I. Introducción.-
En la Edad Media tardía
(entre 1380 y 1520) se han documentado en Castilla unos setecientos
autores y parece que bastantes otros compusieron poemas hoy perdidos.
Es probable que este número supere al de los poetas ingleses,
franceses y alemanes del momento. Este revival trovadoresco
podría enlazarse con la crisis de la nobleza castellana, que veía
disminuir sus funciones prácticas al tiempo que sus filas aumentaban
con una auténtica ola de nuevos títulos nobiliarios: componer
versos de ocasión se convertía así en un ornamento, en un
sustituto del poder. En esencia, esta poesía representa la tardía
aclimatación o transplante de la poesía trovadoresca provenzal, que
había tenido luego su brillante expresión en la lírica
galaico-portuguesa desde mediados del siglo XIII hasta mediados del
XIV, y que a partir de este momento es acogida por la lengua
castellana, para tener en ella su tercera y postrera etapa de
florecimiento.
En esta época florecen los
llamados “cancioneros”, diversas recopilaciones de poesía
lírica, que van siendo unidas desde el principio del siglo. Aquí
encontraron sitio poetas de las más diversas condiciones y
tendencias; aunque son abundantes las composiciones de intención
doctrinal o las inspiradas en la poesía alegórica propuesta por
Dante, el tono general que predomina en estos cancioneros es el de la
poesía artificiosa y convencional, basada en sutilezas y habilidades
de ingenio, juegos de imágenes y todo género de recursos retóricos
al servicio de discreteos amorosos, requiebros, adulaciones y
composiciones de circunstancias. Los dos más famosos cancioneros son
los de Baena y el de Stúñiga.
El Cancionero
de Baena,
llamado así por haber sido compilado por Juan Alfonso de Baena,
escribano de Juan II de Castilla, es una colección de casi
seiscientas composiciones líricas pertenecientes a 56 autores
(hacia 1445). Se combinan aquí dos escuelas: una galaico-provenzal
(versos de arte menor, fundamentalmente) y otra alegórico dantesca
(coplas de arte mayor, versos dodecasílabos). Poetas importantes de
este cancionero pueden considerarse Alfonso Álvarez de
Villasandino1
[poeta de ingenio fácil, grosero y pedigüeño, que vendía su
pluma a los nobles para solicitar o agradecerles algún favor; con
frecuencia se ponía al servicio de amores ajenos por dinero,
adulaba, difamaba, si le pagaban bien, cantaba las excelencias de lo
que le propusieran o componía poesías de circunstancias] y Micer
Francisco Imperial2
[nacido en Génova, pero instalado en Sevilla, fue el primero en
utilizar el endecasílabo en español; su poesía es solemne y
grave, dada a temas profundos y adecuada para la lectura y la
meditación].
El Cancionero de Stúñiga,
colección formada en Nápoles, probablemente, contiene poemas de
tono más lírico y más breves.
Nosotros nos fijaremos,
especialmente, en tres autores del siglo XV: el Marqués de
Santillana, Juan de Mena [reinado de Juan II] y Jorge Manrique
[reinado de Enrique IV].
II. Íñigo López de
Mendoza, Marqués de Santillana [1398-1458].-
Gran aristócrata,
latifundista y soldado, participó activamente en la vida política,
interviniendo en la caída del condestable Luna, cuya muerte cantó
en sus poemas. Poseía una gran cultura y reunió una excelente
biblioteca donde podían encontrarse textos griegos y latinos,
originales y traducidos, y conocía no sólo a los clásicos sino
también a los poetas italianos y provenzales, así como la poesía
gallego-portuguesa y catalana.
La obra poética de
Santillana puede clasificarse en tres grandes grupos:
1.- Poemas de carácter
popular, a la manera provenzal y galaico-portuguesa, de arte menor,
como cantares y serranillas, que podríamos localizar en una primera
etapa de su producción poética:
“Moça
tan fermosa
non
vi en la frontera,
como
una vaquera
de
la Finojosa”.
2.- Poemas largos y eruditos
donde se entrega a una creación cultista en la que las técnicas de
la poesía italiana, la retórica, la alegoría y el mundo clásico
lo dominan todo. Se correspondería este grupo a la segunda de las
etapas poéticas de Santillana. El más conocido de sus poemas sería
la Comedieta
de Ponza3:
“¡Oh
lúçido Jove la mi mano guía!
¡despierta
el ingenio, aviva la mente,
el
rústico modo aparta, y desvía,
y
torna mi lengua, de ruda, elocuente!
