jueves, 9 de febrero de 2017

Poesía española del siglo XV.

I. Introducción.-
En la Edad Media tardía (entre 1380 y 1520) se han documentado en Castilla unos setecientos autores y parece que bastantes otros compusieron poemas hoy perdidos. Es probable que este número supere al de los poetas ingleses, franceses y alemanes del momento. Este revival trovadoresco podría enlazarse con la crisis de la nobleza castellana, que veía disminuir sus funciones prácticas al tiempo que sus filas aumentaban con una auténtica ola de nuevos títulos nobiliarios: componer versos de ocasión se convertía así en un ornamento, en un sustituto del poder. En esencia, esta poesía representa la tardía aclimatación o transplante de la poesía trovadoresca provenzal, que había tenido luego su brillante expresión en la lírica galaico-portuguesa desde mediados del siglo XIII hasta mediados del XIV, y que a partir de este momento es acogida por la lengua castellana, para tener en ella su tercera y postrera etapa de florecimiento.
En esta época florecen los llamados “cancioneros”, diversas recopilaciones de poesía lírica, que van siendo unidas desde el principio del siglo. Aquí encontraron sitio poetas de las más diversas condiciones y tendencias; aunque son abundantes las composiciones de intención doctrinal o las inspiradas en la poesía alegórica propuesta por Dante, el tono general que predomina en estos cancioneros es el de la poesía artificiosa y convencional, basada en sutilezas y habilidades de ingenio, juegos de imágenes y todo género de recursos retóricos al servicio de discreteos amorosos, requiebros, adulaciones y composiciones de circunstancias. Los dos más famosos cancioneros son los de Baena y el de Stúñiga.
El Cancionero de Baena, llamado así por haber sido compilado por Juan Alfonso de Baena, escribano de Juan II de Castilla, es una colección de casi seiscientas composiciones líricas pertenecientes a 56 autores (hacia 1445). Se combinan aquí dos escuelas: una galaico-provenzal (versos de arte menor, fundamentalmente) y otra alegórico dantesca (coplas de arte mayor, versos dodecasílabos). Poetas importantes de este cancionero pueden considerarse Alfonso Álvarez de Villasandino1 [poeta de ingenio fácil, grosero y pedigüeño, que vendía su pluma a los nobles para solicitar o agradecerles algún favor; con frecuencia se ponía al servicio de amores ajenos por dinero, adulaba, difamaba, si le pagaban bien, cantaba las excelencias de lo que le propusieran o componía poesías de circunstancias] y Micer Francisco Imperial2 [nacido en Génova, pero instalado en Sevilla, fue el primero en utilizar el endecasílabo en español; su poesía es solemne y grave, dada a temas profundos y adecuada para la lectura y la meditación].
El Cancionero de Stúñiga, colección formada en Nápoles, probablemente, contiene poemas de tono más lírico y más breves.
Nosotros nos fijaremos, especialmente, en tres autores del siglo XV: el Marqués de Santillana, Juan de Mena [reinado de Juan II] y Jorge Manrique [reinado de Enrique IV].

