrique concoscióle, e firióle con una
daga por la cara; e dicen que amos a dos, el rey don Pedro e el rey
don Enrique, cayeron en tierra, e el rey don Enrique lo firió
estando en tierra otras feridas. E allí morió el rey don Pedro a
veinte e tres días de marzo deste dicho año”.
1
Uno de estos textos es el siguiente: “Cono
aiutorio de nuestro dueño dueño Cristo, dueño Salbatore qual
dueno get ena honore e qual duenno tienet ela mandatione, cono Patre
cono Spiritu sancto enos siéculos de los siéculos Facanos Deus
omnipotens tal serbitio tere ke denante ela sua face gaudiosos
segamus. Amen”.
2
A este propósito escribe Álvaro Galmés: “Esta
técnica de una traducción oral del árabe al castellano y después
del castellano intermedio al latín que debió ser general, sin
duda, desde los tiempos de don Raimundo hasta los días de Alfonso
el Sabio, se ve confirmada también con la constatación de los
abundantes hispanismos que exigen una versión castellana
intermedia, y que se encuentran en el latín de las traducciones
hechas en Toledo”. Y más adelante: “En las versiones alfonsíes,
un traductor inicial, especialmente ducho en árabe, realizaría una
primera traducción oral, bárbara en su lenguaje por demasiado fiel
al modelo, a la vez que un segundo traductor, especial conocedor de
la lengua romance, vertería a un español literario cuanto oía de
labios del primero”
3Ejemplo
de la General Estoria: “Ca
la remembrança del sabio non será para siempre, otrossí como la
del loco, e los tiempos que de venir an, a todas las cosas cobrirán
de olvidança egualmientre. Muere el sabio e otrossí el necio sin
saber.
“E por
ende me enojé de mi alma, veyendo cómo todas las cosas de so el
sol eran malas e todas vanidat e pena del espíritu”, Tercera
parte, Eclesiastés
(II, 15-20).
4
Véase 1.3.
5
La Tierra permanece inmóvil en el centro del Universo
y los planetas giran en torno a ella.
7
Nótese el contraste entre la preocupación de D. Juan Manuel y la
despreocupación de su contemporáneo Juan Ruiz.
8
Apólogo: relato alegórico del que se deduce una
enseñanza moral o un consejo práctico.
9
Ésta última quedó inacabada debido a la muerte del
escritor.
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