¡Y
vos, las hermanas, que cabe la fuente
d'Elicón
fazedes continua morada,
sed
todas comigo en esta jornada,
porqu'el
triste caso denuncie y recuente!”
También en este grupo hemos
de incluir composiciones de inspiración italiana, fundamentalmente
los Sonetos fechos al itálico modo, compuestos desde 1438
hasta el final de su vida:
“Si
el pelo por ventura voy trocando
non
el ánimo mío, nin se crea;
nin
puede ser, nin será fasta cuando
integralmente
muerte me posea.
Yo
me vos di, e non punto dubdando
vos
me prendiste, e soy vuestra prea:
absoluto
es a mí vuestro grand mando,
cuando
vos veo o que non vos vea.
Bien
mereçedes ser vos mucho amada;
mas
yo non penas, por vos ser leal,
cuantas
padesco desde la jornada
que
me feristes de golpe mortal.
Set
el oliva, pues fustes la espada;
set
el bien mío, pues fustes mi mal”.
3.- Obras didáctico-morales,
poemas doctrinales como el Diálogo de Bías contra Fortuna
[exposición de la moral estoica] o los Proverbios de gloriosa
doctrina e fructuosa enseñanza [cien estrofas de pie quebrado,
compuestas para la educación del príncipe don Enrique].
“FORTUNA
Huéspeda
muy enojosa
es
la continua pobreça.
BÍAS
Si
yo non busco riqueça,
non
me será trabajosa.
FORTUNA
Fácil
es de lo deçir.
BÍAS
E
de façer
a
quien se quiere abstener,
e
le plaçe bien vivir”.
III. Juan de Mena
[1411-1456].-
Mena es un espíritu
humanista que sometió a una implacable latinización la lengua
castellana, de modo comparable a lo que hará Góngora en el siglo
XVII.
Su obra más importante es
el Laberinto
de Fortuna,
extenso poema alegórico de casi trescientas estrofas de arte mayor,
con influencias de los grandes autores latinos y con continua
referencia a personajes clásicos y mitológicos, en que léxico y
sintaxis se latinizan en grado increíble. El poeta es arrebatado
por la diosa Belona4,
que le abandona en un desierto. Desde allí será guiado por la
Providencia, que le muestra las diferentes partes del mundo entonces
conocido. Ve después las tres ruedas de la Historia, pasado,
presente y futuro, en el maravilloso palacio de la Fortuna; en la
primera aparecen personajes mitológicos y extranjeros; en la
segunda, de la historia peninsular; en la tercera, en fin, se
profetiza el esplendoroso porvenir que espera a Castilla bajo Juan
II y Álvaro de Luna (el poema está dedicado al rey).
“Este
cabalga sobre Fortuna
e
doma su cuello con ásperas riendas,
[...]
míralo,
míralo en plática alguna
con
ojos humildes, non tanto feroces:
¿cómo,
indiscreto, e tú non conoces
al
condestable Álvaro de Luna?
Agora,
repuse, conosco mejor
aquel
cuyo ánimo, virtud e nombre,
tantas
departes le fazen de hombre
cuantas
estado le da de señor,
las
cuales le fazen ser merecedor
e
fruto de mano de nuestro grand rey,
e
clara esperiencia de su firme ley,
e
de la Fortuna jamás vencedor”.
IV. Jorge Manrique
[1440-1479].-
Este poeta pertenece a una
importante familia de la nobleza castellana y participa desde esta
realidad de los avatares políticos y militares de su época, siendo
un soldado que participó en numerosas batallas, y muriendo frente
al castillo de Garci-Muñoz peleando contra las tropas de Villena.
Su obra poética podemos
dividirla en dos grandes grupos:
-Poesía amorosa: se
conservan unas cincuentas composiciones de este tipo, la mayoría de
las cuales están escritas al gusto trovadoresco y cortesano de la
época, aunque en ellas se puede percibir la personalidad del poeta,
su carácter militar en las metáforas de este género que emplea, o
su espíritu un tanto melancólico:
“...No
tardes, Muerte, que muero;
ven,
porque viva contigo;
quiéreme,
pues que te quiero,
que
con tu venida espero
no
tener guerra conmigo...”
-Las famosas “Coplas a la
muerte de su padre”. Consta este texto de cuarenta coplas de pie
quebrado (seis versos con la siguiente estructura:
8a8b4/5c8a8b4/5c). El poema puede dividirse en tres partes: 1) las
trece primeras estrofas contienen una consideración general sobre
la fugacidad de la vida, la condición mortal del hombre, pero su
destino divino:
“Y
pues vemos lo presente
cómo
en un punto se es ido
y
acabado,
si
juzgamos sabiamente,
daremos
lo no venido
por
pasado”.