II. Íñigo López de Mendoza, Marqués de Santillana [1398-1458].-
Gran aristócrata, latifundista y soldado, participó activamente en la vida política, interviniendo en la caída del condestable Luna, cuya muerte cantó en sus poemas. Poseía una gran cultura y reunió una excelente biblioteca donde podían encontrarse textos griegos y latinos, originales y traducidos, y conocía no sólo a los clásicos sino también a los poetas italianos y provenzales, así como la poesía gallego-portuguesa y catalana.
La obra poética de Santillana puede clasificarse en tres grandes grupos:
1.- Poemas de carácter popular, a la manera provenzal y galaico-portuguesa, de arte menor, como cantares y serranillas, que podríamos localizar en una primera etapa de su producción poética:
Moça tan fermosa
non vi en la frontera,
como una vaquera
de la Finojosa”.
2.- Poemas largos y eruditos donde se entrega a una creación cultista en la que las técnicas de la poesía italiana, la retórica, la alegoría y el mundo clásico lo dominan todo. Se correspondería este grupo a la segunda de las etapas poéticas de Santillana. El más conocido de sus poemas sería la Comedieta de Ponza3:
¡Oh lúçido Jove la mi mano guía!
¡despierta el ingenio, aviva la mente,
el rústico modo aparta, y desvía,
y torna mi lengua, de ruda, elocuente!
¡Y vos, las hermanas, que cabe la fuente
d'Elicón fazedes continua morada,
sed todas comigo en esta jornada,
porqu'el triste caso denuncie y recuente!”
También en este grupo hemos de incluir composiciones de inspiración italiana, fundamentalmente los Sonetos fechos al itálico modo, compuestos desde 1438 hasta el final de su vida:
Si el pelo por ventura voy trocando
non el ánimo mío, nin se crea;
nin puede ser, nin será fasta cuando
integralmente muerte me posea.
Yo me vos di, e non punto dubdando
vos me prendiste, e soy vuestra prea:
absoluto es a mí vuestro grand mando,
cuando vos veo o que non vos vea.
Bien mereçedes ser vos mucho amada;
mas yo non penas, por vos ser leal,
cuantas padesco desde la jornada
que me feristes de golpe mortal.
Set el oliva, pues fustes la espada;
set el bien mío, pues fustes mi mal”.
3.- Obras didáctico-morales, poemas doctrinales como el Diálogo de Bías contra Fortuna [exposición de la moral estoica] o los Proverbios de gloriosa doctrina e fructuosa enseñanza [cien estrofas de pie quebrado, compuestas para la educación del príncipe don Enrique].
FORTUNA
Huéspeda muy enojosa
es la continua pobreça.
BÍAS
Si yo non busco riqueça,
non me será trabajosa.
FORTUNA
Fácil es de lo deçir.
BÍAS
E de façer
a quien se quiere abstener,
e le plaçe bien vivir”.


III. Juan de Mena [1411-1456].-
Mena es un espíritu humanista que sometió a una implacable latinización la lengua castellana, de modo comparable a lo que hará Góngora en el siglo XVII.
Su obra más importante es el Laberinto de Fortuna, extenso poema alegórico de casi trescientas estrofas de arte mayor, con influencias de los grandes autores latinos y con continua referencia a personajes clásicos y mitológicos, en que léxico y sintaxis se latinizan en grado increíble. El poeta es arrebatado por la diosa Belona4, que le abandona en un desierto. Desde allí será guiado por la Providencia, que le muestra las diferentes partes del mundo entonces conocido. Ve después las tres ruedas de la Historia, pasado, presente y futuro, en el maravilloso palacio de la Fortuna; en la primera aparecen personajes mitológicos y extranjeros; en la segunda, de la historia peninsular; en la tercera, en fin, se profetiza el esplendoroso porvenir que espera a Castilla bajo Juan II y Álvaro de Luna (el poema está dedicado al rey).
Este cabalga sobre Fortuna
e doma su cuello con ásperas riendas,
[...]
míralo, míralo en plática alguna
con ojos humildes, non tanto feroces:
¿cómo, indiscreto, e tú non conoces
al condestable Álvaro de Luna?
Agora, repuse, conosco mejor
aquel cuyo ánimo, virtud e nombre,
tantas departes le fazen de hombre
cuantas estado le da de señor,
las cuales le fazen ser merecedor
e fruto de mano de nuestro grand rey,
e clara esperiencia de su firme ley,
e de la Fortuna jamás vencedor”.