2)
esta segunda parte ocupa las estrofas XIV-XXIV; aquí se trata de la
vida de terrenal, se ilustra con ejemplos concretos el engaño de
las grandezas y triunfos efímeros de los hombres célebres:
“así
que no hay cosa fuerte;
que
a Papas y Emperadores
y
Perlados,
así
los trata la muerte
como
a los pobres pastores
de
ganados”.
3)
en esta última parte, a partir de la estrofa XXV, Manrique se ocupa
de la vida de la fama, encarnada en su padre, don Rodrigo Manrique,
pintando la vida ejemplar de éste y su resignación al aceptar su
muerte:
“y
consiento en mi morir
con
voluntad placentera,
clara,
pura,
que
querer hombre vivir
cuando
Dios quiere que muera
es
locura”.
Se resumirían en las tres
partes que acabamos de establecer las tres vidas que conoce el
hombre: la perdurable o eterna, la mortal o perecedera, y la de la
fama que vive en el recuerdo de la posteridad, y cada una de ellas
tiene su encuentro con la muerte, puesto que en el poema de Manrique
vida y muerte se conciben como necesarias una para otra.
Como ya escribimos a
propósito de Berceo, en Jorge Manrique volvemos a encontrar la
sencillez, la precisión, sin necesidad de excesos, la desnudez de
los recursos imprescindibles, imágenes serenas y firmes, la
capacidad de encontrar la justa medida. Más de cien años después
escribirá Cervantes que el lector ha de agradecerle no tanto lo que
ha escrito como lo que ha dejado de escribir, algo que también
hubiera podido escribir el mismo Manrique.
V. El Romancero.-
V.1. Definición.-
Desígnanse con el nombre de
romances
unas composiciones de carácter épico o épico-lírico, en general
breves, compuestas originariamente para ser cantadas al son de un
instrumento o recitadas con acompañamiento de éste. En su forma
más simple están formados los romances por un número indefinido
de versos octosílabos, rimados en asonante los pares mientras
quedan libres los impares, siendo por lo común una sola la
asonancia de toda la composición. Este es el resultado de escribir
como versos diferentes los dos hemistiquios del verso heroico; pero
en su condición más estricta “la forma métrica del Romancero es
una tirada de versos de dieciséis sílabas con asonancia monorrima;
es, en substancia, la misma versificación de las gestas
medievales”[Menéndez Pidal]. Se trata de composiciones
generalmente anónimas, resultado de la repetición y “uso” por
parte del pueblo, que selecciona, elimina, incorpora fragmentos,
versos, palabras, expresiones, dando lugar a numerosas versiones de
un mismo romance. Para el ya citado Menéndez Pidal se trata de
composiciones tradicionales, textos que el pueblo interpreta como
propios y sobre los que actúa, modificándolos a su gusto5.
En cuanto a su extensión,
los romances poseen una gran variedad, y en esta materia el gusto
varió notablemente; el “romance del prisionero”, por ejemplo,
al menos en una de sus versiones, tiene sólo dieciséis versos,
mientras que el famoso del Conde Dirlos pasa de los mil trescientos
cincuenta. Los romances épicos, extremando la aludida tendencia a
la fragmentación, con el comienzo abrupto y el final truncado, son
breves en general, y esta norma se prolongó hasta las primeras
décadas del siglo XVI. En cambio, los romances juglarescos -incluso
los viejos- se dilatan en pormenores, gozándose en referir
historias completas, en forma mucho más semejante a las baladas de
otros países. Los romances nuevos y las nuevas versiones de los
viejos tornan a las narraciones extensas y detalladas. En general
puede decirse que un romance viejo de tipo medio oscila entre los
cincuenta y los sesenta versos.
Los romances comenzaron a
publicarse a comienzos del siglo XVI en pliegos y en hojas sueltas.
El primer volumen de romances es de 1525 ó 1530 y se titulaba Libro
en el qual se contienen 50 romances con sus villancicos y desechas,
aunque el más conocido y citado sea el Cancionero de romances,
publicado en Amberes hacia 1547 ó 1549 por Martín Nucio.
V.2. Origen y clases.-
Las primeras creaciones
épicas fueron los cantares de gesta, cuya transmisión se
efectuaba, según sabemos, por vía oral. Al producirse, con el
tiempo, la decadencia del género, también el gusto popular se
apartó de los largos poemas antiguos, y, probablemente bajo el
influjo de las nuevas corrientes poéticas, en especial de la
lírica, se aficionó a formas más breves [esta razón no parece
muy convincente si tenemos en cuenta que las creaciones líricas
tradicionales son presumiblemente anteriores a la épica, o, cuando
menos, contemporáneas: parece que un largo poema épico necesita de
mayor elaboración y de un autor más o menos cultivado, frente a
los textos líricos que pueden ser más espontáneos]. Esto, y la
imposibilidad de retener completas aquellas extensas gestas, hizo
que la atención se concentrara sobre los episodios más notables.
“Los oyentes -dice Menéndez Pidal- se hacían repetir el pasaje
más atractivo del poema que el juglar les cantaba; lo aprendían de
memoria y al cantarlo ellos a su vez, lo popularizaban, formando con
esos pocos versos un canto aparte, independiente del conjunto: un
romance”. Estos fragmentos de los viejos poemas que se conservaban
en la memoria de las gentes, y que desgajados de su tronco tendían
a cobrar nueva vida independiente, bien que no en su estricta forma
original, sino más o menos transformados por una nueva redacción,
son los denominados romances épicos tradicionales.
Esto explicaría el carácter propio de los romances, con un
comienzo abrupto que da por supuesto el conocimiento de la historia
completa aunque sólo se refiera en él a un breve episodio. Así,
en los romances sobre el Cid se tratan los episodios más atractivos
de manera inmediata, dando por supuesto el conocimiento de la
historia completa del héroe.
Después, ante el éxito
extraordinario que alcanzaron estos romances, los juglares
compusieron otros muchos sobre aquellos temas épicos o históricos
que eran familiares al pueblo, o sobre nuevos asuntos nacionales o
extranjeros, por ejemplo los de la épica carolingia, difundida ya
en España desde mucho tiempo antes. A estos romances se les conoce
con el nombre de juglarescos, y se diferencian de los
primeros por su mayor extensión y la novedad de sus temas, por el
tono más narrativo y menos dramático, y por ser su relato “más
pormenorizado, menos rápido y, sobre todo, más prosaico, falto de
agilidad y viveza, falto de la liricidad que caracteriza a los
romances de tradición oral”. Además de los típicamente épicos
los hay también específicamente líricos, sentimentales o
amorosos, novelescos, etc., con multitud de asuntos que no habían
sido objeto de cantares de gesta ni en España ni en otros países.
Menéndez Pidal hace ver que
únicamente los asuntos que fueron objeto de algún cantar de gesta
primitivo, produjeron los romances heroicos considerados como
viejos. Incontables anécdotas o pasajes mucho más apasionantes y
dramáticos, con frecuencia, que los acogidos en los cantares,
poblaban las páginas de las crónicas; y, sin embargo, no fueron
tema de romances durante toda la primera etapa de su formación. Tan
sólo más tarde, dentro ya del siglo XVI, y a consecuencia del
éxito cada día mayor del Romancero y de la estima creciente por
esta modalidad literaria popular, se acudió a las crónicas en
busca de nuevos asuntos y héroes, no aprovechados hasta entonces. A
los romances de esta procedencia se les conoce con el nombre de
cronísticos [los autores de éstos son autores ya
conocidos como Alonso de Fuentes y Lorenzo de Sepúlveda, citados
por Menéndez Pidal].
V.2.1. Romances históricos
o épicos: se refieren estos textos al rey don Rodrigo, último rey
visigodo, a Bernardo del Carpio, único héroe fabuloso de la épica
castellana, a Fernán González, a los Infantes de Lara o al Cid.
Así, a propósito de la derrota de don Rodrigo es famoso el
siguiente romance:
“Después
que el rey don Rodrigo
a
España perdido había,
íbase
desesperado
por
donde más le placía;
métese
por las montañas,
las
más espessas que vía,
porque
no le hallen los moros
que
en su seguimiento iban [...]”.
V.2.2. Romances juglarescos:
V.2.2.1. Fronterizos: el
tema principal de estos romances son episodios de guerra
consistentes en sorpresas, arriesgadas incursiones, rápidos
encuentros en las fronteras entre los reinos cristianos y musulmanes
de la península, y que se construyen en torno a un personaje
heroico conocido. Es famoso el siguiente:
“Alora
la bien cercada,
tú
que estás en par del río,
cercóte
el adelantado
una
mañana en domingo,
de
peones y hombres de armas
el
campo bien guarnecido [...]”.