IV. Jorge Manrique [1440-1479].-
Este poeta pertenece a una importante familia de la nobleza castellana y participa desde esta realidad de los avatares políticos y militares de su época, siendo un soldado que participó en numerosas batallas, y muriendo frente al castillo de Garci-Muñoz peleando contra las tropas de Villena.
Su obra poética podemos dividirla en dos grandes grupos:
-Poesía amorosa: se conservan unas cincuentas composiciones de este tipo, la mayoría de las cuales están escritas al gusto trovadoresco y cortesano de la época, aunque en ellas se puede percibir la personalidad del poeta, su carácter militar en las metáforas de este género que emplea, o su espíritu un tanto melancólico:
...No tardes, Muerte, que muero;
ven, porque viva contigo;
quiéreme, pues que te quiero,
que con tu venida espero
no tener guerra conmigo...”
-Las famosas “Coplas a la muerte de su padre”. Consta este texto de cuarenta coplas de pie quebrado (seis versos con la siguiente estructura: 8a8b4/5c8a8b4/5c). El poema puede dividirse en tres partes: 1) las trece primeras estrofas contienen una consideración general sobre la fugacidad de la vida, la condición mortal del hombre, pero su destino divino:
Y pues vemos lo presente
cómo en un punto se es ido
y acabado,
si juzgamos sabiamente,
daremos lo no venido
por pasado”.
2) esta segunda parte ocupa las estrofas XIV-XXIV; aquí se trata de la vida de terrenal, se ilustra con ejemplos concretos el engaño de las grandezas y triunfos efímeros de los hombres célebres:
así que no hay cosa fuerte;
que a Papas y Emperadores
y Perlados,
así los trata la muerte
como a los pobres pastores
de ganados”.
3) en esta última parte, a partir de la estrofa XXV, Manrique se ocupa de la vida de la fama, encarnada en su padre, don Rodrigo Manrique, pintando la vida ejemplar de éste y su resignación al aceptar su muerte:
y consiento en mi morir
con voluntad placentera,
clara, pura,
que querer hombre vivir
cuando Dios quiere que muera
es locura”.
Se resumirían en las tres partes que acabamos de establecer las tres vidas que conoce el hombre: la perdurable o eterna, la mortal o perecedera, y la de la fama que vive en el recuerdo de la posteridad, y cada una de ellas tiene su encuentro con la muerte, puesto que en el poema de Manrique vida y muerte se conciben como necesarias una para otra.
Como ya escribimos a propósito de Berceo, en Jorge Manrique volvemos a encontrar la sencillez, la precisión, sin necesidad de excesos, la desnudez de los recursos imprescindibles, imágenes serenas y firmes, la capacidad de encontrar la justa medida. Más de cien años después escribirá Cervantes que el lector ha de agradecerle no tanto lo que ha escrito como lo que ha dejado de escribir, algo que también hubiera podido escribir el mismo Manrique.


V. El Romancero.-


V.1. Definición.-
Desígnanse con el nombre de romances unas composiciones de carácter épico o épico-lírico, en general breves, compuestas originariamente para ser cantadas al son de un instrumento o recitadas con acompañamiento de éste. En su forma más simple están formados los romances por un número indefinido de versos octosílabos, rimados en asonante los pares mientras quedan libres los impares, siendo por lo común una sola la asonancia de toda la composición. Este es el resultado de escribir como versos diferentes los dos hemistiquios del verso heroico; pero en su condición más estricta “la forma métrica del Romancero es una tirada de versos de dieciséis sílabas con asonancia monorrima; es, en substancia, la misma versificación de las gestas medievales”[Menéndez Pidal]. Se trata de composiciones generalmente anónimas, resultado de la repetición y “uso” por parte del pueblo, que selecciona, elimina, incorpora fragmentos, versos, palabras, expresiones, dando lugar a numerosas versiones de un mismo romance. Para el ya citado Menéndez Pidal se trata de composiciones tradicionales, textos que el pueblo interpreta como propios y sobre los que actúa, modificándolos a su gusto5.
En cuanto a su extensión, los romances poseen una gran variedad, y en esta materia el gusto varió notablemente; el “romance del prisionero”, por ejemplo, al menos en una de sus versiones, tiene sólo dieciséis versos, mientras que el famoso del Conde Dirlos pasa de los mil trescientos cincuenta. Los romances épicos, extremando la aludida tendencia a la fragmentación, con el comienzo abrupto y el final truncado, son breves en general, y esta norma se prolongó hasta las primeras décadas del siglo XVI. En cambio, los romances juglarescos -incluso los viejos- se dilatan en pormenores, gozándose en referir historias completas, en forma mucho más semejante a las baladas de otros países. Los romances nuevos y las nuevas versiones de los viejos tornan a las narraciones extensas y detalladas. En general puede decirse que un romance viejo de tipo medio oscila entre los cincuenta y los sesenta versos.
Los romances comenzaron a publicarse a comienzos del siglo XVI en pliegos y en hojas sueltas. El primer volumen de romances es de 1525 ó 1530 y se titulaba Libro en el qual se contienen 50 romances con sus villancicos y desechas, aunque el más conocido y citado sea el Cancionero de romances, publicado en Amberes hacia 1547 ó 1549 por Martín Nucio.

V.2. Origen y clases.-
Las primeras creaciones épicas fueron los cantares de gesta, cuya transmisión se efectuaba, según sabemos, por vía oral. Al producirse, con el tiempo, la decadencia del género, también el gusto popular se apartó de los largos poemas antiguos, y, probablemente bajo el influjo de las nuevas corrientes poéticas, en especial de la lírica, se aficionó a formas más breves [esta razón no parece muy convincente si tenemos en cuenta que las creaciones líricas tradicionales son presumiblemente anteriores a la épica, o, cuando menos, contemporáneas: parece que un largo poema épico necesita de mayor elaboración y de un autor más o menos cultivado, frente a los textos líricos que pueden ser más espontáneos]. Esto, y la imposibilidad de retener completas aquellas extensas gestas, hizo que la atención se concentrara sobre los episodios más notables. “Los oyentes -dice Menéndez Pidal- se hacían repetir el pasaje más atractivo del poema que el juglar les cantaba; lo aprendían de memoria y al cantarlo ellos a su vez, lo popularizaban, formando con esos pocos versos un canto aparte, independiente del conjunto: un romance”. Estos fragmentos de los viejos poemas que se conservaban en la memoria de las gentes, y que desgajados de su tronco tendían a cobrar nueva vida independiente, bien que no en su estricta forma original, sino más o menos transformados por una nueva redacción, son los denominados romances épicos tradicionales. Esto explicaría el carácter propio de los romances, con un comienzo abrupto que da por supuesto el conocimiento de la historia completa aunque sólo se refiera en él a un breve episodio. Así, en los romances sobre el Cid se tratan los episodios más atractivos de manera inmediata, dando por supuesto el conocimiento de la historia completa del héroe.
Después, ante el éxito extraordinario que alcanzaron estos romances, los juglares compusieron otros muchos sobre aquellos temas épicos o históricos que eran familiares al pueblo, o sobre nuevos asuntos nacionales o extranjeros, por ejemplo los de la épica carolingia, difundida ya en España desde mucho tiempo antes. A estos romances se les conoce con el nombre de juglarescos, y se diferencian de los primeros por su mayor extensión y la novedad de sus temas, por el tono más narrativo y menos dramático, y por ser su relato “más pormenorizado, menos rápido y, sobre todo, más prosaico, falto de agilidad y viveza, falto de la liricidad que caracteriza a los romances de tradición oral”. Además de los típicamente épicos los hay también específicamente líricos, sentimentales o amorosos, novelescos, etc., con multitud de asuntos que no habían sido objeto de cantares de gesta ni en España ni en otros países.
Menéndez Pidal hace ver que únicamente los asuntos que fueron objeto de algún cantar de gesta primitivo, produjeron los romances heroicos considerados como viejos. Incontables anécdotas o pasajes mucho más apasionantes y dramáticos, con frecuencia, que los acogidos en los cantares, poblaban las páginas de las crónicas; y, sin embargo, no fueron tema de romances durante toda la primera etapa de su formación. Tan sólo más tarde, dentro ya del siglo XVI, y a consecuencia del éxito cada día mayor del Romancero y de la estima creciente por esta modalidad literaria popular, se acudió a las crónicas en busca de nuevos asuntos y héroes, no aprovechados hasta entonces. A los romances de esta procedencia se les conoce con el nombre de cronísticos [los autores de éstos son autores ya conocidos como Alonso de Fuentes y Lorenzo de Sepúlveda, citados por Menéndez Pidal].
V.2.1. Romances históricos o épicos: se refieren estos textos al rey don Rodrigo, último rey visigodo, a Bernardo del Carpio, único héroe fabuloso de la épica castellana, a Fernán González, a los Infantes de Lara o al Cid. Así, a propósito de la derrota de don Rodrigo es famoso el siguiente romance:
Después que el rey don Rodrigo
a España perdido había,
íbase desesperado
por donde más le placía;
métese por las montañas,
las más espessas que vía,
porque no le hallen los moros
que en su seguimiento iban [...]”.
V.2.2. Romances juglarescos:
V.2.2.1. Fronterizos: el tema principal de estos romances son episodios de guerra consistentes en sorpresas, arriesgadas incursiones, rápidos encuentros en las fronteras entre los reinos cristianos y musulmanes de la península, y que se construyen en torno a un personaje heroico conocido. Es famoso el siguiente:
Alora la bien cercada,
tú que estás en par del río,
cercóte el adelantado
una mañana en domingo,
de peones y hombres de armas
el campo bien guarnecido [...]”.
V.2.2.2. De los ciclos carolingio y bretón: estos romances se ocupan de Carlomagno y Roldán, héroes de la épica francesa, así como de la leyenda artúrica, con personajes tan famosos como Lanzarote. Un ejemplo en torno a este personaje es el conocido:
Nunca fuera caballero
de damas tan bien servido
como fuera Lançarote
cuando de Bretaña vino,
que dueñas curaban dél,
doncellas del su rocino [...]”.
V.2.2.3. Novelescos y líricos: son estos romances producto de la libre invención de los poetas, aunque a menudo se vinculan a personajes concocidos para el público. Muy conocido es el del conde Arnaldos:
¡Quién hubiesse tal ventura
sobre las aguas de la mar,
como hubo el conde Arnaldos
la mañana de San Juan!
Con un falcón en la mano,
la caça iba caçar [...]”.
Podríamos seguir extendiendo esta clasificación que aquí hemos presentado con nuevos subgrupos de acuerdo con su tema, su origen o su época. Sirvan los ejemplos que acabamos de considerar como muestra de la amplísima variedad de esta literatura tradicional cuya importancia es tal que la forma del romance ha sido retomada por los poetas de distintas épocas como un molde en el que verter sus propias composiciones, contituyendo lo que a menudo recibe el nombre de “Romancero Nuevo”. Desde los clásicos del Siglo de Oro, como Lope de Vega, Góngora o Quevedo, hasta los románticos, como el duque de Rivas, o los poetas del 27, ya en el siglo XX.
A modo de resumen orientativo puede servir el siguiente cuadro:









Romances viejos

Tradicionales
[históricos]

Del rey D. Rodrigo y de la pérdida de España

De Bernardo del Carpio

Del Conde Fernán González

De los Infantes de Lara

Del Cid

De otros temas históricos

Juglarescos

Del rey D. Pedro el Cruel

Fronterizos

Carolingios

Ciclo bretón [la leyenda del rey Artús]

Novelescos

Históricos de tema no castellano

Líricos


Romances artísticos


I.7.3. Características de los romances: estilo.-
Partiendo del hecho, ya citado, de que los romances suelen proponernos más un fragmento, una escena o un gesto, que una historia completa, ya que da por supuesto el conocimiento de la realidad en la que se inserta, podemos sintetizar sus características en los siguientes puntos:
-Sencillez de recursos, con los cuales llega a producir los más variados efectos poéticos.
-Parquedad de la adjetivación.
-Repetición de algunas palabras y uso del paralelismo.
-Viveza narrativa.
-Rápida composición del escenario y arte de captar inmediatamente la atención del oyente/lector, introduciéndolo sin preámbulos en el centro del asunto.
-Movimiento dramático conseguido con rápidos y vivos diálogos.
-Inmediata aproximación a la realidad, que da a la descripción una tremenda fuerza plástica.
-Casi total ausencia de elementos fantásticos o maravillosos.
-Acertada delicadeza y capacidad de evocación en los momentos poéticos.
-Fina elegancia que armoniza lo popular con una expresión poética del más alto valor estético.
1
La tu fermosura
me puso en prisión,
por la cual ventura
del mi coraçón
nos parte tristura
en toda saçón:
por en tu figura
m'entristeçe assí”.
2
Enviastes mandar que vos ver quisiesse,
dueña loçana, honesta e garrida;
por mi fe vos juro que yo lo fisiesse
tan de talante como amo la vida;
mas temo, señora, que la mi ida
seríe grant cadena para me ligar,
e desque vos viesse e oyesse fablar,
después non sería en mi la partida.
3 “La batalla naval, con derrota y prisión de Alfonso V de Aragón, Juan, rey de Navarra, y Enrique, Maestre de Santiago, tiene lugar en Ponza (cerca de Nápoles) el 25 de agosto de 1435".
4 Divinidad romana guerrera que pasaba por hermana o esposa de Marte.
5 Frente a lo tradicional” estaría lo “popular”, la obra que gusta, pero que se siente como ajena y es repetida sin modificaciones.

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