V.2.2.2. De los ciclos
carolingio y bretón: estos romances se ocupan de Carlomagno y
Roldán, héroes de la épica francesa, así como de la leyenda
artúrica, con personajes tan famosos como Lanzarote. Un ejemplo en
torno a este personaje es el conocido:
“Nunca
fuera caballero
de
damas tan bien servido
como
fuera Lançarote
cuando
de Bretaña vino,
que
dueñas curaban dél,
doncellas
del su rocino [...]”.
V.2.2.3. Novelescos y
líricos: son estos romances producto de la libre invención de los
poetas, aunque a menudo se vinculan a personajes concocidos para el
público. Muy conocido es el del conde Arnaldos:
“¡Quién
hubiesse tal ventura
sobre
las aguas de la mar,
como
hubo el conde Arnaldos
la
mañana de San Juan!
Con
un falcón en la mano,
la
caça iba caçar [...]”.
Podríamos seguir
extendiendo esta clasificación que aquí hemos presentado con
nuevos subgrupos de acuerdo con su tema, su origen o su época.
Sirvan los ejemplos que acabamos de considerar como muestra de la
amplísima variedad de esta literatura tradicional cuya importancia
es tal que la forma del romance ha sido retomada por los poetas de
distintas épocas como un molde en el que verter sus propias
composiciones, contituyendo lo que a menudo recibe el nombre de
“Romancero Nuevo”. Desde los clásicos del Siglo de Oro, como
Lope de Vega, Góngora o Quevedo, hasta los románticos, como el
duque de Rivas, o los poetas del 27, ya en el siglo XX.
A modo de resumen
orientativo puede servir el siguiente cuadro:
Romances
viejos
|
Tradicionales
[históricos]
|
Del rey
D. Rodrigo y de la pérdida de España
|
De
Bernardo del Carpio
|
||
Del
Conde Fernán González
|
||
De los
Infantes de Lara
|
||
Del Cid
|
||
De otros
temas históricos
|
||
Juglarescos
|
Del rey
D. Pedro el Cruel
|
|
Fronterizos
|
||
Carolingios
|
||
Ciclo
bretón [la leyenda del rey Artús]
|
||
Novelescos
|
||
Históricos
de tema no castellano
|
||
Líricos
|
Romances
artísticos
|
I.7.3. Características de
los romances: estilo.-
Partiendo del hecho, ya
citado, de que los romances suelen proponernos más un fragmento,
una escena o un gesto, que una historia completa, ya que da por
supuesto el conocimiento de la realidad en la que se inserta,
podemos sintetizar sus características en los siguientes puntos:
-Sencillez de recursos, con
los cuales llega a producir los más variados efectos poéticos.
-Parquedad de la
adjetivación.
-Repetición de algunas
palabras y uso del paralelismo.
-Viveza narrativa.
-Rápida composición del
escenario y arte de captar inmediatamente la atención del
oyente/lector, introduciéndolo sin preámbulos en el centro del
asunto.
-Movimiento dramático
conseguido con rápidos y vivos diálogos.
-Inmediata aproximación a la
realidad, que da a la descripción una tremenda fuerza plástica.
-Casi total ausencia de
elementos fantásticos o maravillosos.
-Acertada delicadeza y
capacidad de evocación en los momentos poéticos.
-Fina elegancia que armoniza
lo popular con una expresión poética del más alto valor estético.
“La
tu fermosura
me puso en
prisión,
por la cual
ventura
del mi
coraçón
nos parte
tristura
en toda
saçón:
por en tu
figura
m'entristeçe
assí”.
Enviastes
mandar que vos ver quisiesse,
dueña
loçana, honesta e garrida;
por mi fe
vos juro que yo lo fisiesse
tan de
talante como amo la vida;
mas temo,
señora, que la mi ida
seríe
grant cadena para me ligar,
e desque
vos viesse e oyesse fablar,
después
non sería en mi la partida.
3
“La batalla naval, con
derrota y prisión de Alfonso V de Aragón, Juan, rey de Navarra, y
Enrique, Maestre de Santiago, tiene lugar en Ponza (cerca de
Nápoles) el 25 de agosto de 1435".
4
Divinidad romana guerrera que pasaba por hermana o
esposa de Marte.
5
Frente a lo “tradicional”
estaría lo “popular”, la obra que gusta, pero que se siente
como ajena y es repetida sin modificaciones.
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